Sexagésimo segundo virrey JUAN ODONOJÚ




Sexagésimo segundo virrey
JUAN ODONOJÚ
(Teniente general del Ejército Real)
(1821)

Este personaje de origen irlandés nació en el puerto de Sevilla a mediados de 1762. Desde muy joven se alistó en el ejército, sirvió en él con distinción y obtuvo los grados por servicios en campaña hasta llegar al empleo de teniente general.
Habiéndose distinguido en la guerra de Independencia fue nombrado por la Junta de Cádiz, ministro de la Guerra y al regreso de Fernando VII éste lo hizo su ayudante de campo. Era liberal y amigo de don Rafael de Riego, así que cuando se restableció la Constitución de 1812 se le dio el mando de las provincias andaluzas, donde demostró su gran capacidad para el ejercicio de los cargos militares.
En 1821 el gobierno español lo nombró capitán general de la Nueva España y aunque ya no con el nombramiento propiamente dicho de virrey, sí con todos los privilegios a que tenían estos gobernantes. Llegó a Veracruz el 3 de agosto, allí mismo prestó el juramento ceremonial y recibió honores de virrey. Inmediatamente quedó enterado de que casi toda la Nueva España estaba con Agustín de Iturbide. Sabía que las Cortes habían resuelto dar a las posesiones españolas de ultramar gobiernos un tanto autónomos, tal y como lo proclamaba el Plan de Iguala, aunque sin dejar de pertenecer a la Corona española, sobre todo en los aspectos político y administrativo.
Estando en Veracruz dio una proclama dirigida al pueblo de la Nueva España, en la que manifestaba sus principios liberales que había aprendido en las logias masónicas y en la efervescencia política de la península; dirigió una carta a Iturbide por conducto del teniente coronel don Manuel Gual y del capitan don Pedro Pablo Vélez, invitándolo a una conferencia en el lugar que aquél eligiera. Aceptada la proposición por el general Iturbide, se designó a la ciudad de Córdoba para la reunión. Marchó O'Donojú en un coche, acompañado por el coronel Antonio López de Santa Anna, por el camino de Jalapa, y llegó el 23 a Córdoba; al día siguiente se entrevistó con Iturbide, se pusieron de acuerdo y firmaron los tratados que llevan el nombre de esa ciudad. Fue aceptado con apenas algunas correcciones lo convenido en Iguala, habiendo la posibilidad, muy segura, de que ningún miembro de la familia Borbón aceptase la Corona de Nueva España y ésta recayera en el propio Iturbide.
Los jefes españoles no aceptaron desde luego lo contenido en los Tratados de Córdoba, desconocieron la autoridad de O'Donojú y ocuparon militarmente las plazas de México y Veracruz, la fortaleza de San Carlos de Perote y el castillo de San Diego en Acapulco. Bloqueadas esas plazas se rindieron, menos la de Veracruz. El coronel Santa Anna, con la tropa a sus órdenes, atacó al brigadier Garíca Dávila que con su guarnición se estableció en San Juan de Ulúa, donde iba a durar cuatro años. El general don Francisco Novella se encontraba prácticamente sitiado en la capital por el Ejército de las Tres Garantías al mando de los generales don Vicente Guerro y don Nicolás Bravo, porque se negaba a reconocer como valederos los Tratados de Córdoba. O'Donojú simplemente le exigía que lo reconociera como autoridad, argumentando que el general Novella no tenía cargo legal alguno puesto que se había hecho del gobierno destituyendo a Apodaca con una rebelión.
El 13 de septiembre se concertó una reunión en la hacienda de La Patera, cercana a la Villa de Guadalupe, entre Iturbide, O'Donojú y Novella; allí acordaron de inmediato una suspensión de hostilidades; el 15 Novella dio a reconocer a O'Donojú como virrey y capitán general de la Nueva España y éste dispuso que las tropas realistas salieran de la capital. Cuando éstas partieron rumbo a Veracruz, el brigadier don José Joaquín de Herrera ocupó Chapultepec el 23, con la columna de granaderos y al día siguiente el general don Vicente Filisola, con 4,000 hombres, entró en México. Las tropas estacionadas en diferentes rumbos hicieron su entrada en la capital formando una columna al frente de la cual iba don Agustín de Iturbide. Era el jueves 21 de septiembre de 1821.
El Ejército Trigarante estaba formado por 7,616 infantes, 7,755 de caballería y 763 artilleros con 68 cañones. Al día siguiente se instaló la Junta Provisional Gubernativa compuesta por 34 personas, la cual después de decretar el Acta de Independencia del Imperio Mexicano, nombró una regencia compuesta por Iturbide como presidente y O'Donojú, con Manuel de la Bárcena, don José Isidro Yáñez y don Manuel Velázquez de León, quedando así consumada la Independnecia de México. O'Donojú, quien tenía 59 años, enfermó de un padecimiento pulmonar y murió el 8 de octubre de ese año, siendo sepultado con los honores de virrey en la Catedral de México.
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Sexagésimo primer virrey JUAN RUÍZ DE APODACA (Conde del Venadito)




Sexagésimo primer virrey
JUAN RUÍZ DE APODACA
(Conde del Venadito)


(1816-1821)Nació en Cádiz el 3 de febrero de 1754. Hijo de familia de comerciantes acomodados, ingresó en la Armada como guardia marina y tomó parte en la campaña contra los piratas argelinos, ascendiendo a alférez de fragata; estuvo en la América del Sur y en Inglaterra.

De 1781 a 1790 fue comandante de navíos de línea y después se encargó de las obras de reconstrucción de la dársena de Terragona. En octubre de 1802 fue nombrado comandante del arsenal de Cartagena, ya como jefe de escuadra, e hizo mejoras de gran importancia. Cuando sobrevino la invasión napoleónica tomó a su cargo la exigua flota espñola, cuya parte poderosa había sido destruida en la batalla de Trafalgar. Fue embajador plenipotenciario en Inglaterra y ejerció el cargo de capitán general de La Florida y de Cuba, el que desempeñó con tacto y recto criterio. Por sus servicios distinguidos fue agraciado con las cruces militares de San Fernando y San Hermenegildo.
          Aunque fue nombrado virrey de la Nueva España desde principios de 1816, hasta el 20 de septiembre del mismo año recibió el mando de manos del conde de Calderón, en los momentos en que el país se encontraba en estado de turbulencia. El nuevo virrey ofreció el indulto a los insurrectos. El carácter de Apodaca, inclinado a la compensión y a la clemencia, produjo muy buenos resultados. Muchos insurgentes aceptaron el perdón, dio la orden de que por ningún motivo se fusilase a quienes cayeran prisioneros. Prohibió que los muchachos volaran "papalotes", porque eso representaba un serio peligro ya que lo hacían desde las azoteas; revisó las cuentas y encontró que Calleja las había llevado con mucho cuidado; suspendió los empréstitos y sólo se sujetó a la recaudación de aduanas, impuestos y otras cuentas normales de la hacienda.
          La sociedad en general sintió simpatía por el virrey y parecía que la revolución iba apagándose por completo cuando se supo en México que el día 17 de abril de 1817 había desembarcado el caudillo liberal español don Xavier Mina, en Soto la Marina, de donde se puso en marcha con 308 voluntarios hacia el interior del país, para unirse a los insurgentes del Fuerte del Sombrero. Apodaca envió contra Mina y sus aliados una fuerte columna al mando del mariscal de campo don Pascual Liñán, quien después de una activísima campaña hizo prisionero a don Xavier Mina en el rancho del Venadito, cerca de Silao. Por esa victoria y siguiendo la costumbre napoleónica tan en boga, el virrey recibió el título de conde del Venadito, del cual muchos se burlaron.
          Recibió el flamante conde instrucciones de redoblar la vigilancia de las costas, porque se sabía que los marineros ingleses Cochrane y Wilson alistaban una expedición a la Nueva España; algunos insurrectos mexicanos reunidos en Nueva York y en Matagorda compraron un barco armado, con el que amenzaban el comercio de cabotaje en el Golfo de México, capturaron a una goleta armada por el comercio de Veracruz e hicieron fusilar al capitán. Como los ingleses y franceses, después de las guerras napoleónicas, se ocuparon mucho en ayudar a la independencia de las posesiones españolas, España estableció tres consulados en los Estados Unidos, que se encargaban de sus negocios y también de estar alertas sobre posibles intervenciones en la Nueva España como la de Guillermo Robinson que tenía grandes proyectos para darle nuevo impulso a la revolución, empezando por apoderarse de Altamira y Tampico, donde fue hecho prisionero y remitido a Cádiz, pero logró fugarse con la ayuda de los ingleses, en Gibraltar.
          Calleja había dispuesto que el depósito de tabaco de México se convirtiese en una fortaleza a la que el pueblo ha llamado la Ciudadela, donde Apodaca hizo almacenar armas y municiones que fueron poco a poco robadas. Apodaca ordenó que el brigadier don Francisco Novella recibiese el cargo de gobernador de la Ciudadela, pero la Audiencia se opuso. A Novella no le pareció digna de su empleo esa comisión y se enemistó con el virrey, por lo que a la larga Novella se le encargó destituyera a Apodaca. Este en verdad durante su gobierno tuvo más problemas suscitados por angloamericanos e ingleses que buscaban la independencia de la Nueva España para su particular conveniencia económica y de expansión territorial desde Estados Unidos, que por los grupos de sublevados que se mantenían en algunos fuertes en El Bajío, Veracruz y en el sur, sin que representara ninguno un serio problema.
          El 1º de enero de 1820 estalló en un lugar llamado Cabezas de San Juan, en la costa andaluza, la revolución el coronel don Rafael de Riego pidiendo la restauración de la Constitución de 1812 que había sido abolida por el déspota Fernando VII, quien amedrentado volvió a jurarla el 8 de marzo. Se dieron órdenes para que fuese jurada de nuevo la Constitución, en toda España y sus posesiones. En agosto el bergantín "Corza" trajo la disposición a Nueva España y Apodaca, por consejo de la Audiencia, no quería darla a conocer sino hasta que se resolviera lo que se estaba tratando en juntas secretas en la iglesia de La Profesa, las que acordaron declarar la independencia de la Nueva España para ofrecer su trono a Fernando VII y que éste gobernase en forma absoluta, sin Constitución alguna. Empero se necesitaba la acción de un jefe militar de prestigio. Entonces Apodaca propuso a Iturbide, relevándolo del proceso que se le seguía por los desmanes que había cometido en El Bajío. El general don Agustín de Iturbide recibió el mando de las tropas en el sur, al que había renunciado el coronel Armijo. Iturbide, quien tenía sus propias ambiciones, atrajo al jefe insurgente al que iba a combatir, general don Vicente Guerrero y de común acuerdo proclamaron la Independencia de México.
          El pueblo de Iguala, en el actual estado de Guerrero, fue formulado el plan que lleva su nombre, el día 2 de marzo de 1821. Se invitaba al virrey Apodaca a que se pusiera al frente del movimiento libertario. Apodaca rechazó el ofrecimiento, declaró traidor al rey a Iturbide y lo puso fuera de la ley enviando tropas a combatirlo; pero en todas partes se sublevaron esas tropas, reconociendo a Iturbide como su jefe y sumándose al movimiento libertario.
          Los realistas declararon inepto a Apodaca y el 5 de junio de ese mismo año aglunos jefes militares resolvieron destituirlo, quedando al general don Francisco Novella como encargado del mando militar y del gobierno. Apodaca fue enviado a España para que se le instruyese proceso, del cual salió absuelto; se le restituyó en el servicio y murió en Madrid el día 11 de enero de 1835, siendo capitán general de la Armada española.
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Sexagésimo Virrey Félix María Calleja del Rey Bruder Losada Campaño y Montero de Espinosa




Sexagésimo Virrey

Félix María Calleja del Rey Bruder Losada Campaño y Montero de Espinosa (Medina del Campo, 1º de noviembre de 1753 - Valencia, 24 de julio de 1828), fue un destacado militar y político español, I Conde de Calderón, 2º Jefe Político Superior de Nueva España desde el 4 de marzo de 1813 hasta el restablecimeinto del absolutismo y 47º virrey de la Nueva España, desde 1814 hasta el 20 de septiembre de 1816, durante la guerra de independencia de México. Se distinguió por sus métodos expeditivos contra la insurgencia, a la que prácticamente desarticuló, tanto antes de ocupar el cargo de Virrey, como al frente de éste.
Nació el 1º de noviembre de 1753 en Medina del Campo, Valladolid. Hijo de familia inglesa, se educó en España. Ingresó a muy temprana edad en el servicio de las armas, donde se distinguió por su inteligencia y se especializó en cartografía militar. Participó en la fracasada expedición a Argel de 1775. Siendo teniente, intervino en la reconquista del puerto menorquín de Mahón en 1782 y, ese mismo año, en el mes de septiembre, se encontraba entre las tropas que sitiaron infructuosamente Gibraltar.
Capitán y director del Colegio Militar de El Puerto de Santa María desde 1784 hasta 1788, Félix María Calleja del Rey llegó a México en 1789 acompañando al II Conde de Revillagigedo, cuando este tomó posesión como virrey. Hombre de gran seriedad y rigor, Calleja ocupó en un primer momento el cargo de capitán de infantería en el regimiento de Saboya, que cambió por el del regimiento de Puebla. Luego fue promovido a comandante de la brigada de infantería de la Intendencia de San Luis Potosí. Bajo el gobierno del virrey Miguel José de Azanza, reprimió con severidad las rebeliones de este sector del virreinato. También luchó contra indios de las praderas y los filibusteros angloamericanos que se infitraban en el lejano y casi despoblado territorio tejano. Bajo sus órdenes estaba el entonces comandante Ignacio Allende, que posteriormente se convertiría en uno de los héroes de la Independencia mexicana. El 26 de enero de 1807 contrajo matrimonio con doña Francisca de La Gándara, hija de don Manuel Jerónimo de la Gándara, dueño de la hacienda de Bledos. En la Iglesia de San Sebastián de San Luis Potosí, bendijo el matrimonio Mateo Braceras, cura del lugar; y fueron padrinos el coronel don Manuel José Rincón Gallardo y doña Ignacia de la Gándara.

Campaña contra los independentistas mexicanos

El ejército insurgente, después de la exitosa y relativamente breve campaña en 1810, a las órdenes del cura Hidalgo, decidió retirarse hacia Valladolid. Ante los vandálicos excesos cometidos por los rebeldes de Hidalgo en Guanajuato, el virrey Francisco Javier Venegas ordenó a Calleja, ahora brigadier de la división de caballería, marchar a la Ciudad de México en su auxilio: los insurgentes habían cosechado una importante victoria —muy onerosa en vidas y haberes, sin embargo— sobre las fuerzas virreinales en el Monte de las Cruces. En las planicies de Aculco, se enfrentó por primera vez con los insurgentes, y los derrotó por completo. Las deserciones fueron cuantiosas y se capturó a unos seiscientos rebeldes, así como armamento y otras pertenencias. Calleja derrotó decisivamente a los insurgentes en la batalla de Puente de Calderón, cerca de Guadalajara, donde infligió terribles bajas a los alzados. El remanente de sus fuerzas se trasladó hacia el norte del país, donde los principales líderes serían capturados. Miguel Hidalgo, Allende y otros jefes fueron presos y llevados a consejo de guerra, sentenciados y fusilados en Chihuahua. Como recompensa por su victoria, el teniente general Félix María Calleja recibiría el título de conde de Calderón.
Después de eso reconquistó Guanajuato y, a principios de 1811, Guadalajara.
Las 4,000 tropas iniciales de Calleja se convertirían en la base de los leales a la Corona, y pelearían contra López Rayón y el cura Morelos.

Virrey de la Nueva España

Después de fracasar en el sitio de Cuautla, que Morelos logró romper después de 72 días, Calleja regresó a la ciudad de México. Su casa se convirtió en centro de reunión de los descontentos con el Jefe Político Superior Venegas, a quien consideraban incapaz de someter a los rebeldes. El 28 de enero de 1813 recibió el cargo de Jefe Político Superior (según la flamante Constitución de Cádiz), en reemplazo de Venegas, pero no tomó posesión hasta el 4 de marzo.
Con la actividad, energía y capacidad que lo caracterizaban, puso manos a la obra para reorganizar el gobierno, la hacienda pública en bancarrota y el ejército mal pertechado, al que se debían varias soldadas. Calleja confiscó las propiedades de la Inquisición, abolida en España por la constitución de Cádiz de 1812. Entre otras medidas, solicitó un préstamo de dos millones de pesos al sector comercial e hipotecó las alcabalas. Con el dinero obtenido organizó un ejército poderoso y bien equipado, pagado y disciplinado, que llegó a los 39.000 hombres, además de 44.000 milicianos distribuidos entre la población civil. También restableció el libre comercio y reorganizó el servicio postal, interrumpidos ambos por los ataques de los insurgentes.
Mientras tanto, Morelos continuaba sus brillantes campañas por el sur del país, buscando al mismo tiempo una base política para su movimiento. En 1814 proclamaría una constitución en el Congreso de Apatzingán. Con la llegada del Deseado Fernando VII, se restableció la normativa imperante hasta 1808, y se abolió la constitución de Cádiz. Con esto Calleja del Rey pasó de ser Jefe Político Superior de Nueva España a ser Virrey de la Nueva España, con una jurisdicción territorial mucho más amplia.
El jefe realista Agustín de Iturbide venció a las fuerzas de Morelos en la batalla de las Lomas de Santa María, frente a Valladolid. El ejército insurgente se dispersó, y el propio jefe de la independencia cayó prisionero poco después.
El 22 de diciembre de 1815, con el fusilamiento de Morelos, la rebelión parecía llegar a su fin. Sin embargo, gracias a la resistencia de caudillos como Vicente Guerrero (único que se mantuvo en pie de guerra durante toda la insurgencia), el movimiento independentista no se extinguió por completo, e incluso recibió nuevos ánimos con la breve intervención del jefe español Francisco Javier Mina, que llegó a combatir por la independencia, aunque pronto fue derrotado y fusilado.
Calleja fue un hombre brillante y resuelto, pero de escasos escrúpulos, que no se detuvo ante nada para acabar con los rebeldes (por ejemplo, diezmó y quintó —hizo ahorcar a uno de cada diez o de cada cinco— a los varones de aldeas y pueblos que habían apoyado la rebelión o recibido en paz a sus contingentes). Permitió a sus comandantes numerosos abusos, siempre y cuando sirvieran con efectividad la causa realista, y fue profundamente odiado por sus contemporáneos. Amigo y protector de Agustín de Iturbide, Calleja y sus medidas brutales, hábilmente exageradas por los insurgentes, provocaron a la postre un rebrote rebelde. La gente comenzó a ver en estos actos una muestra de la injusticia del gobierno realista. Algunos de los mismos realistas, temerosos de perder sus elevadas y lucrativas posiciones con tan enérgico virrey, lo acusaban de ser la causa principal por la que seguían en armas algunas partidas de insurgentes después de la muerte de Morelos.
Las quejas contra el gobierno de Calleja fueron escuchadas en Cádiz, por lo que fue relevado del gobierno virreinal el 20 de septiembre de 1816. Antes de partir a España, dejó el apellido Calleja y su descendencia en México.

Regreso a España

A su regreso a España en 1818, se le concedieron las más altas distinciones militares, las grandes cruces de Isabel la Católica y San Hermenegildo, y el título de Conde de Calderón. Reconociendo su saber hacer, fue asimismo nombrado capitán general de Andalucía y gobernador de Cádiz (1819), y Fernando VII le encargó, a iniciativa del marqués de Casa Irujo, la organización de un ejército para reconquistar los territorios ultramarinos de España. Este ejército, al mando del conde de La Bisbal, sería el que se alzaría en Las Cabezas de San Juan (Sevilla) el 1º de enero de 1820, lo que dio inicio al Trienio Constitucional y acabó con cualquier esperanza de restaurar el dominio español en América. Fue lider de la organización conocida como Priorato de Sión desde 1801 hasta 1818. Hecho prisionero por Rafael de Riego, Calleja permaneció encarcelado en Mallorca hasta la restauración absolutista de 1823, cuando volvió al servicio como capitán general de Valencia, cargo que había ocupado anteriormente el también absolutista Francisco Javier Elío, y que él desempeñaría hasta su muerte en 1828.

Predecesor:
Francisco Javier Venegas de Saavedra
Jefe Político Superior de Nueva España
1813 - 1814
Sucesor:
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Predecesor:
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Virrey de la Nueva España
1814 - 1816
Sucesor:
Juan Ruiz de Apodaca

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Quincuagésimo noveno virrey FRANCISCO JAVIER VENEGAS




Quincuagésimo noveno virrey
FRANCISCO JAVIER VENEGAS
(Marqués de la Reunión de la Nueva España)
(1810-1813)

 Nació en Córdoba, a mediados del siglo XVIII. Inició estudios de la carrera literaria, aunque prefirió servir en el ejército donde ascendió por riguroso escalafón hasta teniente coronel.
Tomó parte en la campaña contra la República francesa y ya estaba retirado del servicio cuando se produjo la invasión napoleónica a España. Intervino en la batalla de Bailén y fue nombrado comandante del ejército de Andalucía. Prestó valiosos servicios en la campaña, por lo que fue nombrado gobernador de Cádiz, donde residía el gobierno Central de España y al estar desempeñando esta comisión dicha Junta lo nombró virrey de la Nueva España, por lo que se apresuró a embarcar hacia Veracruz a donde llegó el 25 de agosto de 1810. Recibió el gobierno, de la Audiencia, en la Ciudad de México, el 14 de septiembre.
          Una de sus primeras medidas fue poner en ejecución el decreto por el cual se suspendía los tributos a indios y mulatos. Se mostró desde un principio hombre de pocas palabras, activo, sanguinario y calculador. Dos días después de haber tomado posesión el cargo supo de la insurrección del cura del pueblo de Dolores, don Miguel Hidalgo y Costilla. Venegas hizo que el ejército interviniera para sofocar la rebelión, que sabía no era un motín simple; pidió a las autoridades eclesiásticas que predicaran contra la insurgencia; como movió a todas las tropas para combatir a los insurrectos, la ciudad quedó sin guarnición.
          Supo de la captura de Guanajuato y Valladolid por los insurgentes, nombre con que el propio Venegas empezó a llamarlos, tal y como franceses llamaban a los insurrectos en España. Hizo llamar apresuradamente al regimiento de las Tres Villas, con tropa levantada en Córdoba, Jalapa y Orizaba, y recibió el contingente de 500 negros libertos de las haciendas de don Gabriel de Yermo. Este núcleo tan poco numeroso fue puesto a las órdenes del teniente coronel don Torcuato Trujillo, quien al saber que los insurgentes marchaban con dirección a la capital del virreinato, de Tepetongo a Toluca, salió para ocupar esta ciudad que tuvo que abandonar para replegarse al cañón conocido como el Monte de las Cruces, donde fueron derrotados los realistas el 29 de octubre del mismo año de 1910, logrando apenas escapar Trujillo, Iturbide y otros jefes.
          Venegas, muy alarmado, recurrió a algunos voluntarios armados con los que se formó un batallón, situándolo en el Paseo Nuevo. El cura Hidalgo, por una indecisión hasta ahora no explicada, dispuso la retirada con dirección a Valladolid. Venegas había mandado órdenes al general don Félix María Calleja, quien se encontraba en la hacienda de La Pila, en San Luis Potosí, para que marchara en auxilio de la Ciudad de México. En la marcha de Querétaro a México, la división de Calleja encontró a los insurgentes en los llanos de San Jerónimo Aculco, donde les inflingió una aparatosa derrota.
          Continuando la campaña, Calleja derrotó a los insurgentes en el Puente de Calderón. Posteriormente, en 1811, los principales jefes rebeldes fueron hechos prisioneros en Acatita de Baján y Venegas creyó terminada la rebelión; pero entonces quedó informado de las actividades de don Ignacio López Rayón y de los triunfos en el sur del cura don José María Morelos. Por otro lado la Junta de Cáidz, que había formulado y puesto en vigor la primera Constitución, giró órdenes para que en todas las posesiones españolas fuese publicada la vigencia de ese importante documento. Venegas, que no era liberal, y en consecuencia partidario del absolutismo, retrasó 24 dias la publicación de dicha Constitución.
          Como las guerrillas recorrían todo el territorio, cuando Venegas proclamó la Carta Magna de Cáidz ya había declarado en estado de guerra a la Nueva España, por lo que dicha Constitución resultaba inútil. Todo prisionero hecho por las tropas realistas era fusilado inmediatamente, la menor sospecha de colaboración con los insurrectos era motivo para que cualquier persona fuera detenida y enviada a prisión.
          La Junta de Cádiz culpó a Venegas de que con sus arbitrariedades impedía la pacificación de la Nueva España, mientras que el partido español y la Audiencia de México lo acusaban de no impulsar la campaña con energía para acabar con los focos de rebelión. Aunque se giraron órdenes para que entregara el virreinato desde septiembre de 1812, hasta el 4 de marzo de 1813 ocurrió el cumplimiento de dicha disposición. Inmediatamente volvió a España, donde le recompensaron sus servicios con los títulos nobiliarios de marqués de la Reunión y de Nueva España. Murió en 1818, siendo capitán general en Galicia.
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Quincuagésimo séptimo virrey PEDRO DE GARIBAY




Quincuagésimo séptimo virrey
PEDRO DE GARIBAY
(Mariscal de Campo)
(1808-1809)


 Nadie más inapropiado para gobernar al país en momentos tan turbulentos como el mariscal de campo don Pedro Garibay, nacido en Alcalá de Henares en 1729. Hizo la carrera de las armas desde soldado y tomó parte en varias acciones en Portugal, Italia y Marruecos. Pasó a la Nueva España como instructor de tropas provinciales, en 1783 ascendió a coronel y en 1789 a general. Como ya estaba viejo y enfermo, el virrey Azanza lo promovió a mariscal para darle un honorable retiro.
Garibay era de baja estatura, decrépito, tímido, sin prestigio alguno y carente de inteligencia. Ascendido a un puesto que ni remotamente pretendiera, se convirtió en títere movido por los “parianeros”, como el populacho llamaba a los revoltosos de Yermo. Garibay firmaba todos los documentos que le llevaran los miembros de la Audiencia, siendo los primeros las órdenes de aprehensión en contra de los licenciados Azcárate, Verdad y Ramos, el abad de la Villa de Guadalupe don José Beye Cisneros, el canónigo Beristáin, el licenciado Cristo que era secretario de Iturrigaray y el padre mercedario fray Melchor de Talamantes. Todos quedaron detenidos en la cárcel del Arzobispado, menos Talamantes que fue enviado a la Inquisición.
          Los “parianeros” se creían dueños de la situación, se daban aires de salvadores de la patria y resolvieron organizarse militarmente con el nombre de “Realistas Fieles” o “Patriotas de Fernando VII”, adoptando un uniforme de chaqueta azul, como bata de trabajo de tendero, por lo que el pueblo burlista les llamó “los chaquetas”. Estos tipos, que iniciaron a México en el uso de los cuartelazos, no solamente influían en el gobierno, sino que cometían abusos y tropelías, aprehendiendo a quien se les antojaba. El virrey se ocupó en activar los procesos de los reos. De todos ellos, quienes en verdad habían tomado parte en los sucesos serían Azcárate, Verdad y Ramos y el padre Talamantes. Este fue enviado a Veracruz, en donde enfermó de fiebre amarilla sin que se le prestara ayuda alguna ni le quitasen las cadenas sino hasta después de muerto. Al licenciado Cristo se le destituyó de la auditoría de guerra, en la que trabajaba; a Azcárate se le tuvo preso hasta 1811 y a los demás prisioneros se les mandó a España o se les puso en libertad después de algún tiempo. En cuanto al licenciado Verdad, tuvo un fin misterioso: murió en la cárcel del Arzobispado, no se sabe si ahorcado o envenenado.
          A iturrigaray le siguieron dos procesos: uno por infidencia, que terminó con la amnistía de 1810, y el de residencia por el que tuvo que pagar una gran cantidad de dinero. Los abusos de los “Voluntarios de Fernando VII” fueron tan graves que Garibay tuvo que alistar un regimiento de dragones para su escolta personal, al mismo tiempo que ordenaba la disolución de los “Voluntarios”, enviándolos a su casa. Aunque no se tomó oficialmente la decisión de reconocer como gobierno superior a ninguna junta española, prácticamente Garibay aceptaba como única a la de Sevilla, porque obedecía todas sus disposiciones. Cuando algunos triunfos sobre los franceses permitieron unificar la dirección de los asuntos, la Nueva España reconoció a la única junta directriz que era la de Aranjuez, a la que Garibay envió un donativo de doscientos mil pesos además de novecientos mil remitidos por concepto de recaudaciones de la hacienda pública.
          La Junta de Aranjuez dispuso, entre otras cosas, que cada una de las colonias nombrara un diputado que la representa en dicha Junta, pero esta disposición dio resultado contraproducente porque en Nueva España el partido españolista pensó que eso era iniciar la autonomía en el gobierno de cada colonia, mientras que los criollos consideraron mezquino que sólo se concediese un representante, que nunca haría valer su opinión.
          Con mucho cuidado se vigilaba a los viajeros procedentes de los Estados Unidos, porque allí se encontraban agentes franceses enviados por José Bonaparte para producir sublevaciones en las posesiones españolas. Un hermano de Fernando VII, monarca reconocido por todos los españoles, estaba internado en Francia casi en calidad de prisionero, por lo que su hermana, la princesa Carlota Joaquina, hacía gestiones para que fuese aceptado por la Junta de Aranjuez su hijo el príncipe don Pedro, como regente de la Nueva España. Como la alianza con Inglaterra permitió un seguro comercio con la metrópoli, se intensificó la construcción de barcos mercantes y de otros muy ligeros para sostener una comunicación constante. El 19 de julio de 1809 cesó el mando del virrey don Pedro Garibay, quien resolvió marchar a España; pero su condición económica era tan precaria que el opulento don Gabriel de Yermo le asignó una pensión de quinientos pesos mensuales. Más tarde se le premió con la condecoración de Carlos III y una pensión vitalicia de 10,000 pesos al año, con el grado de teniente general. Murió Garibay a los ochenta y seis años, el 7 de julio de 1815.
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Quincuagésimo sexto virrey JOSÉ DE ITURRIGARAY




Quincuagésimo sexto virrey
JOSÉ DE ITURRIGARAY
(Coronel del Ejército Real)
(1803-1808)


Aunque de origen vizcaíno este virrey era de Cádiz, donde nació en 1742 de una familia de comerciantes adinerados.
Sirvió en la milicia e hizo las campañas contra los revolucionarios franceses, distinguiéndose por su valor. Era un tipo ambicioso y tan rapaz como el marqués de Branciforte. Cuando llegó a Veracruz hizo pasar por la aduana un cargamento muy grande, libre de derechos, diciendo que formaba parte de su equipaje particular y era contrabando. Tan pronto como arribó a México hizo un viaje a Guanajuato, con el pretexto de activar la construcción de la Alhóndiga de Granaditas, pero en verdad para recoger un regalo de mil onzas de oro que le hacían los mineros de aquella ciudad. De regreso a México inauguró la estatua ecuestre de Carlos IV que había mandado hacer el marqués de Branciforte.
          Como la Corte española no tenía límite en exigir dinero, Iturrigaray dio cumplimiento al mandato de enajenación de bienes de obras pías y de no haberse opuesto los propietarios, tal medida hubiera hundido en la miseria al país. Se recibieron noticias del nuevo estado de guerra existente entre España contra Inglaterra e Iturrigaray ordenó levantar tropas provinciales par ser acantonadas en Jalapa. Poco tiempo después Napoleón invadió a España con el pretexto de la alianza de 1807, engañando al torpe rey Carlos IV y al odiado ministro Godoy. Cuando los franceses estaban ya en las inmediaciones de Madrid la familia real quiso embarcar hacia la Nueva España; pero la idea fue mal recibida por el pueblo, que por oponerse a la salida de los monarcas se amotinó en Aranjuez el 17 de marzo. Godoy fue aprehendido y ultrajado por la muchedumbre, que lo despojó de sus dignidades y estuvo a punto de matarlo. Carlos IV y el príncipe Fernando fueron a Bayona, en donde Napoleón hizo que los dos renunciaran a la Corona de España a favor del propio Napoleón, que a su vez nombró rey a su hermano José.
          El 2 de mayo, al llevarse para Francia al infante don Francisco, niño aún, el pueblo de Madrid se levantó en armas arrojándose en masa sobre los franceses. Aquélla fue la señal de guerra y por todas partes se organizaron juntas provisionales que pretendían gobernar a nombre de Fernando VII. En México se supo de estos acontecimientos el 23 de junio y el 19 de julio el Ayuntamiento, formado por criollos, dirigió al virrey una representación que decía que en ausencia del monarca legítimo la soberanía residía en el reino, por lo que mientras en la metrópoli durara aquella situación la Nueva España debía gobernarse por las leyes vigentes, continuando el virrey en su cargo sin entregarlo a nadie, ni aun a la misma España mientras ésta estuviera ocupada por los franceses. La Audiencia desaprobó la representación, porque tendía a establecer una independencia provisional.
          A solicitud del Ayuntamiento fue celebrada el 9 de agosto una nueva junta en la que el síndico, licenciado don Primo Francisco de Verdad y Ramos manifestó que en virtud de las circunstancias la soberanía había recaído en el pueblo, por lo que debía constituirse como mejor conviniera mientras que Fernando VII estuviese ausente. Los miembros de la Audiencia declararon que aquella representación era sediciosa y subversiva y el inquisidor don Bernardo Prado y Ovejero la declaró herética y anatematizada. La Junta volvió a reunirse el 31 de agosto, con la presencia del coronel don Manuel de Jáurgui y del capitán de fragata don Juan Gabriel Javat, enviados por la Junta Suprema de Sevilla para que pidieran al gobierno novohispano que la reconociera; pero esa misma noche recibió el virrey unos documentos girados por la Junta de Oviedo, manifestando la misma petición.
          Se citó a una nueva sesión para el primero de septiembre, en la que don Jacobo de Villaurrutia propuso que se convocase a una junta general con representantes de todo el reino, lo que fue rechazado. El padre peruano fray Melchor de Talamantes presentó al Ayuntamiento un cuidadoso estudio en el que decía, en términos generales, que se habían roto todos los vínculos con la metrópoli; que habían de formularse leyes regionales, que la Audiencia no podía hablar en nombre del rey, puesto que éste había desaparecido y que en consecuencia la representación nacional correspondía al pueblo. Con todos estos incidentes se puso de manifiesto una abierta pugna entre el partido español representado por la Audiencia y el americano compuesto por los criollos que constituían el Ayuntamiento. Hubo nueva reunión el día 9, la cual resultó tumultuosa. El virrey fingió querer renunciar y el Ayuntamiento le rogó que continuara en su puesto; el alcalde de Corte, el criollo dominicano don Jacobo de Villaurrutia, volvió a proponer que el virrey siguiese en su cargo y que se eligiera en las intendencias a diputados que formasen unas verdaderas cortes que sirvieran de cuerpo consultivo al virrey; que se buscase la manera de sustituir las facultades que tuvo el Real Consejo de Indias, que se negociara con los Estados Unidos y con los ingleses lo concerniente al mantenimiento de la paz y que se enviase un comunicado a Napoleón para hacer saber que la América no estaba dispuesta, por ningún motivo, a reconocer su mandato.
          Los criollos se manifestaron en forma tumultuosa, apoyando la proposición de Villaurrutia; pero los peninsulares atacaron furiosos y declararon que cualquier junta que se hiciera seria del todo ilegal y de desobediencia al rey y a la monarquía. La reunión que terminó en un espantoso desorden fue pospuesta para otra fecha, pero ya no iba a celebrarse por el desarrollo de los acontecimientos.. Los oidores, al ver que el virrey favorecía al partido criollo, decidieron de acuerdo con los comerciantes españoles más ricos recurrir a la violencia antes que consentir cierta autonomía a la Nueva España. El virrey, de su parte, obrando por la buena, dictó algunas disposiciones que fueron interpretadas malévolamente por los del partido español en el que había muchos criollos por cierto. Estas disposiciones fueron, entre otras, las órdenes de que se le concedieran cuatrocientos mil pesos al consulado de Veracruz, de tendencias liberales, para que terminase de construir el camino a aquel puerto; el nombramiento de algunos criollos para altos cargos en la administración y la última, que más precipitó las cosas, la orden girada al regimiento de dragones de Aguascalientes, acantonado en Jalapa, que estaba al mando de un íntimo amigo de Iturrigaray, el coronel don Ignacio Obregón. Había que obrar pronto.
          Se formó una conspiración para aprehender y destituir al virrey. Encabezaba esta rebelión don Gabriel del Yermo, individuo que no llegaba a los cuarenta años, riquísimo, vizcaíno de origen, que no le tenía afecto a Iturrigaray por algunos negocios turbios, y lo secundaban todos los comerciantes españoles de un centro de compra-venta que estaba en parte de lo que hoy es el Zócalo y al que la gente llamaba El Parián, los oidores Aguirre y Bataller, el arzobispo y los jueces de la Inquisición, quienes resolvieron actuar antes de que llegara la tropa. Se trataba de asaltar el palacio y apoderarse de la persona de Iturrigaray. Se armó a los dependientes y mozos de confianza y se compró a la guardia de palacio.
          A las doce de la noche del 15 de septiembre de 1808 se reunieron en grupos aislados los conjurados en los portales cercanos a palacio, siendo unos quinientos o más hombres bien armados que marcharon contra la guardia, descuidada seguramente. El centinela marcó el alto y como no le respondieron hizo fuego. Los hombres de Yermo de dos o tres balazos mataron al soldado e irrumpieron a la carrera en las habitaciones del virrey y su familia, que estaban dormidos. Los aprehendieron sin la menor resistencia y fue conducido el primero a la Inquisición, para hacer creer al populacho que se le detenía por hereje; a la virreina y a sus hijos se les llevó al convento de San Bernardo.
          El hecho, además de la muerte del centinela, no dejó de ser muy violento porque algunas puertas de los alojamientos virreinales fueron derribadas a hachazos. La virreina fue soezmente insultada y algunas alhajas que estaban en un mueble desaparecieron. Se levantó un acta para asentar los bienes recogidos, objetos de oro y plata, dinero en efectivo en piezas de oro y documentos que amparaban préstamos a rédito por una cantidad superior al millón de pesos. En fin, lo que se recogió puso de manifiesto que la familia Iturrigaray supo aprovecharse de su situación para enriquecerse.
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Quincuagésimo quinto virrey FÉLIX BERENGUER DE MARQUINA




Quincuagésimo quinto virrey
FÉLIX BERENGUER DE MARQUINA
(Oficial de marina, gobernador de las islas Marianas en el Pacífico)
(1800-1803)

Era de orígen humilde. Desde muy joven estuvo embarcado en los navíos de guerra y el 30 de abril de 1754 presentó examen como guardiamarina y sirvió en barcos de guerra, en el Mediterráneo y en el Atlántico.
Hombre estudioso, llegó a ser maestro de matemáticas y de astronomía en la Academia Naval de Cartagena y después director del Cuerpo de Pilotos de la Armada. En 1789 se le encargó la gobernación de las islas Marianas, que desempeñó hasta 1795 en que regresó a España a ocupar cargos en la administración de la Marina; ascendió a teniente general de la Armada española y el 8 de noviembre de 1799, Carlos IV lo nombró virrey de la Nueva España.
          Era tenaz, honrado y valiente, con buena preparación en su profesión, pero de poca capacidad para los cargos de gobierno. En 1800, al hacer la travesía de Cuba a Veracruz fue hecho prisionero por los ingleses que lo remitieron a Jamaica, en donde lo trataron con muchas consideraciones al grado de que le permitieron embarcar hacia Veracruz. El 29 de marzo del mismo año recibió el mando del Virreinato en la villa de Guadalupe y entró a la ciudad de México al día siguiente. Como sabía que los ingleses podían desembarcar en Veracruz, hizo reforzar las guarniciones de Ulúa y del propio puerto; también reforzó los presidios del norte para rechazar a los angloamericanos, que frecuentemente trataban de establecerse en aquellas lejanas comarcas. A Marquina le tocó entregar a Francia el gran territorio de la Luisiana, que al poco tiempo fue vendido por Napoleón a los norteamericanos.
          En enero de 1801 fue denunciada una conspiración encabezaa por el oficial de Marina don Francisco Antonio Vázquez, pero se la consideró sólo supuesta por no haberse podido comprobar absolutamente nada. En el mismo enero un cacique indígena llamado Mariano, de la sierra de Tepic, promovió una sedición tratando de restablecer la monarquía de Moctezuma y mezclándola con la religión puesto que los sublevados, que eran muchos, tenían como bandera una imagen de la Vírgen. Cuando el señor Fernando Abascal, presidente de la Audiencia de Guadalajara, tuvo conocimiento de la sedición, dio órdenes para que el capitán de marina Salvador Hidalgo y el jefe de milicias Leonardo Pintado, marchasen contra los rebeldes, que fueron derrotados. Pacificada la comarca los indios prisioneros fueron enviados a Guadalajara, aunque Mariano logró escapar.
          El 9 de septiembre de 1802 se hizo pública la paz con Inglaterra, por lo que el comercio de ultramar se benefició; pero Marquina, disgustado porque habían desaprobado algunas de sus dispocisiones, renunció al cargo y habiéndosele aceptado entregó el gobierno el día 4 de enero de 1803. Marquina regresó a España, tomó parte en la guerra contra los franceses y murió en Alicante, su ciudad natal, el 30 de octubre de 1826.
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Quincuagésimo cuarto virrey MIGUEL JOSÉ DE AZANZA




Quincuagésimo cuarto virrey
MIGUEL JOSÉ DE AZANZA
(Político y diplomático navarro)
(1798-1800)



Vino a América a los 17 años, acompañando a su tío don José Martín de Alegría; fue secretario del visitador don José de Gálvez y con él recorrió la Nueva España y conoció muchos de sus grandes problemas. En 1771 causó alta como cadete en un regimiento de infantería en España, pero se separó pronto de la milicia para entrar en el servicio diplomático y fue secretario de la embajada española en San Petersburgo y encargado de negocios en Berlín. En 1793 fue ministro de la Guerra, cargo que debe haber desempeñado con eficiencia porque duró tres años en él cuando existía beligerancia contra Francia. Cuando fue nombrado virrey muchas personas lo tomaron como un discreto destierro porque Godoy quería deshacerse de él debido a las fuertes críticas que le hizo. Al fin tomó posesión del cargo el 31 de mayo de 1798 y fue muy bien recibido porque todo mundo deseaba que cambiaran las cosas tan mal hechas por la sórdida avaricia de Branciforte, inmoral y ladrón.
          El virrey Branciforte había hecho una considerable concentración de tropas en Jalapa, lo que costaba mucho dinero a la hacienda novohispana, por lo que Azanza fue retirándolas poco a poco, sobre todo a los regimientos de milicias provinciales que marcharon a sus lugares de origen. Con el dinero así economizado se fortificó y artilló muy bien al puerto de San Blas y estaba ocupado Azanza en estos asuntos durante los dos primeros años de su administración, cuando en 1799 fue descubierta la primera conjuración a la que el pueblo llamó “de los machetes”.
          Don Pedro de la Portilla, criollo y empleado en la oficina de recaudación de derechos, estuvo tratando con unas 20 personas sobre la situación que guardaban los criollos en relación con los españoles peninsulares, por lo regular gente inculta. De acuerdo todos se decidieron a levantarse en armas para arrojar del país a los “gachupines”, como desdeñosamente se les decía a los peninsulares, para lo cual fueron reuniendo algunos sables viejos. Se apoderarían de la personal del virrey, cuyo puesto ocuparía Portilla; proclamarían la independencia del país y declararían la guerra a España. Contaban los conjurados con 1,000 pesos de plata, dos pistolas y unos 50 sables y machetes. En la segunda reunión que tuvieron, don Francisco de Aguirre, pariente de Portilla, se alarmó ante lo que se tramaba y los denunció a las autoridades; fueron aprehendidos todos y estuvieron en prisión muchos años sin que se ventilara su causa.
          Azanza poco o nada se ocupó del mejoramiento de la ciudad. Se venció el contrato de los mineros alemanes, a quienes se les pagó puntualmente sus sueldos y se les dio una gratificación. Casi todos regresaron a su patria y uno de los que se quedaron, don Luis Lidner, se encargó de las cátedras de química y metalurgia en el Real Colegio de Minas, en donde era alumno el joven potosino don Mariano Jiménez, quien andando el tiempo iba a ser uno de los héroes de la independencia. Las milicias fueron distribuidas en brigadas y recibió el mando de la de San Luis Potosí el brigadier don Félix María Calleja, quien había venido con el conde de Revillagigedo e iba a ser el sexagésimo virrey de Nueva España, de 1813 a 1816. Azanza fue removido y regresó a España, donde desempeñó comisiones muy importantes. Fue “afrancesado”, partidario de Napoleón, por lo que al ser derrotados los franceses en España tuvo que emigrar; en ausencia fue sentenciado a muerte y sus bienes confiscados. Había recibido de José Bonaparte el título de duque de Santa Fe. Murió en Burdeos, Francia, el 20 de junio de 1826, en medio de la mayor pobreza.
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Quincuagésimo tercer virrey MIGUEL DE LA GRÚA TALAMANCA Y BRANCIFORTE




Quincuagésimo tercer virrey
MIGUEL DE LA GRÚA TALAMANCA Y BRANCIFORTE
(Marqués de Branciforte)
(1794-1798)


De origen italiano, fue capitán general del ejército español; tenía título de Grande de España.
Fue nombrado virrey por estar casado con doña María Antonia Godoy, hermana del primer ministro don Manuel Godoy, llamado el Príncipe de la Paz. El 15 de junio de 1794 llegó a Veracruz y el 12 de julio tomó posesión del gobierno. Este virrey, protegido por un primer ministro inmoral, se ocupó principalmente de obtener dinero para él, y por eso, bajo el pretexto del estado de guerra que existía entre España y Francia revolucionaria, hizo secuestrar todos los bienes de los franceses residentes en Nueva España y en Luisiana, que no eran pocos, de cuya venta se quedó con gran parte.
          Para mediados de julio de 1795 el ministro Godoy, representando a España, hizo la paz con los franceses, pero en Nueva España no dejaba de vigilárseles. En ese entonces y desde la época del despotismo ilustrado de Carlos III, la Inquisición había dejado de perseguir herejes y luteranos para ocuparse de la gente con las ideas políticas propagadas por filósofos y economistas, que habían movido a los revolucionarios franceses. Al gobierno del virrey Branciforte le tocó entrar en negociaciones con los Estados Unidos de América para marcar límites entre los dos países. Entre las personas comisionadas por el gobierno virreinal estaba un religioso peruano residente en México, especializado en cosmografía y matemáticas, fray Melchor de Talamantes, quien fue de los encargados de trazar la colindancia con la joven república del norte.
          Sin hacer caso a los consejos del conde de Aranda, brillante político y economista español, la Corona hizo que se redoblaran las medidas de vigilancia contra los norteamericanos, sólo por considerárseles revolucionarios como a los franceses y no por sus ambiciones expansionistas. Branciforte de todo sacaba partido para hacerse de dinero porque francamente se trataba de un sujeto indigno y ladrón, uno de los más malos gobernantes que tuvo la Nueva España.
          Hizo vender los empleos y los grados militares. Cuando España, en paz con Francia, declaró la guerra a Albión, el virrey Branciforte se aprovechó incautando en su beneficio las propiedades e intereses de ciudadanos ingleses; por halagar la vanidad del monarca contrató los servicios del arquitecto don Manuel Tolsá para que hiciera una gran estatua ecuestre de Carlos IV, para halagar también al ministro Godoy. Se notó mucho contraste entre la honradez y virtudes del conde de Revillagigedo y la rapacidad e ineptitud de Branciforte, quien empezó por favorecer a los enemigos de aquel gobernante emérito hasta lograr que el Ayuntamiento de México acusara al conde declarando que había empleado grandes sumas en obras de ninguna importancia. Las acusaciones, como se ha visto, no prosperaron y el Ayuntamiento tuvo que pagar los costos del juicio.
          Habiéndose declarado nuevo estado de guerra entre España y Francia, Branciforte dispuso poner sobre las armas a nuevos regimientos provinciales, que le dieron a ganar mucho dinero por la escandalosa venta que hizo de los empleos militares. Por fin el desorden y la deshonestidad de este virrey, de los que estaba informada la Corona, hicieron que fuera removido nombrándose en su lugar a don Miguel José de Azanza.
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Quincuagésimo segundo virrey JUAN VICENTE DE GÜEMES PADILLA




Quincuagésimo segundo virrey
JUAN VICENTE DE GÜEMES PADILLA
HORCASITAS Y AGUAYO
(Conde de Revillagigedo, caballero de la Orden Militar de Carlos III y barón de Benilova y Rivarroja)
(1789-1794)

Este virrey, que seguramente fue uno de los mejores que tuvo la Nueva España, era originario de La Habana, hijo de don Juan Francisco de Güemes, primer conde de Revillagigedo, quien de 1746 a 1755 fue también virrey de la Nueva España.
Don Juan Vicente era el tercer virrey criollo. A mediados de 1789 recibió el nombramiento, llegó a Veracruz a principios de octubre y el 16 del mismo mes recibió el mando en la Villa de Guadalupe. Tenía además los cargos de presidente de la Audiencia y capitán general. Desde muy joven sirvió en el ejército y se hizo notar en la campaña contra los ingleses en Gibraltar. Se ocupó de inmediato en la celebración del coronamiento del rey Carlos IV.
              Revillagigedo era trabajador, activo y enérgico. Tenía 49 años cuando recibió el gobierno, estaba en la flor de la edad. Empezó por hacer investigar y castigar prontamente el asesinato del comerciante don Joaquín Dongo y sus dependientes y criados. Resultaron responsables tres españoles de apellidos Aldama, Quintero y Blanco, que fueron detenidos, juzgados, sentenciados y ejecutados en 15 días. Le causó asombro al virrey el desaseo que había en todas partes, en las calles, en los mercados, en los paseos. La mayor parte del pueblo andaba casi desnudo, llevando sólo una especie de sábana y un sombrero de palma sucio y maltratado. Las casas estaban mal hechas, descuidadas o maltratadas; la instrucción pública en completo abandono, no había escuelas gratuitas de primeras letras y las demás eran deficientes, con la atención de ancianos sacerdotes casi siempre carentes de ilustración Los alumnos más bien recibían una limitada enseñanza reducida a ideas supersticiosas y negativas, que impedía el progreso y la investigación Los caminos estaban de tal manera abandonados que solamente a pie o en mula se les podía transitar. El ejército existía a medias, en todos lados había desorden y confusión. Este activo e inteligente virrey organizó el Archivo General de la Nación, coleccionando documentos antiguos y de gran valor. Todas las calles principales fueron dotadas de alumbrado, se establecieron rondas y patrullas; mandó construir bombas para sofocar incendios, ordenó que los cementerios estuvieran afuera, alejados de las poblaciones y tuvo grandes disgustos con el clero y los ayuntamientos por esta medida.
              Embelleció los paseos, creó escuelas en diferentes ciudades, contrató maestros competentes para la Academia de San Carlos, fundando la cátedra de Matemáticas aplicadas a la Arquitectura; perfeccionó el establecimiento de las intendencias, fomentó el cultivo de plantas textiles (algodón, cáñamo y lino) y reglamentó el corte de madera; intensificó la construcción de los caminos a Veracruz, Acapulco, Guadalajara, San Blas y Toluca, e hizo que hubiese correos bisemanales a las capitales de las intendencias; abrió numerosas escuelas primarias y favoreció los estudios profesionales en las grandes ciudades. Impulsó el estudio de la botánica, concediendo premios a los alumnos aventajados; hizo construir navíos ligeros bien armados para la vigilancia de las costas, ayudó en la formación de las expediciones a Nutka, Alaska y las islas Hawai.
              Durante su gobierno se produjo la Revolución Francesa y todo lo acaecido en el terrible año de 1793 fue motivo de alarma y de sobresalto para los gobernantes de Indias. Se prohibió la entrada en las colonias de libros, folletos y periódicos que trajeran al país las nuevas ideas, a fin de evitar los desórdenes en las colonias. La guerra con los franceses ocasionó enormes gastos y el virrey Revillagigedo, además de otras sumas ya remitidas, reunió tres millones de pesos para mandarlos a España, aunque no descuidó el progreso del Virreinato. Mandó levantar planos de las principales ciudades, promovió el establecimiento de numerosas fábricas, continuaron las obras del desagüe y se formularon estatutos para la cátedra de anatomía en el Hospital General de los Naturales.
              En 1794 muchos funcionarios, a quienes no se les permitían abusos ni ventajas, acusaron al virrey de cometer innumerables tropelías. La Corona hizo caso a las intrigas y ordenó que el conde de Revillagigedo entregase el poder el mes de julio y saliera para España. En el juicio de residencia que se le siguió en el Consejo de Indias demostró ampliamente su rectitud, su honradez y su gran actividad en beneficio del Virreinato de Nueva España, cuyo gobierno se le había confiado. La Audiencia, que lo acusó, tuvo que pagar los costos. Este gran virrey, sin duda uno de los mejores gobernantes que tuvo la Nueva España, murió en Madrid el 2 de mayo de 1799.
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Quincuagésimo primer virrey MANUEL ANTONIO FLORES




Quincuagésimo primer virrey
MANUEL ANTONIO FLORES
(Caballero de la Orden Militar de Calatrava)
(1787-1789)

Originario de Sevilla, hizo su carrera sirviendo en la marina de Su Majestad. Tuvo el mando de varias embarcaciones de guerra, para combatir a los piratas tanto en el Mediterráneo como en las posesiones españolas de América.
Se distinguió por su valor y conocimientos, fue comandante del Departamento Naval de El Ferrol y el 3 de diciembre de 1775 se le nombró virrey de la Nueva Granada, hoy Colombia, cargo que desempeñó con eficiencia durante 11 años.
          En 1787 fue nombrado virrey de la Nueva España así como presidente de la Audiencia de México, puestos de los que tomó posesión el 17 de agosto del mismo año. Marinero organizador, puso sobre las armas a tres nuevos batallones de voluntarios: el de México, el de Puebla y el de Nueva España. No aceptó compartir su autoridad con un señor llamado Francisco Mangino, quien traía nombramiento de superintendente del Virreinato. Envió regularmente el dinero que la Corona dispuso se entregara en Nueva York al encargado de negocios.
          Intervino en las disputas ocasionadas por las misiones de California y el gobernador militar de aquel territorio; hizo que los jóvenes de las familias de más arraigo cubrieran los puestos de oficiales en las tropas coloniales y logró que el gobierno español enviase 11 mineros alemanes, contratados en Dresde, para que como profesores prácticos facultativos implantaran los más recientes adelantos técnicos metalúrgicos. Asimismo contribuyó a que los vaciados destinados a la Academia de San Carlos llegaran de España con prontitud y en buen estado. El director del Real Colegio de Minas, don Fausto Elhuyar, se encargó de que se le diera buen trato a los mineros alemanes y se aprovechase su trabajo.
          Muy ocupado el virrey en sus labores recibió la noticia de la muerte del rey Carlos III, ocurrida el 14 de diciembre de 1788, después de un largo reinado. En las suntuosas exequias en honor del monarca se gastaron en México fuertes cantidades de dinero. Al virrey mucho le afectó la muerte de Carlos III, quien fue su protector. La Audiencia informó a la Corona sobre la mala salud del gobernante novohispano, por lo que se ordenó fuera relevado dignamente, sin ser sometido al juicio de residencia y otorgándole seis meses de sueldo para que regresara a España el 16 de octubre de 1789. Fue premiado con la Cruz de la orden de Carlos III y con el nombramiento de capitán general de la Marina, más bien como cargo honorífico. Murió en Madrid el 20 de marzo de 1799.
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Quincuagésimo cuarto Virrey Miguel José de Azanza




Quincuagésimo cuarto Virrey
Miguel José de Azanza


Arzobispo de México Consagración episcopal 12 de septiembre de 1772 Predecesor Francisco Antonio de Lorenzana y Butrón Sucesor Francisco Javier de Lizana y Beaumont

Nacimiento 31 de octubre de 1729 Fallecimiento 26 de mayo de 1800
Dr. Alonso Núñez de Haro y Peralta (Villagarcía del Llano (España), 31 de octubre de 1729 - México, D. F. (México) 26 de mayo de 1800). Fue arzobispo de México desde el 12 de septiembre de 1772 hasta su muerte, y virrey de la Nueva España desde el 8 de mayo de 1787 hasta el 16 de agosto de 1787.
Núñez de Haro nació en la diócesis de Cuenca, probablemente el 31 de octubre de 1729, aunque a veces se data su fecha de nacimiento el 1 de noviembre. Comenzó sus estudios en la Universidad de Toledo, hizo el doctorado en la Universidad de Bolonia, donde ejerció como catedrático de Sagrada Escritura. Posteriormente trabajó como profesor de la Universidad de Ávila. Desempeñó canonjías en Segovia y Toledo. Estudió latín, griego, francés, hebreo e italiano.
En 1771 es nombrado arzobispo de México. Una vez ordenado como obispo, convirtió el colegio de Tepotzotlán en el Seminario de Instrucción, Retiro Voluntario y Corrección, una especie de cárcel para eclesiásticos. Avanzó en los trabajos de la capilla de Pocito en Guadalupe y en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México. Fundó un convento capuchino. Aumentó la biblioteca de la archidiócesis y concedió becas y premios para los mejores estudiantes del seminario.
En 1770 convirtió una residencia-seminario jesuíta en el Hospital San Andrés. Este hospital se basó en el Hospital General de Madrid y estaba destinado a tratar todo tipo de enfermedades. En 1788 añadió a sus funciones las del Hospital Amor de Dios, que se dedica al tratamiento de la sífilis. El Hospital de San Andrés sigue siendo responsabilidad de la archidiócesis, a pesar de que recibía considerable apoyo oficial. Finalmente tenía una capacidad de 1000 camas, dispuestas en 39 pabellones. Además, contenía la mayor farmacia de Nueva España, un laboratorio y un departamento de disecciones y autopsias.
El virrey de Nueva España, Bernardo de Gálvez y Madrid, murió el 30 de noviembre de 1786. El 8 de mayo de 1787 Núñez de Haro fue nombrado como su sustituto. Desempeñó este cargo durante tres meses, hasta la llegada del nuevo virrey Manuel Antonio Flores el 16 de agosto de 1787.
Durante su mandato, se consolidó la creación de las Intendencias, propuestas por el visitador José de Gálvez. Se trataban de las administraciones provinciales de las colonias que era responsable el virrey. Fundó un jardín botánico, las plantas fueron traídas de todas las partes de la colonia, el naturalista Martín Sessé y Lacasta fue nombrado director del mismo.
Trató de ayudar a los indígenas mediante la supresión de las cuotas, pero sus órdenes no se llevaron a cabo. Propuso las reformas de la corte para los indígenas, la reducción de costes y la burocracia. Envió una gran suma de dinero a La Habana para comprar esclavos de los británicos y holandeses.
Después de dejar el cargo de virrey, Núñez de Haro siguió como arzobispo de México para el resto de su vida. En 1792 el Rey, Carlos IV lo condecoró con él la Gran Cruz de la Orden de Carlos III. Hasta su muerte en 1800, siguió recibiendo el tratamiento y honores de virrey de Nueva España.
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Cuadragésimo noveno virrey BERNARDO DE GÁLVEZ




Cuadragésimo noveno virrey
BERNARDO DE GÁLVEZ
(Conde de Gálvez)
(1785-1786)


   Este joven militar nació en Málaga, hijo de don Matías de Gálvez. Sentó plaza en un regimiento de infantería y tomó parte en la campaña de Portugal, en la que ascendió a teniente. En 1756, acompañando a su tío y a su padre, intervino en varios encuentros en las guerras contra los apaches que constantemente estaban en rebelión y cometían muchos daños, asesinatos y robos. Salió herido en muchas ocasiones, hasta de gravedad.
En 1762 pasó a España y fue enviado a la campaña en Argel, donde lo hirieron también de gravedad. Su conducta en campaña, muy distinguida, le valió el ascenso a coronel y el cargo de profesor en la Academia Militar de Ávila, mientras se reponía por completo de sus lesiones. En 1779 fue enviado como gobernador militar de Luisiana, antiguo territorio francés que pasó a poder de España. En ese cargo se desempeñó con mucha distinción y se le promovió al empleo de general. Vuelto a Europa tomó parte en la campaña de Holanda. La energía y cuidadosa atención que ponía para el desempeño de las comisiones que le confiaban, sobre todo de tipo militar, hicieron que el rey lo mandara como capitán general de la isla de Cuba.
           Se había distinguido en el gobierno de Luisiana combatiendo a los ingleses y ayudando eficientemente a los colonos norteamericanos que luchaban por su independencia. En Cuba recibió el nombramiento de virrey de Nueva España, llegó a Veracruz el 26 de mayo de 1785 y entró solemnemente en la Ciudad de México a mediados de junio del mismo año. Era de trato sencillo, amable y franco. Se presentaba en público en una carretela de dos caballos, descubierta, que muchas veces él mismo conducía; asistía a las corridas de toros y a romerías y fiestas públicas, siendo recibido con alegría y aplausos.
          Llegó a ser muy popular, aunque se le criticaba principalmente por parte de la Audiencia por su carácter, que parecía poco formal. Cuando hubo heladas y hambre, de su propio dinero y de otro que obtuvo prestado compró maíz y frijol para dar a los necesitados. Abrió obras públicas, para dar trabajo a la gente. Reconstruyó el Castillo de Chapultepec, que era una casona abandonada; comenzó la instalación del alumbrado público y la construcción de las torres de Catedral, así como la continuación de las obras del camino a Acapulco. Como supiera que los indios eran llevados a ese trabajo a grandes distancias y sin abonarles jornal, dispuso que se impidiesen tales abusos. Se ocupó de intensificar las labores en los campos, para aumentar la producción y evitar la escasez de maíz y frijol, que continuaba.
          Hizo que su hijo, que era todavía un niño sentase plaza como soldado en un regimiento y con ese motivo dio una magnífica fiesta en la azotea de palacio. En cierta ocasión, dirigiéndose el virrey, montado a caballo, a reunirse con la Audiencia, se encontró con una escolta que llevaba a tres reos al patíbulo; suspendió la ejecución y después obtuvo su libertad. La nueva España estaba muy satisfecha con el virrey y lo supo el ministro Floridablanca, quien lo felicitó y lo hizo subdelegado de correos, postas y estafetas, al mismo tiempo que le otorgó una partida de dinero para reforzar las guarniciones de las Provincias Internas y combatir a los indios bárbaros que cometían muchas depredaciones.
          Empero la Audiencia no estaba de parte del virrey; hizo saber que la popularidad de Gálvez era sospechosa y que hasta podría alzarse con la Nueva España. La Corte reprendió al virrey severamente, lo que hizo que se convirtiera en un ser melancólico y huraño. Empezó a sentirse enfermo, dejó de salir y estuvo en cama. Una enfermedad nerviosa, probablemente de origen hereditario, lo llevó a la tumba el día 30 de noviembre de 1786. Murió en el palacio arzobispal de Tacubaya; fue trasladado el cadáver a la ciudad para ser sepultado en el cementerio de San Fernando.
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Cuadragésimo octavo virrey MATÍAS DE GÁLVEZ




Cuadragésimo octavo virrey
MATÍAS DE GÁLVEZ
(General de Ejército Real)
(1783-1784)

         
Nació en un pueblo de Málaga llamado Macharaviaya, en 1717. Su familia fue de agricultores. Era hermano de don José de Gálvez, visitador de Nueva España y muy hábil administrador. Don Matías sentó plaza en el ejército y se distinguió en campaña, por lo que fue ascendido y se hizo notar, así como por la influencia de su hermano José, que era muy conocido y distinguido en la Corte.
Don Matías fue padre de don Bernardo de Gálvez, quien lo sucedió en el Virreinato de la Nueva España; en 1779 fue nombrado presidente de la Audiencia y capitán general de Santiago de los Caballeros de Guatemala. En el pliego de mortaja del virrey Bucareli, muerto de un momento a otro, la autoridad que representaba a la Audiencia de México encontró que se mencionaba para recibir el virreinato novohispano "al capitán general de Santiago de Guatemala", sin citar nombre; aunque ya estaba nombrado para tal puesto don Matías de Gálvez, no había tomado posesión del cargo que desempeñaba por nombramiento real don Martín de Mayorga, quien pasó a México a hacerse cargo del gobierno. Don Matías de Gálvez, tipo ambicioso, sin cultura y rencoroso, le cobró profunda enemistad a Mayorga al grado de que la gente aseguraba que lo había envenenado.
          En la capitanía general de Guatemala don Matías de Gálvez se mostró activo y organizador; rechazó a los ingleses de San Fernando, en la bahía de Honduras; pero por las distancias y escasos recursos no pudo acudir en auxilio del fuerte de San Juan, en Nicaragua, que cayó en poder del enemigo; empero las operaciones dirigidas por Gálvez, quien era militar con mucha experiencia, hicieron que los ingleses se rindieran el 5 de enero de 1781. El rey Carlos III, para premiarlo y acceder a las peticiones de Mayorga, que deseaban entregar el gobierno de México, le dio el cargo. Fue el último virrey que hizo su entrada en la Ciudad de México a caballo, solemnidad que ocurrió el 28 de abril de 1783. Para su mejor administración, cuidado, vigilancia y manejo, dividió a la ciudad en cuatro cuarteles; mejoró el servicio de policía, hizo crear nuevas acequias y limpiar las existentes, resanar los conductos de agua potable y empedrar las calles de La Palma, Monterilla y San Francisco. Ayudó al establecimiento de la Academia de las Nobles Artes de San Carlos, fundada por cédula real del 25 de diciembre de 1783, comprando una valiosa colección de estatuas en yeso y copias de las más célebres obras griegas y romanas.
          Levantó estadísticas de los coches, que resultaron ser 637; del tráfico por el canal de La Viga y San Lázaro, de los carros y cargas en acémilas y de semillas, comestibles y objetos de comercio. Creó las cajas de comunidad para indios, con el objeto de que se ayudaran económicamente en forma mutua e ir interesándolos en los negocios; ordenó que se siguieran reuniendo todos los papeles y documentos dispersos relacionados con la historia de la Nueva España, con el objeto de dar una información completa para ayudar en la formulación de una Historia General de las Indias, sobre la que se estaba trabajando en Madrid y en Sevilla. Concedió a don Manuel Valdés el privilegio de publicar de nuevo la "Gaceta", periódico del Virreinato que había sido suspendido por el Marqués de Croix. Se sintió enfermo el virrey, a la edad de 67 años, e hizo concurrir a la Audiencia en extraordinario el día 3 de noviembre de 1784. Ya casi sin uso de razón entregó el gobierno y murió ese día a las ocho de la noche.
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Cuadragésimo séptimo virrey MARTÍN DE MAYORGA




Cuadragésimo séptimo virrey
MARTÍN DE MAYORGA
(Caballero de la Orden Militar de Alcántara
y mariscal de campo de los Reales Ejércitos)
(179-1783)
Fue presidente de la Audiencia de Santiago de los Caballeros de Guatemala y capitán general de ese reino donde tuvo muchos problemas insuperables.
Cuando la Audiencia de México abrió el pliego de mortaja del virrey de Bucareli se supo que éste nombró a don Matías de Gálvez, quien iba a ser gobernante de Guatemala; pero como la Corona le dio otro destino, el nombramiento para el Virreinato de la Nueva España recayó en el mariscal de campo don Martín de Mayorga, quien llegó a la ciudad de México el 23 de agosto de 1779 y se encontró de inmediato con que había de alistar al Virreinato para las contingencias de la guerra que Francia y España declararon a Inglaterra. Dispuso reforzar a La Habana, al mismo tiempo que mandaba una expedición a La Florida al mando de don Bernardo de Gálvez, para ayudar a los colonos que se habían levantado en armas contra Inglaterra.
          En México se desató una epidemia de viruela que se extendió por muchas ciudades produciendo muerte y desolación al grado de que el virrey, quien gastó muchos fondos en socorrer a los enfermos y moribundos presentó su renuncia, que no le fue aceptada. En enero de 1780 se sublevaron los indígenas en Izúcar, del hoy Estado de Puebla, siempre por el maltrato de que eran víctimas. Los capitanes José Antonio de Urízar y Tomás Pontón se encargaron de someter a los rebeldes, que en gran número fueron enviados a La Habana para servir en la flota como marinería.
          El virrey Mayorga se ocupó mucho de embellecer la ciudad, mandó empedrar las calles y limpiar las acequias y acueductos para evitar otra epidemia. Dispuso que el intendente de Puebla se ocupara de reunir la "Historia Antigua de la Nueva España" escrita por el padre don Mariano Veytia, de gran importancia, así como algunos documentos e informes que había escrito don Lorenzo Boturini. Gracias a esa disposición, tales obras, tan importantes, no se perdieron. Seguramente el virrey Mayorga no se sentía bien de salud porque, argumentando eso, insistió en que se le relevara del cargo. Finalmente llegaron las órdenes para que se le entregara el gobierno virreinal a don Matías de Gálvez, quien se encontraba como capitán general en Guatemala. El 28 de abril de 1783 cedió Mayorga el mando, embarcó para España y al llegar al puerto de Cádiz murió. El vulgo decía que fue envenenado pr el mismo Gálvez, quien era su enemigo, por haber ocupado aquél el Virreinato en su lugar, pero eso nunca pudo ser comprobado.
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Cuadragésimo sexto virrey ANTONIO MARÍA DE BUCARELI




Cuadragésimo sexto virrey
ANTONIO MARÍA DE BUCARELI
Y URZÚA
(??????)
(1771-1779)


Este virrey, uno de los más preclaros que tuvo la Nueva España, era sevillano, hijo de familia noble. Ingresó en el ejército como voluntario en un regimiento de infantería y ascendió rigurosamente hasta capitán general.
Se distinguió en las campañas de Italia por lo que fue enviado como gobernador general a la isla de Cuba, donde se ocupó en arreglar las milicias y construir las fortalezas del Príncipe y del Morro. En La Habana recibió el nombramiento de virrey de la Nueva España.
Llegó a Veracruz el 23 de agosto de 1881, recibió el mando en San Cristóbal Ecatepec y entró en México el 23 de septiembre siguiente. Como se estaba en paz redujo los efectivos del ejército para evitar gastos, aunque puso especial atención en reforzar los contingentes de los presidios del norte, para perseguir a los indios apaches y julimes que no dejaban de hacer terribles correrías por lo que hoy es el estado de Coahuila. Los indios que caían prisioneros eran deportados junto con sus familias a Cuba.
Trató de lograr la reconciliación entre los franciscanos y los dominicos, divididos por la conquista evangelizadora de California. Prohibió la introducción de géneros extranjeros y mandó recoger la moneda circulante para poner en uso la que traía la efigie de Carlos III. Fundó el hospital militar en el antiguo Colegio de San Andrés. En 1772 fue creado el puerto de San Francisco de California y el presidio en un lugar muy apropiado que descubrieron los exploradores capitán de milicianos presidiales Pedro de Fagos y misionero fray Juan Crespi, quienes salieron del campamento militar de San Diego. Como la explotación de la minería se hacía en forma, siguiendo el criterio de cada propietario de fundo, Bucareli dispuso se efectuase una reunión de mineros el 3 de mayo de 1774; de allí emanaron ordenanzas para esa industria, que dieron grandes resultados.
El gobierno progresista de Carlos III, a principios de enero de 1774, dio la real cédula que permitió el libre comercio entre la Nueva España, el Perú y el recién creado Virreinato de la Nueva Granada, hoy Colombia. Este asunto fue promovido por el virrey Bucareli ante los ministros liberales de la Corona. Un minero muy rico, el conde de Regla, don Pedro Romero de Terreros, quien ya había prestado al virrey marqués de Croix cuatrocientos mil pesos y a Bucareli ochocientos mil, regaló a la Marina un navío de ochenta cañones. Dotó al colegio de Pachuca con mil pesos mensuales y fundó el Monte de Piedad para socorrer las urgencias del pueblo.
        
En julio de 1776 se otorgó a los mineros el derecho a formar un cuerpo similar a los consulados del comercio, que tenían mucha libertad en el manejo de sus negocios y se limitaban a entregar sus contribuciones, todas ellas muy ricas, a la real hacienda. Aseguraba el barón de Humboldt que los trabajadores de la minería de Nueva España eran de los mejor pagados en el mundo, o cuando menos mejor pagados que los de los estados alemanes. El administrador del ramo de minas fue don Lucas de Lasaga y el director, el famoso científico mexicano don Joaquín Velázquez de León. Se presentó el problema administrativo del control de los lejanos territorios del norte, por lo que se propuso la creación de las comandancias de las Provincias Internas de Occidente, del Norte y de Oriente, California, Nuevo México, Coahuila y Texas.
         
En la Ciudad de México fue inaugurado un hospital para pobres y se amplió y arregló al de San Hipólito, para dementes; empezó la construcción de la fortaleza de San Diego, en Acapulco, como punto de apoyo militar y naval para la base principal que sería ese puerto en el comercio con la América del Sur.
         
Al virrey Bucareli le tocó terminar la fortaleza de San Carlos, que fue construida con nuevos conceptos de táctica e iniciada por el virrey de Croix en la llanada de Perote, Veracruz. Cuando se empezaba a obtener los beneficios de las mejoras en el comercio, en la industria minera y en la iniciación de liberalismo económico, el virrey don Antonio María de Bucareli falleció en la Ciudad de México el día 9 de abril de 1779, a consecuencia de un ataque de pleuresía. Fue enterrado, en medio de la tristeza del pueblo que de veras lo quería, en el cementerio adjunto a la Colegiata de Guadalupe.
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Cuadragésimo quinto virrey CARLOS FRANCISCO DE CROIX




Cuadragésimo quinto virrey
CARLOS FRANCISCO DE CROIX
(Marqués de Croix)
(1766-1771)


Este virrey, de origen flamenco, nacido en 1699, sirvió en el ejército español habiendo sido comandante de la guarnición de Ceuta, en África y después capitán en Galicia, donde recibió el nombramiento de virrey de la Nueva España. Llegado a Veracruz a mediados de julio de 1766, marchó a la Ciudad de México y recibió el poder en la población de Otumba, como se acostumbraba.
Quiso establecer el servicio militar por sorteo, cual se hacía en el ejército prusiano, pero esto provocó descontento principalmente en la Intendencia de Michoacán o Valladolid.

Como los indios seris y primas habían vuelto a sublevarse y cometían muchos desmanes en Sonora, se envió a una columna expedicionaria a la cual se unió el visitador Gálvez, para conocer esa región. Durante el gobierno del marqués de Croix llegó la orden secreta firmada por el rey Carlos III para expulsar de todos los dominios españoles a los jesuitas, a partir del día 25 de junio de 1767. Con tropa fueron sacados de sus conventos y colegios, dejándolos llevar con ellos apenas algunas prendas de ropa. Esta radical medida provocó una franca rebelión, especialmente en las ciudades de Guanajuato, Pátzcuaro y Valladolid.
El virrey procedió con mano muy dura contra los rebeldes, ahorcando a los encabezadores de motines. Al ser publicado el decreto de expulsión, éste decía: "Por motivos reservados a la real conciencia del soberano y que debían saber de una vez los vasallos de Su Majestad, que habían nacido para obedecer y no para mezclarse en los altos negocios del gobierno". Por ese tiempo empezó a ser notada una especie de pugna entre criollos y peninsulares. Cuando la expulsión de la Compañía de Jesús, las sublevaciones que se produjeron dieron lugar a que se asesinara a españoles; se maltrató a las personas y se rompieron retratos del rey. De todo esto tenía conocimiento el virrey, quien lo puso en un informe secreto que mandó a la Corona.

El rey Carlos III que tan severo se había mostrado con los jesuitas, protegió a la Inquisición y le dio su apoyo. Los cleros regular y secular, que se creyeron amenazados por lo ocurrido a los jesuitas, se dieron a murmurar contra el régimen al grado de que el virrey les hizo saber que serían castigados los religiosos que se inmiscuyeran en asuntos del gobierno. Fue suprimido el "Diario Literario" que publicaba el padre don José Antonio Alzate, el que sólo se ocupaba de asuntos literarios y científicos.

Como los rusos tenían establecimientos en el norte de América y podían llegar hasta California, el visitador Gálvez marchó a inspeccionar los territorios de Baja California, Sonora y Alta California, para dictar medidas que los protegiesen. En 1769, para aumentar las recaudaciones, el virrey dispuso el establecimiento de la Lotería de Nueva España, que dio muy buenas ganancias. Se intensificó la enseñanza del castellano entre los grupos indígenas que hasta entonces sólo hablaban sus idiomas nativos. Los indios apaches y comanches fueron batidos en la Nueva Vizcaya, por las milicias presidiales al mando del capitán don Bernardo de Gálvez.

Hubo desórdenes y tumultos en algunos centros mineros como Guanajuato y Pachuca, contra las pagas bajas que se daban a los trabajadores, por lo que el virrey, de acuerdo con los dueños de minas, dispuso se aumentase el salario. El virrey mandó construir en Perote, Veracruz, la fortaleza de San Carlos, en honor del rey y como punto de resistencia para rechazar un desembarco en la costa que pusiera en peligro a la capital del Virreinato.

 El 22 de septiembre de 1771 el marqués de Croix entregó el mandato del virreinato a su sucesor, don Antonio María de Bucareli. De Croix regresó a España, siendo nombrado capitán general de la provincia de Valencia, en donde murió algunos años después.
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Cuadragésimo cuarto virrey JOAQUÍN DE MONTSERRAT




Cuadragésimo cuarto virrey JOAQUÍN DE MONTSERRAT
(Marqués de Cruillas)
(1760-1766)


A principios de 1760 fue nombrado virrey de la Nueva España don Joaquín de Montserrat, marqués de Cruillas, quien el 19 de septiembre del mismo año recibió en Otumba el bastón de mando y entró a la ciudad capital del Virreinato el 6 de octubre.
Desde un principio este virrey se ocupó en desarrollar un plan que tenía para organizar un verdadero ejército colonial. A su paso por Puebla revistó a un batallón de milicias formado por negros y mulatos armados en forma muy irregular, por lo que desde luego hizo un pedido de fusiles a España para armarlos debidamente. En 1761 ocurrió una gran epidemia de viruela, que como siempre se cebó principalmente en los indígenas al grado de que en la ciudad de México hubo unos 15,000 muertos y en Puebla una cantidad que probablemente haya llegado a los 80,000. El gobierno virreinal ayudó con mucho dinero para paliar las desgracias ocasionadas por esta tremenda enfermedad y las cajas de la hacienda casi quedaron vacías, por lo que el virrey ordenó que no se compraran mercancías caras, que se pagasen los impuestos retrasados y que no se ocultaran víveres ni granos. Tuvo que mandar además auxilios militares a Sonora, por haberse producido una rebelión de indios pimas y seris contra el maltrato por parte de los colonos españoles. Los indios sublevados mataron a los soldados de dos presidios y al gobernador, y escaparon a la sierra, aunque finalmente fueron sometidos.
          Acabada de hacer la solemne juramentación de Carlos III como rey de España, se produjo el estado de guerra contra los ingleses que con gran audacia se apoderaron de la Habana, amenazando con desembarcar de un momento a otro en Veracruz, por lo que inmediatamente el marqués de Cruillas dispuso fueran pertrechadas bien las fortalezas y que se hicieran obras de defensa en una gran faja tierra adentro. Se levantaron nuevas tropas, que si en un principio dejeban que desear fueron organizándose y disciplinándose al grado de que llegaron a ser muy efectivas. Para escoltar las mercancías el comercio de México organizó dos compañías de granaderos, negros y mulatos, a los que el pueblo llamaba "los morenos". El comerciante Juan de Lasaga, encabezando a un grupo de hombres de negocios de aquel puerto, formó otra compañía, cuyos sueldos, equipo y armamento cubrían esos comerciantes. Surgieron batallones y regimientos provinciales en México; el batallón del Príncipe y de Nueva España, el de Valladolid, los de León, Puebla y Oaxaca, escuadrones de caballería y muchas milicias en las ciudades grandes. El marqués de Cruillas es el organizador del primer ejército mexicano. Las tropas estaban formadas por mestizos, negros y mulatos. Los indios no entraban en el servicio militar.
          Durante el gobierno de Cruillas hubo otras calamidades como una grave inundación en Guanajuato, que paralizó el trabajo en las haciendas de beneficio de plata y una epidemia de fiebres que produjo gran mortandad. Se firmó la paz con Inglaterra, que devolvió La Habana aunque se quedó con Panzacola y definitivamente con el territorio de Belice. Como los oficiales de las tropas eran voluntarios de familias acomodadas que nada sabían de lo relacionado con el servicio castrense, el virrey pidió a España que le enviasen instructores. Llegó a Veracruz el 1º de noviembre de 1765 el teniente general don Juan de Villalba acompañado por cinco generales y otros jefes, oficiales y tropa, como instructores. Para arreglar administrativamente a la Nueva España arribó el visitador don José de Gálvez, con plenos poderes para introducir reformas de fondo y nuevos conceptos en el manejo de la economía del Virreinato.
          Gálvez dejó en un principio que las cosas siguieran tal y como las manejaba el virrey, quien tuvo que hacer concesiones a los mineros de Guanajuato que se habían sublevado; creó nuevos presidios en el norte y prosiguió las obras del desagüe de la Ciudad de México. Gálvez, después de realizar muchos viajes al interior del país y de observar y estudiar todos los problemas que eran planteados en el Virreinato, empezó a intervenir, por lo que el virrey se disgustó, renunció al cargo y regresó a España.
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CASA DE BORBÓN Durante el Reinado de Carlos III




CASA DE BORBÓN
Durante el Reinado de Carlos III



Don Carlos de Borbón, hijo de Felipe V y la Reina Isabel de Parma, nació en Madrid en 1716. Fue duque de Parma y Rey de Nápoles. Al morir su medio hermano, Fernando VI, fue nombrado Rey de España y dejó a su tercer hijo, Fernando, como Rey de Nápoles. Contrajo matrimonio con María Amalia de Sajonia.
Su principal interés durante todo su reinado fue devolver a España su poder económico y político. Su gobierno fue de tal absolutismo que muchas veces se le llegó a considerar como un gobernante tirano. Por ello, al ver amenazado su poder absoluto por los jesuitas, los mandó expulsar de España y de todas sus colonias. Fue en esta época que la Corona logró someter a la Iglesia.
Una de sus principales cualidades era que sabía escoger muy bien a sus ministros y supo mejorar constantemente a su gibierno poniendo a hombres muy valiosos en los puestos más importantes.
En cuanto a su política externa no fue muy buena. Tuvo guerra con los ingleses: perdió La Florida; su poder naval se debilitó; no quizo reconocer la independencia de los Estados Unidos de Norte-América. En esa época floreció en España la agricultura, el comercio y la cultura. Al morir en Madrid, en 1788, dejó una España mucho más próspera que la que había encontrado.
Durante su reinado envió a la Nueva España nueve virreyes.
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Cuadragésimo tercer virrey FRANCISCO CAJIGAL DE LA VEGA




Cuadragésimo tercer virrey
FRANCISCO CAJIGAL DE LA VEGA
(Caballero de la Orden de Santiago y teniente general de los Reales Ejércitos, gobernador de la isla de Cuba)
(1760)

 Cuando murió el marqués de las Amarillas, la Real Audiencia de México abrió el pliego de mortaja y encontró que se nombraba virrey de Nueva España al gobernador de Cuba, por lo que éste salió de la Habana el día 28 de marzo para llegar a Veracruz en los primeros días del mes siguiente.
Hizo su entrada en México el 28 del mismo mes y se ocupó de inmediato en revizar el estado de cuentas de la hacienda; concedió libranza de derechos por diez años a los productos provenientes de La Florida y de Panzacola, con lo que ayudó mucho a la economía de aquellas lejanas gubernaturas; declaró libres de alcabalas los productos de hierro y acero, para el beneficio de la minería. Para aumentar los ingresos vendió los derechos de naipes y de recaudaciones de la Aduana de Veracruz, por cinco años. Hizo ascender los efectivos del ejército a 3,000 hombres y a su hijo lo nombró comandante de la compañía a caballo de los guardias virreinales.

          Como Fernando VI había muerto subió al trono español el rey Carlos III y fue expedido un indulto general que sin embargo no agració a muchos presos porque estaban en las excepciones. Este virrey no fue honrado y dispuso que se le otorgara un sueldo muy alto y se le cubriesen los gastos, muy caros, de su viaje de ida y de regreso a La Habana, a donde llegó de nuevo como gobernador.
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Cuadragésimo segundo virrey AGUSTÍN DE AHUMADA Y VILLALÓN




Cuadragésimo segundo virrey
AGUSTÍN DE AHUMADA Y VILLALÓN
(Marqués de las Amarillas.)
(1755-1760)

Este militar desempeñaba el gobierno de la ciudad de Barcelona cuando fue nombrado virrey de la Nueva España, cargo que desempeñó del 10 de noviembre de 1755 hasta su muerte acaecida en la ciudad de México el 5 de febrero de 1760. En 1756 se ocupó de arreglar irregularidades del clero de Puebla, el que concedía autorización a personas de poca confianza para la fabricación de aguardiente y para explotar casas de juego.


En 1757 se sublevaron mil indios comanches en Texas, cometiendo muchas depredaciones y crímenes, por lo que se enviaron partidas de tropas a ese territorio que quedó otra vez bajo el control del Virreinato. Continuó las obras del desagüe del valle de México y le dio impulso a la minería, recabando grandes ganancias para la hacienda, aunque se estaba lejos de tener tranquilidad, puesto que los franceses no dejaban de invadir tierras en la costa de Texas y los envíos a España no estaban seguros, ya que en el Golfo de México los piratas, casi todos de orígen inglés, asaltaban los barcos teniendo siempre en grave zozobra al comercio y a los pueblos de la costa. Por esta época, en la hacienda de San Miguel del Jorullo, de la jurisdicción de Ario, Michoacán, propiedad del señor Andrés Pimentel, surgió un volcán que hizo que todas las rancherías y poblaciones fueran abandonadas, por lo que el virrey se ocupó de dar asentamientos en otros sitios, cubriendo hasta de su peculio los gastos para el auxilio de esa gente.

          El virrey, que hacía ya algún tiempo estaba enfermo, murió y fue sepultado en la iglesia de la Piedad. Su familia quedó en la pobreza, por lo que se obtuvo de las cajas de hacienda el dinero necesario para que pudieran regresar a España.
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Cuadragésimo primer virrey JUAN FRANCISCO DE GÜEMES Y HORCASITAS




Cuadragésimo primer virrey
JUAN FRANCISCO DE GÜEMES Y HORCASITAS
(Conde de Revillagigedo, gobernador de la Habana,
capitán general de la isla de Cuba)
(1746-1755)
Nacido en Reinosa en 1681, hizo carrera en el ejército español en el que se distinguió por su valor, inteligencia y orden administrativo. Fue enviado a Cuba porque esta isla era iun problema militar de gran importancia, que requería de una persona hábil como lo era el primer conde de Revillagigedo. Desempeñando ese cargo recibió el nombramiento de virrey de la Nueva España, todavía firmado por el rey Felipe V que murió ese año.
Recibió el puesto en la ciudad de México, ante el Cabildo y la Audiencia, el 9 de julio de 1746. Como había necesidad de prestar socorro económico para cubrir variados gastos, entre ellos la paga de las guarniciones de La Florida, así como sus vituallas, armamento y equipo y el numerario había sido en gran parte enviado a la metrópoli, el virrey mandó acuñar 150,000 pesos de circulación limitada al Virreinato; pero con mucha observación se dio cuenta de las grandes fugas que sufría el erario por descuido en el manejo de los gastos e ingresos, por lo que nombró personal capaz que se encargara de enmendar dichas fallas.
La guerra contra los ingleses seguía y llegó la información de que se había alistado en la dársena inglesa de Porstmouth una escuadra de 17 navíos de línea y transportes para operar un desembarco en las posesiones españolas en América. ¿Podría ser la Nueva España, la más factible y codiciada? El virrey se ocupó de tomar todas las providencias para la defensa de las tierras a su cargo. Llegó a México la noticia de la muerte del rey Felipe V, acaecida el 9 de julio; se le hicieron honores póstumos con gran solemnidad, mientras se preparaban para 1747 las festividades por la jura de Fernando VI, lo que Revillagigedo llevó a cabo con las fórmulas acostumbradas. Para aumentar los ingresos fiscales autorizó el juego de naipes, que había sido suspendido por el conde de Fuenclara. El contrabando continuaba en forma muy nutrida, por lo que dio órdenes rigurosas para revisar cuidadosamente todos los barcos que arribasen a los puertos novohispanos, lo que no remedió las cosas porque el contrabando se hacía por medio de buques extranjeros que atracaban por las noches en playas abandonadas y entregaban sus cargas ilegales a gente del país. Se decía que hasta la virreina vestía con telas inglesas o de Flandes traídas de contrabando.

          El virrey fue cuidadoso vigilante de que los empleados cumplieran con su deber; manejó el gobierno con desinterés y honradez, hizo que los ingresos del virreinato aumentasen, aunque la minería mermó por la carencia y carestía d azogue; creció el número de barcos de la flota que cubría el servicio de Veracruz a La Habana y aunque se estaba en muy buenas relaciones con Francia, Revillagigedo vigiló que los franceses no se aposentaran en territorios de la Nueva España. Por quejas constantes del comercio español y de sus intereses, principalmente en América, se rompieron relaciones con la Liga Hanseática de Hamburgo por lo que en Veracruz se impidió el anclaje de esos barcos, que traían mucha mercadería, y esto aumentó el contrabando.
          El virrey Horcasitas hizo fundar una nueva colonia en el norte, para lo que comisionó al coronel José de Escandón que fundó Nuevo Santander, hoy Tamaulipas y estableció once pueblos que recibieron entre otros los nombres del virrey, de su esposa y del propio Escandón, quien por sus servicios fue premiado por la Corona con el título de conde de Sierra Gorda.

          El virrey primer conde de Revillagigedo fue quien dispuso el manejo regular de la documentación, ordenó que se manejaran los asuntos civiles independientemente de los eclesiásticos y de esta suerte se inició lo que iba a ser el Archivo General de la Nación. Como las potencias en Europa llegaron a un acuerdo de paz en la ciudad de Aquisgrán, el 30 de abril de 1748, España debería pagar lo que debía a Inglaterra y esta devolvería las plazas tomadas, por lo que el virrey Horcasitas pudo emplear los gstos de guerra en otras empresas, como la colonización completa de Nuevo Santander. Hubo un fuerte incremento del comercio y el contrabando disminuyó grandemente; sobrevino un año de carestía de granos y semillas, por lo que el gobierno virreinal tuvo que acudir en ayuda de las clases menesterosas para evitar que hubiera muertos por hambre, aunque pronto cosechas muy abundantes remediaron los males.

          Con la apertura franca del comercio en el mar, sin más temor que a los piratas ingleses que acostumbrados a ejercer el corso entonces practicaban el robo en el mar para provecho propio, aumentó la llegada del azogue de las minas de España, con lo que volvió a su fuerza anterior la minería. Aumentaron las guarniciones en los presidios, de Texas principalmente, porque los franceses no dejaban de hacer intentos para apoderarse de ese territorio. En esa época se prohibió radicalmente que se hiciese comercio por proveedores o "registros sueltos", ordenándose que en lo sucesivo fuera por el sistema de "flotas" y que la primera saliera el 2 de junio de 1756.

          El virrey, oportunamente, depositó en La Habana el dinero con el cual la Nueva España debía colaborar para los gastos de aquella guerra. Compró fusiles, cañones y pertrechos para una expedición que se iba a enviar a Belice; llevó a cabo la pacificación de las tribus indígenas de Sinaloa y del sur de Sonora, fundando algunos presidios. A pesar de todo esto algunas crónicas acusan al conde de Revillagigedo de haber acumulado una enorme riqueza; sin embargo, cuando dejó el gobierno lo hizo con xobrante de dinero y de abastecimientos, en bonanza. El 9 de noviembre de 1755 entregó el mando y regresó a España, donde ocupó la residencia del Consejo de Guerra.

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