LIC. DON GUSTAVO DÍAZ ORDAZ.




(1911-1979) (Ciudad Serdán, Puebla, 12 de marzo de 1911 - Ciudad de México, 15 de julio de 1979) fue un abogado y político mexicano que se desempeñó como Presidente de los Estados Unidos Mexicanos del 1 de diciembre de 1964 al 30 de noviembre de 1970. Durante su sexenio se dio la llamada Matanza de Tlatelolco, los Juegos Olímpicos de 1968 y la firma del Tratado de Tlatelolco.
A los 26 años obtuvo el título de derecho por el Colegio del Estado de Puebla (desde 1973, Universidad Autónoma de Puebla), situado en la capital. Desempeñó varios cargos públicos en su división administrativa natal, antes de formar parte en el Congreso Federal, primero como diputado (1943-1946) y después como senador (1946-1952). Secretario (ministro) de Gobernación desde diciembre de 1958 hasta noviembre de 1963, durante el mandato del presidente Adolfo López Mateos. Llegó a ser considerado uno de los líderes de la facción conservadora del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Alcanzó la presidencia de la República el 1 de diciembre de 1964 al ganar en las elecciones que se habían celebrado cinco meses atrás.
Presidente de la República (1964- 1970). Nació en la actual Ciudad Serdán y estudió en la Universidad de Puebla. Desempeñó varios cargos públicos en Puebla antes de entrar a formar parte del Congreso Nacional, primero como diputado (1943-1946) y después como senador (1946-1952). Díaz Ordaz pasó a ser secretario de Gobernación en 1958, durante el mandato de¡ presidente Adolfo López Mateos y llegó a ser considerado uno de los líderes de la facción conservadora del Partido Revolucionario Institucional (PRI); Como tal, alcanzó la presidencia de la República en 1964. El gobierno de Díaz Ordaz fomentó el desarrollo económico de México, impulsó un plan agrario integral, la industrialización rural y las obras de irrigación. Firmó el Tratado de Tlatelolco para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina. Durante su mandato, se enfrentó a una serie de huelgas estudiantiles que culminaron en los sangrientos sucesos de Tlatelolco, en octubre de 1968, poco antes del inicio de los Juegos Olímpicos que iban a tener lugar en la ciudad de México; fue muy criticado por la dura represión de las manifestaciones de los estudiantes, en las que murieron cerca de un centenar. Díaz Ordaz fue el primer embajador de México en España, en 1977, al reanudarse las relaciones diplomáticas entre ambos países, tras 40 años de interrupción de las mismas.
Nació el 12 de marzo de 1991 en San Andrés Chalchícomula, estado de Puebla Era nieto del general José María Ordaz, gobernador del estado de Oaxaca muerto en campaña contra los conservadores de Cabos y Vicario. Sus padres, personas de clase media se trasladaron a Oaxaca donde el niño Gustavo hizo estudios primarios con buen aprovechamiento y muy buena conducta.
Gustavo Díaz Ordaz perteneció a una familia tradicional poblana con extensas ramificaciones en Oaxaca y descendientes que habían figurado en la vida del país prácticamente desde la colonia. El origen de ella se atribuye a Diego de Ordaz, el capitán del ejercito de Hernán Cortés, enemistado con el conquistador de la nueva España en la campaña de Tlaxcala, Diego de Ordaz fue obligado por Cortés a acometer la empresa suicida de ascender al ignoto volcán Popocatepetl, de la que salió ileso para asombro de sus compañeros de armas.
Compuesto el apellido según los Díaz Ordaz con los Bolaños Cacho, estirpe no menos ilustre. Sin embarga las veleidades sociales y economices de México-Reforma y del porfiriato dieron a Gustavo una cuna modesta, sí bien consciente de antiguas grandezas. Su padre, Don Ram6n Díaz Ordaz, era empleado municipal de San Andrés Clachicomula, apartada población de la Sierra de Puebla, hoy llamada Ciudad Serdán, en recuerdo de Aquiles Serdan, mártir de la Revolución.
Ahí, en San Andrés, nación Gustavo, el segundo de una familia de tres hijos -dos varones y una mujer-. En plena efervescencia revolucionaria, efectuó sus primeros estudios para trasladarse en la época obregonista a la capital del estado donde a la sombra de unos parientes paternos continuaría su preparación.
En 1931, cuando gobernaba al país Pascual Ortiz Rubio, el joven Gustavo Díaz Ordaz junto con Bolaños Cacho obtenía su titulo de licenciado en derecho en la Universidad de Puebla.
En ese entonces, la figura prominente del estado en la política era Manuel Avila Camacho, el general que había luchado en contra de los cristeros y en la sofocación del estallido escobarista.
Para los jóvenes de la generación de Díaz Ordaz la Revolución era el antecedente inmediato, era ya el gran acontecimiento que regía ya la vida del país en todas sus manifestaciones.
Pronto seria el movimiento social hecho instituciones a las que ineludiblemente debía integrarse el ciudadano de prácticamente todas las esferas. La Revolución aparecía como la idea en la que cabían todas las corrientes que aceptaran el compromiso.
Gustavo Díaz Ordaz, dedicado estudiante, trabó amistad con el que más tarde sería gobernador de su Estado, Juan C. Bonilla, y a través de él, con el propio Avila Camacho. En su juventud y a lo largo de su carrera obtuvo puestos modestos y sin ninguna importancia trascendental.
En 1932 sirvió como reitotio en una oficina administrativa del gobierno de Puebla y después se le nombro escribiente y actuario de un juzgado municipal hasta que se recibió de abogado en 1937 y fue Juez de Tecamachalco. Funcionario en el Consejo de Conciliación Arbitraje y Presidente del supremo Tribunal de Justicia, profesor y vicerrector de la Universidad de Puebla, diputado federal y Senador, secretario de gobernación en el gabinete del Presidente López Mateos
Frío, puntual y dedicado estudiante, entregado al trabajo y casado ya con Doña Guadalupe Barja, una dama de la sociedad poblana, Díaz Ordaz, veía una carrera ascendente, firme en la política de su estado, carrera que combinaba con su actividad docente en la propia Universidad (de la que llego a ser Vicerrector.)
Manuel Avila Camacho era su decidido protector, aunque el joven abogado cultivaba relaciones estrechas en el mundo oficial de la entidad. A los 32 años cuando se preparaba la legislatura del gobierno de Avila Camacho, fue postulado candidato a una de las diputaciones de su estado, precisamente la que encabezaba su natal ciudad Serdán.
Testigos presenciales de las tormentas camelares del avilacamachismo, en las que subsistía el espíritu bronco de los Revolucionarios, Gustavo Díaz Ordaz representaba en su curul a la nueva generación de legisladores, los profesionales, abogalos en su mayoría, los que se encargaran de dar sustento legal a los impulsos de un movimiento social todavía ascendente.
Terminaba el periodo presidencial de Avila Camacho. La actuación de Díaz Ordaz en la Cámara, su fidelidad y respaldo del mandatario saliente le valieron al ascenso inmediato de la candidatura a uno de los caños de su estado en el Senado.
Eran los últimos amos del México-Romántico, en el que los políticos se exhibían en teatros y espectáculos públicos y no tenían recato en la disipación. Gustavo Díaz Ordaz senador, trababa amistad con jóvenes políticos de la época, entre ellos una entrañable con Adolfo López Mateos y con Alfredo del Mazo, con quienes se lo vería lo mismo en fiestas que en celebraciones y en las batallas de la tribuna. Durante su gestión viajo a Lima, Buenos Aires y San Francisco, en representación de México a diversas reuniones internacionales en las que estaba interesado el presidente Miguel Alemán.
Así en noviembre de 1963 fue postulado candidato a la Presidencia de la República por el PRI y el 8 de septiembre de 1964 el Congreso de la Unión la declaró Presidente electo para el periodo de 1964-1970.
GOBIERNO DE GUSTAVO D. ORDAZ.
En poco se diferencian las grandes líneas políticas de Gustavo Díaz Ordaz de las de su antecesor. El gasto público se comparte de manera similar. Se sigue un programa continuo de obras de infraestructura. La estabilidad del peso es piedra de toque de la economía. Se prosigue con el crédito agrario aunque el lenguaje oficial sostiene que ya no hay mas tierras por repartir. Este tono de que hay un camino predeterminado para el país, el de la Revolución mexicana, hace que sus informes presidenciales parezcan los de un tenedor de libros que solo lista las cifras de lo hecho. El viraje político en sus planteamientos se da en términos de la política laboral, la olimpiada de 1968, el movimiento estudiantil de ese año, los intentos de programación y el freno a la política exterior de López Mateos.
En cuanto a esto último, baste con decir que no se continúa el contacto con países de posición afín como la india o Yugoslavia. Se hacen las visitas rituales a Estados Unidos y a la OEA y se busca un acercamiento con Centroamérica. Es decir, que se suspende toda iniciativa y solo se deja a la inercia como guía.
El conflicto con el movimiento estudiantil que luego se convierte en popular, demuestra su autoritarismo y la falta de sensibilidad política; aparentemente, el gobierno hizo todo lo posible por no escuchar las demandas, por no negociar, su única respuesta fue la represión cuyo Spíce fueron los muertos en Tlatelolco. Falta de negociación que revela, un autoritarismo y una debilidad presidencial poso usuales en México, hasta entonces.
Porque hacer de unos juegos olímpicos la medida para juzgar un gobierno, seria objeto de sin número de comentarios. No- puede ser el hecho político central de un sexenio.
Tampoco tiene dimendi6n social la política laboral. El conflicto en el primer año de régimen, con los médicos del ISSTE a los que se unen los del Seguro Social apunta al autoritarismo del resto del sexenio y a la debilidad presidencial. En los dos gobiernos anteriores se habían enfrentado, conflictos realmente graves. Pero se fueron enfrentando con varias Instancias de poder y ninguno de los dos presidentes anteriores se fue a la desesperación desde el primer momento, como lo hizo Díaz Ordaz. Magnifico así el problema y enseño sus limitaciones. Para cubrir su política laboral se promulgo la Ley Federal Del Trabajo de 1970. El gobierno de Díaz Ordaz fue el fin de una era y por consiguiente el principio de otra.
Bajo Díaz Ordaz se establece por primera vez un "programa de Desarrollo" Económico y social" de 1966 a 1970. Es cierto para el régimen de Cárdenas se había formulado un plan sexenal, que sirvió para sustentar sus planes de acción inmediata y usarlo como instrumento de lucha en contra de Calles y su corriente derechista. También es cierto que un segundo plan sexenal fue elaborado para el período de Manuel Ávila Camacho, pero en la época se sostuvo que había tenido que abandonarse la segunda guerra mundial.
Cuando se lanza la candidatura de Miguel Alemán, el objetivo teórico de la planeaci6n se adopta por parte del recién nacido PRI. Quien luego seria secretario de hacienda, preside llamadas Conferencias de Mesa redonda de dicho partido, las cuales tienen lugar del 27 de agosto de 1945 al 17 de junio de 1946. Su objetivo era el de conocer que proyecto de país habría que edificar.
Sin embargo, dado el pragmateísmo del gobierno alemanista y su vuelco a la derecha, hacia el neocapitalismo, toda planeación queda sepultada bajo la sombra de los gastos dispendiosos la fachada turística y el espejismo de las grandes obras supuestamente de beneficio popular, que, como la de la Cuenca Sistema Hidrológico del Papaloapan, con su capital técnica política en Ciudad Miguel Alemán, nombrada así por el padre, fueron mero espejismo con el cual ocultar la ineptitud y la corrupción.
Es hasta López Mateos en que resurge la noción de buscar un camino racional para el crecimiento del país. En 1957, también en el PRI, surgen los Consejos de Planeación Económica y Social. Sin llegar a elaborar un documento en el cual base su acción gubernamental el nuevo gobierno, se les considera entonces corno receptores de las demandas populares.
Durante la campaña de Gustavo Díaz Ordaz se organizan reuniones económicas y sociales para distintas zonas de la República cuyas conclusiones se presentan al entonces candidato. Al final de la campaña, quien las organizó, es nombrado secretario de Comercio y es quien encabeza el Comité Intersecretarial que presenta el programa de desarrollo económico de Díaz Ordaz, al que hemos hecho referencia anteriormente.
Ahora bien, en realidad quien inspira el meollo financiera de dicho plan es a quien nombra su secretario de Hacienda, cargo que ostentaba desde el periodo de López Mateos, desde 1958. Según él lo que había detrás de la política económica de los gobiernos a partir de la segunda guerra mundial es lo que llama "el desarrollo estabilizador " que se sustentaba en los siguientes principios:
l). Crecer más rápidamente.
2). Detener las presiones inflacionarias.
3). Elevar el ahorro voluntaria
4). Elevar la inversión.
S). Mejorar la productividad.
6). Aumentar los salarios reales.
7). Mejorar la participación de los asalariados.
8). Mantener el tipo de cambio.
El objetivo de mayor crecimiento, por lo tanto, se debía a un incremento acelerado de la inversión que se basara en el incremento del ahorro y en que tanto capital como trabajo rindieran más; esto por el lado de la inversión. Por el lado del consumo, el control de la inflación y una ampliación del poder de compra de las grandes mayorías, debido a un incremento de salarios reales y mayor participación de los provechos del crecimiento, también redundarán en el desarrollo económico acelerado.
Por supuesto dichos planteamientos estaban sujetos a un flujo continuado de la inversión extranjera y a los supuestos beneficios de la continuación de la Alianza para el Progreso, propuesta por Estados Unidos en 1961, como alternativa ante la Revolución cubana y que en poco tiempo desembocaría en un fracaso total y sería suspendida para siempre.
Otro de los presupuestos de la Alianza para el Progreso era el de la reforma agraria, nada novedosa para México y a la cual Díaz Ordaz ubica como paradigma del desarrollo económico. Su jefe del Departamento Agrario, uno de los primeros ingenieros agrónomos graduados en Chapingo en la época de Cárdenas, sostiene públicamente, en discursos y por escrito,"' la tesis de la época que era de ya nunca más hablar de reparto agrario, sino de construir "el segundo piso de la reforma agraria", es decir, que se debería considerar la cuestión en términos de desarrollo económico y de producción, ya no de justicia social.
Sin embargo, un afán "revolucionario" se apodera de Díaz Ordaz hacia el final de su período hasta que se declara que ha dotado de 23 millones de hectáreas a los campesinos, más que Lázaro Cárdenas. La realidad es que la dotación fue en el papel pues sólo se ejecutaron poco más de 14 millones, por debajo, incluso, de López Mateos y menos de dos millones más que Luis Echeverría.
Díaz Ordaz introduce el lenguaje contemporáneo de la programación en el discurso político de los presidentes mexicanos. De manera bastante precaria en ideas para la realidad del país y a pesar de su acción tan limitada como gobernante, dice que "especial empeño tenemos en la plantación del desarrollo económico y social del país y en la programación del sector público".
Nótese la cautela con que divide la plantación de¡ país de la programación del sector público. Está siguiendo, por lo demás no podría ser de otra manera, la llamada planeación indicativa, cuya máxima expresión en el mundo capitalista se ha dado en Francia. Lo que para De Gaulle es programación indicativa, para los socialistas franceses será el "Proyecto Social", cuya última manifestación ha sido la del presidente Francois Mitterrand, ahora en retroceso.
Al referirse a la Comisión Intersecretarial que ha hecho la planeación para el quinquenio 1966-1970, Díaz Ordaz se refiere a ella corno un "proyecto de lineamientos para desarrollo económico-social..." que señala las siguientes directivas y objetivos nacionales:
Especial empeño tenernos en la planeación del desarrollo económico y social del país y en la programación del sector público. La Comisión Intersecretarial encargada de elaborar el proyecto de lineamiento para desarrollo económico-social 1966-1970 señaló las siguientes directivas y objetivos nacionales: 1. Alcanzar un crecimiento económico por lo menos de 6% en promedio anual. 2. Otorgar prioridad al sector agropecuario para acelerar su desarrollo y fortalecer el mercado interno. 3. Impulsar la industrialización y mejorar la eficiencia productiva de la industria. 4. Atenuar y corregir desequilibrios en el desarrollo, tanto regionales como entre distintas ramas de la actividad. S. Distribuir con mayor equidad el ingreso nacional. 6. Mejorar la educación, vivienda, las condiciones sanitarias asistenciales, la seguridad y, en general, el bienestar social. 7. Fomentar el ahorro interno. 8. Mantener la estabilidad de¡ tipo de cambio y combatir presiones inflacionarias.
Aunque está introduciendo de manera muy tibia la plantación, la programación como elementos de justificación de las metas económicas de su gobierno, de ninguna manera extiende esta supuesta racionalización gubernamental a otros ámbitos nacionales. Pese a que se busque promover el desarrollo social exclusivamente con medidas económicas, de cualquier manera se ve obligado a justificarse más, a explicar más este tímido intento que podría tener algún tinte político que lo alejara de la derecha, cuando dice:
Nunca nos apartemos de¡ principio de que nuestra programación no es imperativa ni suprime la posibilidad de ajustes o reacomodos. El sector público, jerarquiza y determina. Para el sector privado indica, informa y orienta. Le concierne establecer pautas y realizar acciones que coordinen a ambos sectores de la economía nacional. No hemos erigido la programación como un fin en sí; la consideramos medio e instrumento.
Ahora bien, la noción de reformar a la administración pública ha sido una constante de¡ pensamiento de los presidentes, desde la época de Madero y exaltada más aún por Carranza, como parte de la transformación revolucionaria de¡ país. Pero Díaz Ordaz es el primero que une este viejísimo concepto al de la programación pública y a la plantación de] desarrollo: López Portillo, como encargado por Díaz Ordaz de la reforma administrativa, no planteará en su sexenio nada nuevo ni original:
El progreso de la administración pública no corresponde a los espectaculares avances logrados en muchos aspectos de¡ desarrollo de¡ país. Nos proponemos iniciar una reforma a fondo de la administración pública que sin tocar nuestra estructura jurídico-política, tal como la consagra la Constitución, logre una inteligente y equilibrada distribución de facultades entre las diversas dependencias de¡ Poder Público, precise sus atribuciones, supere anticuadas prácticas y procedimientos.
Pero, cuando menos en teoría, la planeación nacional no puede olvidar las diferencias regionales, sus necesidades y las de los municipios, es así que sostiene:
Es innegable la eficacia del Gobierno Federal como equilibrador de las diferencias económicas regionales ... El Gobierno Federal capta impuestos en toda la República, que canaliza también hacia todo el país, unas veces, a lugares que hacen la inversión fácilmente recuperable y hasta productiva, y otras, a donde se requiere urgente ayuda, a sabiendas de que la inversión no va a ser económicamente recuperable. Conjugando el principio de la solidaridad humana ... con la necesidad de recuperación y aun de razonable utilidad, es como el Gobierno Federal ha hecho de equilibrador de diferencias regionales.
Como ya se ha dicho, Díaz Ordaz culmina, o cree culminar su gestión laboral con la nueva Ley Federal del Trabajo promulgada el 1 de mayo de 1970 y cuya mayor aportación social es el inicio de la reglamentación para otorgar viviendas a los trabajadores, obligación constitucional desde 1917, y que se llevará a efecto bajo el régimen que lo sucedió. En su primer informe, Díaz Ordaz ha buscado sancionar el régimen laboral en el marco de la Revolución mexicana y desde una perspectiva muy poco social y alejada, ya no digamos de la cardenista sino incluso de la de su paisano Ávila Camacho con el cual comenzó su carrera política. Así, sostiene:
En el sistema creado por la Revolución mexicana, el sindicato sujeto de derecho, es libre frente al Estado. Este principio democrático garantiza la autodeterminación sindical. Los trabajadores mexicanos gozan de plena libertad para asociarse. Ellos han decidido, en un régimen de libertad y de respeto a la ley, sus programas y labores sindicales. Al Estado sólo corresponde cuidar que se acate la Constitución Política y lo previsto en la Ley. Federal del Trabajo (p. 883).
Pero a esta perspectiva ideológica tiene que adicionar su economicismo cuando sostiene:
Mediante el estudio riguroso de las condiciones económicas de nuestro país, se ha procurado aplicar una política que tienda a aumentar la capacidad productiva, para hacerla superior al crecimiento de la población, fortalecer el mercado interior, adiestrar obreros, crear nuevas fuentes de trabajo, proteger los productos nacionales y defender los precios justos de nuestras materias primas.
Es interesante señalar cómo aquí también hace alusión al exterior como una aparente manera de sancionar aprobatoriamente desde el punto de vista internacional lo que está planteado, como programa propio. Sanción internacional que se irá incrementando y se agudizará conforme se acerque la celebración de las olimpiadas, meta alucinada de su gobierno.
Su referencia al problema de las demandas sindicales de los médicos, al que ya hemos hecho referencia, se extiende a otros grupos sociales a los que se busca englobar de una manera genérica cuando dicta que no es posible tolerar el desorden generalizado y sí es necesario:
Definir si cada grupo, cada gremio, cada profesión, cada sindicato, etc., puede, con toda libertad, sin previo requisito y cada vez que así lo desee, v sin atender a los intereses de la colectividad en su conjunto, dejar de prestar el servicio que la sociedad le tiene encomendado y dejarnos a todos los mexicanos, impunemente, por ejemplo, sin agua, sin luz, sin teléfonos, sin pan, sin transportes.
En una serie de párrafos, también sin desperdicio y que se explican por sí mismos, se dirige a los médicos del país a los que dice:
A quienes instigan este conflicto desde diciembre de 1964, les expresé claramente la voluntad del gobierno de atender en justicia y equidad, las que consideré sus apremiantes necesidades, principalmente las económicas; que todas las comisiones que me han entrevistado, fueron tratadas no sólo con la cortesía que todo mexicano merece al Presidente de la República, sino con franca cordialidad; que los acuerdos de 18 de febrero y 8 de julio; aunque no todo lo que piden, sí conceden a los médicos aumentos sustanciales en sus sueldos, como nunca en la historia de¡ ejercicio de la medicina en México se les había otorgado; los acuerdos se van cumpliendo, los casos aún pendientes son cada vez en menor número y se están resolviendo como lo que son: casos de excepción que no entran en la regla general pero si en la equidad... En el futuro, este problema será uno de los muchos que le haya toca- do afrontar al régimen; en cambio, una actitud precipitada de las actuales generaciones, ¿no podría manchar para siempre el limpio y noble historia] de la clase médica mexicana?.
Los tres últimos informes de Díaz Ordaz se hallan todos afectados por el movimiento estudiantil de 1968. Es el hecho político central, su inevitable punto de referencia, la especie de tabla rasa conforme a la cual su gobierno será ponderado. Más que al juicio de la historia, apela a una especie de sentencia judicial que apruebe sus argumentos de todo tipo, argumentos de quien parece no abandonó nunca su condición juvenil de agente del ministerio público.
Este parteaguas se inicia precisamente en su cuarto informe. Su punto de partida es convencional cuando sostiene que:
A los gobiernos de la Revolución mexicana les preocupa Primordialmente el hombre y su desarrollo cabal, en todos los órdenes, por encima de cualquier otra consideración. El humanismo ha sido guía y meta de los tres movimientos fundamentales de¡ país, Independencia, Reforma y Revolución, y sigue inspirando permanentemente nuestra acción económica, social y política.
Fórmula esta que ya vimos provenía de López Mateos y antes, de Madero. Por lo demás, son escasos los argumentos ideológicos de su Política gubernamental. As!, el país demanda una "reorganización administrativa" que se adecue a una sociedad y una economía más complejas. Pero "sin justicia social el desarrollo económica sería un frío proceso deshumanizado" 'Este desarrollo no puede ser abandonado "a la acción espontánea de las fuerzas privadas de producción"'Debe ser "resultado de la acción consciente, la voluntad del pueblo". De ahí el papel de¡ Estado: "su principal impulsor y como única entidad capaz de armonizar los diferentes intereses de la comunidad, de tal manera que se logre evitar injustas concentraciones de riqueza y el aprovechamiento indebido de nuestros adelantos para beneficio de grupos minoritarios" '
Una vez redondeado este cuadro que justifica sus acciones de gobierno, que las legitima como el Estado protector y equilibrador, destaca primordialmente la programación de la educación pública, la política agraria y la exterior. A mitad de su gobierno, en 1968, proclama que ya se alcanzaron "las metas de¡ programa de desarrollo económico-social de 1966-1970". Afirmación que lo legitima, a más de dos años del final de su régimen, en el terreno económico. Su tarea, ahí, ha concluido. A la educación la califica como "el factor más importante del progreso" ' Posteriormente, en su pensamiento político, tendrá un papel particular frente a los sucesos de 1968, cuando dice "quizá nos hemos preocupado demasiado por instruir y hemos descuidado el enseñar". Redondeando lo anterior, al calificar a la Revolución mexicana de que es "esencial y fundamentalmente antilatifundista", la hace parte y punto de partida de la razón de su política agraria y deja atrás explicaciones sobre el "segundo piso" de la reforma agraria.
En cuanto a la política exterior su justificación ideológica es tan pobre y tan manida como lo fueron sus actos en ella: "La soberanía radica en el pueblo y se ejerce a través de acciones mayoritarias." Aquí involucro a la juventud con la educación, sin tránsito alguno lógico entre soberanía y esos conceptos, Simplemente dice que "al reestructurar la educación debemos tener presente las exigencias de nuestro desarrollo económico". Luego vincula el contenido de la educación: "Cuidémonos que no sea simplemente libresca ni sólo educación utilitaria. Educación para la producción y educación para la cultura. Sin el contenido humanista el desarrollo económico nada significa en la historia de un pueblo."
Por lo demás reitera principios consolidados por López Mateos cuando dice:
México es un país de profunda tradición revolucionaria. Su historia, cargada de tragedias, es el resultado de grandes conmociones estructurales que no siempre fueron del agrado de otras naciones. Sabemos bien, porque lo hemos sufrido en carne propia, lo que es el aislamiento en la esfera internacional, la presión externa, la crítica acerba y despiadada, la incomprensión de los esfuerzos realizadas por un pueblo para labrarse un futuro mejor. Precisamente por esta experiencia dolorosa comprendemos y respetamos los intentos de otros pueblos para resolver, por vía propia, sus problemas materiales Y espirituales, aun cuando no coincidamos con los caminos y los métodos elegidos.
De manera más general, dice "que si queremos sobrevivir y alcanzar la paz, debe producirse una verdadera revolución en las conciencias, que nos permita construir, entre todos, un inundo más justo".
Pero su justificación como jefe de gobierno, como cabeza del Estado, como mandatario, se centra en los últimos tres años en la Olimpiada y en el movimiento estudiantil. Los demás actos políticos, tales como renovación de poderes en los estados, están subordinados a ambos. Parecería que toda la riqueza humana histórica y social de¡ país pendiera de un hilo. Corno si su futuro estuviera en "juego". Como si, en fin, el salir airosamente del compromiso de organizar la Olimpíada nos legitimara corno pueblo y legitimara a su gobierno frente al mundo. A un hecho deportivo menudo se le vuelve razón de Estado. Su primer tono es de queja cuando afirma:
Cuando hace años se solicitó la sede no hubo manifestaciones de repudio ni tampoco durante los años siguientes y no fue, sino hasta hace unos meses, cuando obtuvimos informaciones de que se pretendía estorbar los Juegos. Durante los recientes conflictos que ha habido en la ciudad de México se advirtieron, en medio de la confusión, varias tendencias principales, la de quienes deseaban presionar al Gobierno para que se atendieran determinadas peticiones, la de quienes intentaron aprovecharlo con fines ideológicos y políticos y la de quienes se propusieron sembrar el desorden, la confusión y el encono, de los problemas, con el fin de desprestigiar a México, aprovechando la enorme difusión que habrán de tener los encuentros atléticos y deportivos, e impedir acaso la celebración de los Juegos Olímpicos.
Después, cambia el tono de la disculpa por el posible (y lógico) fracaso de nuestros atletas, pues "no tienen gran físico", como si esto fuera calidad innata de los deportistas de los demás países, sin hacer el menor análisis de las condiciones materiales que redundan en un cierto tipo de vigor. A esto añade el machismo al hablar de la "palabra empeñada" como cualidad de una nación. Y dice:
No pretendemos engañar aparentando lo que no tenernos. Nos vamos a presentar ante el mundo, sin complejos, tal corno somos: hombres con defectos y virtudes, que no tienen un gran vigor físico pero sí espiritual; país que posee algunas cosas y carece de otras, que ha logrado iniciar su desarrollo, pero tiene conciencia de que le falta gran parte del camino por recorrer; y sobre todo, como una Nación que sabe cumplir la palabra empeñada, como un pueblo capaz de superar todos los escollos que deben vencerse para llegar a término una obra.
Equilibra su posición físico-culturista con una apelación a la apertura democrática. Aparenta un democratismo a la altura de la época y sostiene:
Seria indeseable que el país se mantuviera apartado de corrientes renovadoras. Nada más distante de nuestro pensamiento que tratar de imponer la menor cortapisa a la libertad de discusión y de investigación. Concierne a las universidades de México, sin intervenciones extrañas, actualizar las universidades e instalarlas en las necesidades de la vida contemporánea del país. Para hacerlo, cuentan con la libertad académica, que es fruto de la Revolución y con la autonomía, que también de ella surgió y que está garantizada por la soberana del Estado.
Pero si los jóvenes no han aprovechado lo disponible, tampoco son culpables: los manipulan:
¡Qué grave daño hacen los modernos filósofos de la destrucción que están en contra de todo y a favor de nada! Tienen razón los jóvenes cuando no les gusta este imperfecto. mundo que vamos a dejarles; pero no tenernos otro y no es sin estudio, sin preparación, sin disciplina, sin ideales y menos con desórdenes y violencia corno van a mejorarlo.
No habla de actos concretos de violencia, ni de quién o quiénes los iniciaron. No se menciona autoridad alguna ni siquiera si se está investigando la verdad. Todo ya está decidido, es cosa juzgada y desde el púlpito presidencia¡ se está apuntando cuál será la sentencia. Lo destacable es que, al apuntar que se ha ofrecido al diálogo, Díaz Ordaz está reconociendo que no entiende a sus interlocutores cuando dice:
Desde la provincia, invité a ver con objetividad los hechos y a afrontarlos con serena ecuanimidad convocando al diálogo. El diálogo verdadero que significa la posibilidad de exponer los propios argumentos, a la par que la disposición de escuchar los ajenos; deseos de convencer, por supuesto, pero también ánimo de comprender; el diálogo, que resulta imposible cuando se hablan lenguajes distintos: cuando una parte se obstina en permanecer sorda y, más todavía, cuando se encierra en la sinrazón de aceptarlo sólo para cuando ya no haya sobre qué dialogar. Exhorté a prescindir del amor propio, que tanto estorba para resolver los problemas. llamé a esforzarnos por re- conquistar la paz, poniendo lo mucho que nos une, por encima de lo poco que nos separa. Algunos, que no advirtieron que nada pedía para mí y que tomaron el gesto amistoso hacia ellos como signo de debilidad, respondieron con calumnias, no con hechos; con insultos, no con razones; con mezquindades, no con pasión generosa.
La verdad es que no hay una sola discusión de las peticiones concretas del movimiento. Ni de la destitución de¡ jefe de la policía de la ciudad de México ni de la democratización del país y la enseñanza. Demandas que no se escuchaban, ni se les reconocía su dimensión local o regional. Ni siquiera se las listaba, diciendo que eran injustas, o no adecuadas, o sujetas a negociación o algo. Todo se arropaba de un lenguaje seudomoralista, generalizador.
Un diálogo, o sea la discusión de los puntos de vista diversos sobre una serie de cosas, no era lo propuesto. Hablarle a la otra parte de "prescindir del amor propio" es hablar de su punto de partida ideológico. Un diálogo es con ideas no con amores propios. Pero además el diálogo se cancela en el párrafo siguiente, porque si "lo debido y lo legítimo puede obtenerse por los cauces normales", ¿para qué el diálogo con el presidente? Y si, como sostiene "no estamos dispuestos a ceder ante la presión en nada que sea ¡legal e inconveniente, cualquiera que lleguen a ser las consecuencias", ¿cómo calificar lo conveniente? Simple y llanamente se está diciendo, grandilocuentemente, que el único capaz de determinar qué hacer y contra quién actuar en el conflicto es Díaz Ordaz. No hay referencia a leyes, a reglamentos, a prácticas políticas, a la Constitución y sus garantías sociales. No, la legitimidad la encarna un individuo, que funge de presidente de la República, pero cuya legitimidad parece estar por encima de] orden legal al cual se debe por su investidura.
Al movimiento lo perturban "filósofos de la destrucción", con las ideas no gratas a Díaz Ordaz; pero además es manejado desde el exterior. 0 sea, no sólo no tiene razón, sino que está intoxicado de ideas, lo manejan agentes extranjeros no identificados y es parte de una conspiración mundial. Como dice este ex agente del ministerio público:
Los desórdenes juveniles que ha habido en el mundo han coincidido con frecuencia con la celebración de un acto de importancia en la ciudad donde ocurren: en Punta de¡ Este, Uruguay, ante el anuncio de la reunión de los presidentes de América, se aprovechó a la juventud estudiantil para provocar graves conflictos; la Bienal de Pintura de Venecia, muy reciente, de la que estaba pendiente el mundo de la cultura, fue interrumpida con actos violentos; las pláticas de Paris, para tratar de lograr la paz en Vietnam, que habían concentrado las miradas de] mundo entero, fueron oscurecidas por la llamada "revolución de mayo". De algún tiempo a la fecha, en nuestros principales centros de estudio, se empezó a reiterar insistentemente la calca de los lemas usados en otros países... las mismas pancartas, idénticas leyendas, unas veces en simple traducción literal, otras en burda parodia. El ansia de imitación se apoderaba de centenares de, jóvenes de manera servil y arrastraba a algunos adultos.
Eso de arrastrar a "algunos adultos" se entiende que se refiere a quienes no son maestros. Porque muchos profesores de la educación superior, hasta ahora no mencionados en la diatriba, compartían cuando menos ciertas de las peticiones políticas estudiantiles. A estos seres anónimos para Díaz Ordaz, los maestros (¿o ellos serían los "filósofos de la destrucción"?), se añaden los "adultos", con lo que reconoce que ya hay tres categorías sociales y no sólo jóvenes, categoría esta última que al no mencionar su clase social parecería corno si estuviera reconociendo que el movimiento, de juvenil, estaba pasando a ser popular.
Es en términos internacionales como comienza a legitimar las acciones de fuerza que ha realizado y que amenaza ejercer con más vigor e intensidad. Ningún presidente, antes que él, se había cubierto con la armadura de represiones de otras partes para justificar sus propios actos. La soberanía nacional aquí no funcionaba en apariencia. Pero independientemente del lapsus freudiano en el que habla de "países con experimentados, verdaderos estadistas", se cubre internacionalmente así:
Situemos estos hechos dentro de¡ marco de las informaciones internacionales sobre amargas experiencias similares de gran número de países en los que desde un principio o tras haberse intentado varios medios de solución se tuvo que usar la fuerza y sólo ante ella cesaron o disminuyeron los disturbios. No obstante contar algunos de esos países con experimentados, verdaderos estadistas, no pudieron encontrarse fórmulas eficaces de persuasión.
Si ésa es su legitimación desde el punto de vista internacional, al concentrarse en el ámbito interno de¡ problema, el poder, su poder, se le comienza a disolver en las manos. Pasa del orden jurídico del país, a las facultades del presidente como jefe de las fuerzas armadas, a su impotencia ante lo que dice que la propaganda y los medios de difusión dicen de él, a la ley del más fuerte y fin del orden jurídico, hasta rematar, muy a la Octavio Paz, en que el mexicano puede ser visto como "violento, irascible y empistolado" Tránsito ideológico justificatorio, inusitado en presidentes de México antes y después de él.
Ya habló de respeto a la autonomía universitaria como garantía para el futuro de los jóvenes, ahora habla, al alimón, de la policía:
El orden jurídico general del que la autonomía universitaria no es más que una parte es el que propicia el trabajo, la creación de riqueza para poder sostener universidades, politécnicos, escuelas normales y de agricultura, el que ampara las libertades, porque en la anarquía nadie es libre y nadie produce. la policía, pues, debe intervenir en todos los casos que se haga absolutamente necesario; proceder con prudencia sí, pero con la debida energía. Las autoridades, siempre que sea necesario la harán intervenir.
De los quebrantamientos de¡ orden jurídico, se erige en parte y juez:
En ese mismo concepto, agotados los medios que aconsejen el buen juicio y la experiencia, ejerceré,' siempre que sea estrictamente necesario la facultad contenida en el artículo 89, fracción I de la Constitución General de la República, que textualmente dice: "Artículo 89. Las facultades y obligaciones del Presidente son las siguientes:... VI. Disponer de la totalidad de la fuerza armada permanente o sea del ejército terrestre, de la marina de guerra y de la fuerza aérea para la seguridad interior y defensa exterior de la Federación '" Me apoyo, además, en el sentido que tiene desde su origen el artículo 129 de la propia Constitución. Diversas misiones, algunas especialmente delicadas, para conservar la tranquilidad interna le han correspondido a nuestro Ejército; en ellas, como en otras, también se ha distinguido por el espíritu de disciplina y por la serena y mesurada firmeza con que las ha cumplido. A nombre de la Nación, expreso público reconocimiento a nuestros soldados. Modestos, heroicos "juanes", que sin las ventajas económicas y sin los privilegios de la educación que otros disfrutan, cumplen callada, obscuramente la ingrata tarea de arriesgar su vida para que todos los demás podamos vivir tranquilos.
Este recurrir a la Constitución, en cuanto a jefe de las fuerzas armadas, no tiene paralelo. Ningún presidente había citado el artículo 89, fracción vi. Ni siquiera Ávila Camacho en la época de la ' segunda guerra mundial. Nadie ha puesto en duda su posición al respecto, su legitimidad como depositario último de la fuerza del Estado. A la inversa: como se siente endeble como cabeza del régimen, como siente a su legitimidad en jaque por el movimiento estudiantil popular, tiene que escudarse en la Constitución y en las fuerzas armadas. Se legitima gracias a ellas y ellas lo legitiman porque ése es el mandato constitucional. Más que un gobierno fuerte, se está expresando un débil gobernante que con la amenaza de las armas quiere legitimarse. De ahí la alusión al ejército como "modestos, heroicos 'juanes'", sin "las ventajas económicas y sin los privilegios de la educación que otros disfrutan" 'Llamamiento a una peculiar especie de lucha de clases entre ineducados y educados, entre armados y desarmados.
De ahí a hacer a un lado el orden jurídico, no hay más que un paso: priva ahora la ley del más fuerte.
Parece, además, como si una controversia política, que está a la vista de todos, reseñada incluso por la prensa internacional, fuera algo personal entre Gustavo Díaz Ordaz y los opositores sin cara a los que se dirige. Por eso toma ímpetu individualista y exclama:
Ahora bien, en la alternativa de escoger entre el respeto a los principios esenciales en que se sustenta toda nuestra organización política, económica y social, es decir, la estructura permanente, la vida misma de México, por un lado y, por el otro, las conveniencias transitorias de aparecer personalmente accesible y generoso, la decisión no admite duda alguna y está toma- da: defenderé los principios y arrastro las consecuencias. Para cuidar los bienes supremos que me han sido confiados sé que tendré que enfrentarme a quienes tienen una gran capacidad de propaganda, de difusión, de falsía, de injuria, de perversidad. Sé que, en cambio, millones de compatriotas están decididamente en favor del orden y en contra de la anarquía. A los mexicanos conscientes de la hora en que vivimos, pido que no se arredren por pretendidos "poderes" de dentro o de fuera; en México no hay ni debe haber más poder que el del pueblo. Defendamos como hombres todo lo que debemos defender, nuestras pertenencias, nuestros hogares, la integridad, la vida, la libertad la horra de los nuestros y la propia. El otro capilla está abierto. No quisiéramos vernos en el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si es necesario: lo que sea nuestro deber hacer, lo haremos; hasta donde estemos obligados a llegar, llegaremos. Quienes sufrieron en forma directa el atraco y quienes están indignados con el, pueden tener la seguridad de que es6taremos estrechamente a su lado, que en su defensa sabremos emplear todos los elementos que el pueblo puso en nuestras manos y, además, pondremos en ella nuestra vocación por la justicia, nuestra adhesión permanente a las normas del derecho y nuestro amor a la libertad.
Sobran los comentarios. Baste decir que el jefe de un Estado, el primer encargado de la defensa social de los ciudadanos, no puede convocar a que los ciudadanos "defiendan" como hombres lo que "sea necesario", a su juicio. Eso es dudar del Estado, de su condición de gobernante y caer en la fuerza bruta, "corno hombres", corno razón última de su legitimidad. Y del 1968: "Por mi parte, asumo íntegramente la responsabilidad personal, ética, social, jurídica, política e histórica por decisiones del Gobierno en relación con los sucesos del año pasado."
Para terminar, en su mensaje político último de 1970 sólo recoge a la Revolución, a las tres revoluciones de México, como la razón última de su legitimidad. Y se disculpa: "Nunca he tenido fruición de poder... Entendí siempre el poder como oportunidad de servir. Cultivé la ecuanimidad para recibir con humildad los éxitos y estar preparado para afrontar con valor de hombre las horas de dolor. Ha sido para mí la más amarga y la más Luminosa de las experiencias." En ese orden.

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