Alfonso Reyes
(1889-1959), escritor mexicano, uno de los grandes humanistas de América,
figura excepcional, que trabajó muy diversas disciplinas y ocupó un lugar
singular en la cultura de México, con radiaciones hacia todo el mundo hispánico
y, también, cosa poco frecuente, hacia el Brasil.
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UNA FORMACIÓN CLÁSICA
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Hijo del general
Bernardo Reyes, que ocupó destacados puestos en el gobierno de Porfirio Díaz,
este polígrafo, nacido en Monterrey, Nuevo León, fue miembro del grupo Ateneo
de la Juventud (1909-1913), movimiento de renovación cultural y artística en el
que varios jóvenes intelectuales, como Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso y
José Vasconcelos, se organizaron para leer a los clásicos. Fue ésta una de las
improntas que más huella dejaría en sus vidas y en sus temáticas: el encuentro
con los clásicos griegos. “En Grecia, —dice Carlos Monsiváis— encuentran la
inquietud del progreso, el ansia de perfección, el método, la técnica
científica y filosófica, el modelo de disciplina moral, la perfección del hombre
como ideal humano”, en suma, todo aquello que caracteriza su vasta obra. En
1910, a los veintiún años, publicó su primer libro, Cuestiones estéticas.
En 1913 obtuvo el título de abogado. Más tarde fue secretario de la Escuela
Nacional de Altos Estudios, donde fundó la Cátedra de Historia de la Lengua y
Literaturas Españolas.
Exiliado en España
(1914-1924) un año después de la muerte de su padre, se relaciona con las más
importantes figuras literarias del momento. Se formó en la escuela de Menéndez
Pidal y luego en la estética de Benedetto Croce. En España entabló amistad con
autores de la generación del 98, como Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset
y Ramón Gómez de la Serna. Pronto publicó numerosos y sabios ensayos sobre la
poesía del Siglo de Oro español, entre los que destacan sus trabajos sobre el
barroco y Góngora; además, fue uno de los primeros en estudiar a sor Juana Inés
de la Cruz. De esa época son sus obras: Cartones de Madrid (1917),
reunión sintética de varias estampas suculentas y con gran sentido del humor;
su breve obra maestra, Visión de Anáhuac (1917), en la que revisa la
labor de la conquista de México, la paulatina y trágica desecación del valle (véase
Valle de Anáhuac) y la ya perdida transparente región, además de El
suicida (1917) y El cazador (1921).
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UNA FIGURA CLAVE AMERICANA
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De 1924 a 1939 (año
en que regresa a México) vive como diplomático en Francia, Argentina y Brasil,
y no es exagerado decir que se convierte en una figura esencial del continente
hispánico, como lo atestigua el propio Borges. Entre sus ensayos de esos años
se cuentan: Cuestiones gongorinas (1927), Simpatías y diferencias
(1921-1926), Homilía por la cultura (1938), Capítulos de literatura
española (1939 y 1945) y Letras de la Nueva España (1948).
Maestro de la lengua,
de 1939 a 1950 está en la cumbre de su madurez intelectual y escribe una larga
serie de libros sobre temas clásicos, como La antigua retórica y Última
Tule de 1942, El deslinde (1944), La crítica en la Edad Ateniense
(1945) o Junta de sombras (1949). También escribió sobre problemas
mexicanos y americanos, y sobre otros temas muy variados: Tentativas y
orientaciones (1944), Norte y Sur (1945), La X en la frente y
Marginalia, ambos de 1952. Entre sus traducciones se encuentra parte de
la Iliada de Homero, en 1951.
Aunque ocupó cargos
diplomáticos y fue director de El Colegio de México, institución creada para
recibir a los exiliados de la República española, su definición fundamental fue
la de escritor, sentando así las bases del profesionalismo en la literatura
mexicana. Su trabajo con el mundo clásico no se limita al de la erudición, es
más bien una reinvención de metáforas poéticas y hasta políticas que definen nuevas
perspectivas para articular la realidad mexicana, como su Discurso por
Virgilio (1931). En Ifigenia cruel (1924), poema dramático en el
estilo del teatro clásico, el mito contado por Eurípides se reinventa y se
transforma en una reflexión sobre la identidad y el pasado, una alegoría de su
propia vida y también de la del México surgido de su propia Revolución.
Quizá el mejor Reyes
es el de los ensayos escritos con una gran economía de medios y erudición clara
y precisa, lo que lo ha convertido sin discusión en el paradigma de la
ensayística latinoamericana y en el maestro de México. Hasta ahora, sus obras
completas abarcan por el momento 26 tomos, que han sido editados entre 1955 y
1994. Su poesía, escrita entre 1906 y 1958, se incluye en el tomo X de esa
edición, bajo el título de Constancia poética. En 2002 salió a la calle
el libro Algunos ensayos, que ofrece un compendio de textos de temática
variada escritos por Reyes desde su infancia hasta el final de sus días.
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