Juan Nepomuceno Almonte




JUNTA DE REGENCIA
Juan Nepomuceno Almonte
Gobernó del 21 de julio de 1863
al 12 de junio de 1864
El 10 de junio entró el general Forey en México al mando del ejército francés y ordenó el día 16, por un decreto, que se reuniese una Junta Superior de Gobierno compuesta por 35 personas, nombradas por el ministro de Francia, monsieur De Saligny, para que eligiesen a tres mexicanos que desempeñaran el poder ejecutivo, con dos suplentes.
Instalada la Junta de Gobierno nombró para que formaran el ejecutivo a los generales Juan N. Almonte y José Mariano Salas y al obispo don Pelagio Antonio de Labastida, en cuyo lugar por hallarse ausente entró el señor obispo de Tulancingo don Juan B. Ormachea. Desde ese día, que era el 21 de junio, el Poder Ejecutivo quedó en calidad de regencia y fue enviada una comisión a Europa para ofrecer el trono al archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo y cuando éste aceptó nombró lugarteniente del Imperio al general Almonte, quien desempeñó el gobierno del 20 de mayo al 12 de junio de 1864 en que lo recibió de hecho el propio emperador.

El general Juan Nepomuceno Almonte era hijo de don José María Morelos y Pavón y de una señora Brigida probablemente de apellido Almonte; nació en Nocupétaro, del hoy estado de Michoacán, el día 15 de mayo de 1804. Siendo un niño acompañó a su padre en muchas acciones de armas y en el ataque a Valladolid, el 24 de diciembre de 1813, resultó herido en un brazo.
En 1815 fue enviado a los Estados Unidos a estudiar y allá permaneció hasta 1821, al triunfo del Plan de Iguala, pero pronto regresó a los Estados Unidos cuando Iturbide se hizo emperador. Al establecerse la República volvió a México, cuyo gobierno le reconoció el grado de teniente coronel. Fue enviado en comisiones diplomáticas a Inglaterra y a Sudamérica. Partidario del general don Vicente Guerrero y amigo del general Santa Anna, acompañó a éste en la campaña contra los federalista zacatecanos y a Texas, donde cayó prisionero en la sorpresa de San Jacinto el 20 de abril de 1836. Puesto en libertad regresó al país con Santa Anna en 1837.
En 1839 ascendió a general y se encargó durante dos años del Ministerio de Guerra en el gabinete del presidente Anastasio Bustamante. De 1841 a 1845 fue embajador de México en Washington, desempeñó con eficiencia esa comisión e intervino activamente para tratar de impedir que Texas fuera incorporado como estado de la Unión; discutió sobre los verdaderos límites de ese territorio con la República Mexicana y finalmente intervino para que se llegase a un arreglo y evitar la guerra que sabía por propia experiencia resultaría muy mal para México.
Cuando se rompieron las relaciones Almonte regresó a la capital para encargarse del Ministerio de guerra y en 1847 tomó parte en las operaciones contra los norteamericanos en el Oriente y en el Valle de México. En un principio fue republicano y liberal, para después de la guerra contra los Estados Unidos convertirse en conservador, monarquista y partidario del respeto a los intereses del clero. El gobierno moderado de Comonfort, lo nombró embajador en Inglaterra, en España y en la corte de Viena. Al estallar la Guerra de Reforma y ser reconocido por España como presidente de la República el general Félix Zuloaga, éste ratificó a Almonte en su representación diplomática. Firmó a nombre de México, con el gobierno español representado por el señor Alejandro Mon, los tratados llamados Mon-Almonte por los cuales México se comprometía a pagar daños y perjuicios a los familiares de los súbditos españoles asesinados en San Dimas y en San Vicente, a cambio del reconocimiento de su gobierno. Por esta razón Juárez lo declaró traidor a la patria y lo dio de baja en el ejército.
Al triunfo de los liberales Almonte salió del país para dirigirse a Europa y en París se reunió con el señor don José María Gutiérrez de Estrada y otros relevantes conservadores que se ocupaban en negociar el establecimiento de una monarquía en México. Concurrió ante los gobiernos de Francia y España para intrigar a efecto de que estos países intervinieran en los asuntos de México. Regresó en marzo de 1862 aprovechando la llegada de las tropas francesas y se proclamó presidente interino aunque los jefes militares intervencionistas no lo aceptaron. Asistió a la Batalla del 5 de mayo y sus consejos al general conde de Lorencez no fueron tomados en cuenta.
Cuando el mariscal Forey ocupó la capital con sus tropas espidió un decreto disponiendo se reuniese una Junta Superior de Gobierno para elegir a tres mexicanos que desempeñaran el Poder Ejecutivo. Instalada la Junta de Gobierno nombró para formar el ejecutivo a los generales Almonte y Mariano Salas y al arzobispo Pelagio Antonio de Labastida. La Junta declaró que la nación mexicana adoptaba la monarquía y que la corona imperial le sería ofrecida al archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo. Desde ese día, que era el 10 de junio de 1863, el Poder Ejecutivo quedaba en calidad de regencia. Maximiliano aceptó la corona y nombró lugarteniente del Imperio al general Almonte, cargo que desempeñó hasta la llegada del emperador, quien lo nombró mariscal de palacio, pasando a ser personaje de segunda fila. En 1866 fue enviado a Francia para tratar de convencer a Napoleón III de que no retirase sus tropas de México, comisión que no dio resultado. Almonte permaneció en París, donde murió el 21 de marzo de 1869.
El obispo Juan Bautista Ormachea y Ernáiz nació en la ciudad de México en 1812. Estudió en el seminario conciliar de la capital, del que fue secretario, vicerrector y catedrático de etimologías grecolatinas, filosofía y derecho canónico. Desempeñó muchas capellanías y tuvo a su cargo varios curatos, hasta que en marzo de 1853 fue nombrado obispo de Tulancingo.
Tomó parte activa y directa en la política, rebatiendo las Leyes de Reforma con escritos, sermones y cartas pastorales. Formó parte de la Regencia del Imperio en lugar del arzobispo Labastida, quien se encontraba en Europa. Cuando terminó su cargo transitorio volvió a su diócesis. Aunque desterrado algún tiempo al triunfo de la República, volvió al país con la ley de amnistía decretada por el presidente Lerdo de Tejada. Murió en Tulancingo, Hidalgo, en enero de 1894.
El arzobispo don Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos nació en la ciudad de Valladolid, hoy Morelia, el 21 de marzo de 1816. Hizo sus primeros estudios en la casa de un familiar que lo inició en el estudio del latín y de la retórica. Ingresó en el seminario de su ciudad, donde fue compañero y amigo de don Ignacio Aguilar y Marocho, de don Clemente Murguía, que llegaría a ser arzobispo de México, de don Melchor Ocampo y de otras personas notables de la época. Recibió las órdenes sacerdotales después de haber hecho todos los estudios con notable aprovechamiento. Fue catedrático, vicerrector y rector de la institución docente.
A petición del presidente López de Santa Anna, el padre Labastida fue nombrado por el Vaticano, obispo de Puebla, en julio de 1855. Después del triunfo de la Revolución de Ayutla, Labastida empezó a intervenir en forma muy directa y subversiva. Durante la revolución reaccionaria de la sierra de Zacapoaxtla en diciembre de 1855, el obispo Labastida prestó recursos a los revoltosos e hizo una amenazante advertencia al gobierno de Comonfort, por lo que éste mandó aprehenderlo y enviarlo desterrado al extranjero; vivió en Cuba, España y Francia, dedicado a la intriga contra los gobiernos liberales mexicanos.
Cuando se produjo la intervención francesa y los soldados galos ocuparon la ciudad de México, formó parte de la Junta de Gobierno de Derecho, aunque sólo llegó a unirse a ella hasta el 11 de octubre de 1863. Había estado desterrado siete años y poco duró en su gestión porque exigiendo la derogación de las Leyes de Reforma, tuvo graves desavenencias con Almonte y Salas, que lo destituyeron. Labastida, disgustado con el Imperio, volvió a Europa y allá permaneció hasta el año de 1871 en que se acogió a la amnistía decretada or el gobierno mexicano. Dedicado por completo a su ministerio sacerdotal murió en Oacalco, Morelos, el 9 de febrero de 1891.

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