TUTANKAMON





El Egipto imperial de la XVIII dinastía ya no estaba constituido por una población homogenea. En él vivían diversos pueblos con diferentes culturas, a los que les resultaba difícil aceptar un culto tan particularmente egipcio como el Amon.
El rey Amenofid IV adoptó un nuevo culto oficial del Estado: el de Aton, el Dios del Sol. Representaba algo mucho más universal que los otros dioses egipcios, pues casi todos los dioses de los otros pueblos adoraban de alguna manera al Sol. Fue declarado como único dios creador, dejando de lado la cultura politeísta de este pyeblo. Su símbolo era un disco solar y podía adorárselo en cualquier lugar abierto en que llegase los rayos solares.
Años más tarde se hijo, al heredar el trono, volvió a la religión tradicional de Amon y tomo el nomber de Tutankamón, que significa imagen viva de Amon. Su gobierno fue sin trascendencia y su fama fue debido a que dos arqueólogos encontraron la entrada a su tumba y la hallaron intacta, con todos su tesoros y a salvo de los saqueadores.

La piedra de Roseta, descubierta por las tropas de Napoleón y descifrada por un sabio francés, se encuentra en el Museo Británico de Londres. Inglaterra, en el siglo pasado, demostró un interés extraordinario por Egipto. Pero fue a principios de nuestro siglo cuando se produjo el hallazgo más sensacional de la historia del Egipto
primitivo: el descubrimiento de la tumba de Tutankamon.
El doctor Howard Carter poseía ideas muy claras sobre
Egiptología, y buscaba algo que permitiera reconstruir la vida del antiguo Egipto en forma palpable, intacta. Por suerte, fue protegido por el mecenazgo decidido de un noble inglés, lord Carnarvon, muy aficionado a las antigüedades.
Las excavaciones comenzaron en el Valle de los Reyes el año 1917, pero hasta el 3 de noviembre de 1922 no dieron con la entrada de la tumba del joven faraón, y cuando penetraron en ella advirtieron que, como ocurría en la mayor parte de los sepulcros hallados hasta entonces, había sufrido profanación y robo. Los ladrones habían saqueado la tumba en  siglos anteriores. Howard Carter y lord Carnarvon lograron pasar de la primera cámara a
una segunda a través de una puerta disimulada; pero, a pesar de haber encontrado diversos objetos, se dieron cuenta de que no era aquélla la auténtica sepultura. Una tercera puerta les condujo a la verdadera e inviolada tumba de Tutankamon. El sepulcro de oro encerraba la momia guardada en tres sarcófagos, uno dentro de otro. El último de ellos era de oro macizo y fueron necesarios los esfuerzos conjuntos de ocho hombres para levantarlo. El tesoro de Tutankamon es el más valioso descubierto en Egipto, y comprende desde las joyas reales hasta magníficos carros de caza, estatuas, utensilios, objetos, muebles, etc.

En ningún otro país de la Antigüedad se llevó a cabo un culto a los muertos tan minucioso como en Egipto. Cuando fallecía una persona de categoría, era
cuidadosamente embalsamada. Para realizar esta tarea se le extraían las entrañas y se rellenaba el interior del cuerpo con hierbas y preparados especiales. El cerebro se extraía a través de las fosas nasales para que ninguna clase de incisión destrozara el rostro o la cabeza del difunto. Luego, se envolvía el cuerpo en una serie de vendas perfumadas y preparadas hasta convertirlo en una momia. Las que hoy pueden examinarse en los museos de antigüedades presentan un estado de conservación sorprendente. Los rasgos de la cara, después de miles de años de haber fallecido, permiten darse cuenta de cómo eran sus facciones en vida.
Las vísceras se guardaban en vasos canopos, y el cuerpo
embalsamado era colocado en un sarcófago, cuya tapa reproducía la efigie y el contorno del difunto.
Los ricos solían colocar el sarcófago dentro de otro de
piedra, que en el caso de los faraones incluso era de oro o con incrustaciones de rica pedrería.
Las familias pudientes, sin llegar a ser muy ricos, es decir, las que hoy llamaríamos de clase media (comerciantes, funcionarios, etc.), solían erigirse unas tumbas de base cuadrada o rectangular, semejantes a una pirámide truncada. Se  llamaban "mastabas". La cámara funeraria se encontraba en un pozo, bajo tierra, y la edificación era a modo de túmulo sobre la tumba del pariente. En ella existía una especie de capilla con relieves, imágenes y pinturas dedicadas especialmente a
Osiris. Las tumbas de los faraones son los monumentos más grandes e impresionantes de la Tierra. Si los reyes habían representado en vida el sumo poder y la encarnación de la divinidad, en un país donde el culto a los muertos era la obsesión de todos los vivos, es lógico que sus tumbas sobrepararan toda medida. Y, efectivamente, lo consiguieron. Los faraones de la IV
Dinastía: Cheops, Kefrén y Mikerinos construyeron tres
pirámides que aún hoy impresionan por sus  esmesuradas medidas y por la enorme cantidad de sillares de piedras que fue preciso acarrear hasta coronar lo alto de los 150 m, aproximadamente, que mide la mayor. Ya se habían construido antes pirámides escalonadas, como la de Sakarah, donde fue enterrado el faraón Zoser, pero la complicación de las tres citadas es tanta que alcanza la máxima perfección en arte funerario. En efecto, varios pasadizos sin salida y sin utilidad debían desorientar a los posibles profanadores de tumbas y sólo uno conducía a la cámara real, pero aun éste se tapiaba una vez depositado el preciado cadáver.
Y junto a la pirámide, el templo, porque el culto a los
muertos se enlazaba íntimamente con la idea religiosa de supervivencia, del más allá, en la que el "doble" o alma del difunto pudiera disfrutar de los alimentos, las joyas y los donativos que acompañaban a su sepelio. La famosa Esfinge de Gizeh no es sino la coronación del templo correspondiente a la pirámide de Cheops. Entre las patas de la Esfinge se halla la entrada al mismo.
Sin embargo, no son las pirámides que se levantan próximas a El Cairo los monumentos funerarios más importantes de Egipto.
Es preciso dirigirse a Deir-el-Bahari para extasiarse ante una construcción enorme y vastísima formada por una mastaba sobre la cual se erigió una pirámide. El conjunto está rodeado de dos pisos porticados. Una rampa da acceso al primero de ellos. Es el sepulcro del faraón Mentuotep II. Y si nos encaminamos al Valle de los Reyes, el Alto Egipto, veremos, especialmente en Abidos, las tumbas de los faraones tebanos. Éstos renunciaron a levantar enormes masas de piedra en forma de pirámides, y mandaron excavar en la roca viva sus
tumbas, tan complicadas que incluso, para desorientar a los presuntos ladrones, mandaban abrir falsos corredores y entradas que penetraban en el interior de la montaña.
Se calcula que unos 100.000 esclavos trabajaron durante 20 años en la edificación de la pirámide de Cheops.
Esta forma de comprender la vida no solamente nos ha legado edificios impresionantes y esculturas  verdaderamente notables, sino también una literatura que se manifiesta en los textos encontrados en los corredores y salas de las pirámides.
Alrededor de la idea de la muerte y la reverencia al faraón (fiestas funerarias, religiosas y palaciegas) nació una música muy primitiva. Gracias a cuidadosas excavaciones ha sido posible recuperar y reconstruir hasta una cincuentena de instrumentos musicales: el arpa, la doble flauta vertical, el doble clarinete, tímpanos, etc. Éstos hacen suponer que los egipcios conocieron una música muy sencilla, diatónica, que emplearon profusamente en las fiestas ya citadas.



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