La máxima creación de Miguel de Cervantes es indudablemente Don Quijote de la Mancha, culminación de toda una vida de escritor y una de las grandes novelas de la literatura universal. Puesto que cada generación descubre de nuevo el Quijote, el análisis pormenorizado de la trama argumental de la obra sigue siendo indispensable. Sin lugar a dudas, el Quijote es una fuente inagotable de nuevos hallazgos e interpretaciones. Antes de morir, y cuando ya se habían publicado las dos panes del Quijote, Cervantes dio a conocer todavía una última novela, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, y con ella concluyó definitivamente el ponentoso ciclo creador que había iniciado con La Ga/atea.
El Quijote está constituido por la narración de tres viajes por la Mancha, por Aragón y por Cataluña realizados por el héroe del relato. Tres veces sale de su aldea en busca de aventuras. En cada uno de estos periplos el legendario personaje y su inseparable compañero van perfilando su idiosincrasia inconfundible. Cada una de estas salidas tiene una estructura, unas aventuras y un itinerario propios que servirán para ir analizando la novela de acuerdo con las características particulares de cada una de ellas.
EL AUTOR
La valoración que el Quijote y, por extensión, el resto de la obra cervantina han merecido dentro y fuera de España ha variado con el correr de los siglos. Para empezar, conviene saber que la influencia inmediata de Cervantes entre los escritores castellanos del Barroco se vehiculizó a través de las Novelas Ejemplares. La tipología de éstas proviene de la navela italiana, es decir, de una narración breve que equivale a lo que hoy en día conocemos como novela corta. Pero Cervantes no se limitó a adoptar la forma italiana de este género, sino que lo innovó como dice Hainsworth, mediante el arte de la concentración y el arte de la sugestión, y su acierto fue tan grande que tuvo numerosos imitadores.
Entre los más destacados cabe citar a María de layas con sus Novelas amorosas y ejemplares, a Juan Pérez de Montalbán con sus Sucesos y prodigios de amor en ocho novelas ejemplares y también a autores como el prolífico Alonso de Castillo Solórzano, Juan Cortés de Tolosa, Jerónimo de Salas Barbadillo e, incluso, el mismísimo Lope de Vega, quien adoptó las formas cervantinas en su obra Novelas a Marcia Leonarda, aunque sin superar su modelo.
En cambio, no tuvo la misma difusión el Quijote, que, en los siglos XVII Y XVIII, fue tan sólo visto como una novela cómica por los escritores españoles. Esa valoración cambió con el romanticismo, si bien y con anterioridad, el Quijote resultó muy apreciado en Inglaterra y Francia. La novela inglesa que aparece en el siglo XVIII debe mucho a Cervantes, como es bien patente en Fielding y Smollet, y no es menor la deuda en escritores posteriores como Walter Scott y el mismo Charles Dickens.
En España, los escritores de la generación del 98 vieron a Miguel de Cervantes de un modo muy distinto a como había sido interpreta- do hasta entonces y lo valoraron a veces incluso en sentido extra iliterario y acorde con la búsqueda de la identidad española que caracterizó a todos ellos.
En este sentido, el caso más exagerado correspondió a Miguel de Unamuno; en su Vida de don Quijote y Sancho, el que fuera principal ideólogo del noventayochismo, llegó a afirmar: «¿Qué me importa lo que Cervantes quiso o no quiso poner allí y lo que realmente puso? Lo que vivo es ….lo que yo allí descubro...» Y el gran descubrimiento unamuniano consistió en exaltar la locura heroica de don Quijote, la «santa locura española),. Más tarde, Ortega y Gasset, chef de file de la generación de 1914, inició sus fecundas reflexiones partiendo precisamente de Cervantes en sus Meditaciones del Quijote. Ortega compartía con Unamuno la idea de que el personaje cervantino es el símbolo por antonomasia del carácter nacional español, con sus virtudes y sus defectos; ahora bien, don Quijote, en cuanto expresión acendra- da de lo autóctono, del alma española, tenía que sintetizarse con lo germánico para producir así un nuevo clasicismo basado en el cruce de lo espontáneo y lo reflexivo. Menos ideológica y más literaria fue la interpretación que hizo Antonio Machado a través de las sentencias y donaires de Juan de Mairena: «Nuestro Cervantes... no mató, porque ya estaban muertos, los libros de caballerías, sino que los resucitó, alojándolos en las celdillas del cerebro de un loco, como espejismo del desierto manchego. Con esos mismos libros de caballerías, épica degenerada, novela propiamente dicha, creó la novela moderna. Del más humilde propósito literario, la parodia, surge, qué ironía!- la obra más original de todas las literaturas...»
La valoración que el Quijote y, por extensión, el resto de la obra cervantina han merecido dentro y fuera de España ha variado con el correr de los siglos. Para empezar, conviene saber que la influencia inmediata de Cervantes entre los escritores castellanos del Barroco se vehiculizó a través de las Novelas Ejemplares. La tipología de éstas proviene de la navela italiana, es decir, de una narración breve que equivale a lo que hoy en día conocemos como novela corta. Pero Cervantes no se limitó a adoptar la forma italiana de este género, sino que lo innovó como dice Hainsworth, mediante el arte de la concentración y el arte de la sugestión, y su acierto fue tan grande que tuvo numerosos imitadores.
Entre los más destacados cabe citar a María de layas con sus Novelas amorosas y ejemplares, a Juan Pérez de Montalbán con sus Sucesos y prodigios de amor en ocho novelas ejemplares y también a autores como el prolífico Alonso de Castillo Solórzano, Juan Cortés de Tolosa, Jerónimo de Salas Barbadillo e, incluso, el mismísimo Lope de Vega, quien adoptó las formas cervantinas en su obra Novelas a Marcia Leonarda, aunque sin superar su modelo.
En cambio, no tuvo la misma difusión el Quijote, que, en los siglos XVII Y XVIII, fue tan sólo visto como una novela cómica por los escritores españoles. Esa valoración cambió con el romanticismo, si bien y con anterioridad, el Quijote resultó muy apreciado en Inglaterra y Francia. La novela inglesa que aparece en el siglo XVIII debe mucho a Cervantes, como es bien patente en Fielding y Smollet, y no es menor la deuda en escritores posteriores como Walter Scott y el mismo Charles Dickens.
En España, los escritores de la generación del 98 vieron a Miguel de Cervantes de un modo muy distinto a como había sido interpreta- do hasta entonces y lo valoraron a veces incluso en sentido extra iliterario y acorde con la búsqueda de la identidad española que caracterizó a todos ellos.
En este sentido, el caso más exagerado correspondió a Miguel de Unamuno; en su Vida de don Quijote y Sancho, el que fuera principal ideólogo del noventayochismo, llegó a afirmar: «¿Qué me importa lo que Cervantes quiso o no quiso poner allí y lo que realmente puso? Lo que vivo es ….lo que yo allí descubro...» Y el gran descubrimiento unamuniano consistió en exaltar la locura heroica de don Quijote, la «santa locura española),. Más tarde, Ortega y Gasset, chef de file de la generación de 1914, inició sus fecundas reflexiones partiendo precisamente de Cervantes en sus Meditaciones del Quijote. Ortega compartía con Unamuno la idea de que el personaje cervantino es el símbolo por antonomasia del carácter nacional español, con sus virtudes y sus defectos; ahora bien, don Quijote, en cuanto expresión acendra- da de lo autóctono, del alma española, tenía que sintetizarse con lo germánico para producir así un nuevo clasicismo basado en el cruce de lo espontáneo y lo reflexivo. Menos ideológica y más literaria fue la interpretación que hizo Antonio Machado a través de las sentencias y donaires de Juan de Mairena: «Nuestro Cervantes... no mató, porque ya estaban muertos, los libros de caballerías, sino que los resucitó, alojándolos en las celdillas del cerebro de un loco, como espejismo del desierto manchego. Con esos mismos libros de caballerías, épica degenerada, novela propiamente dicha, creó la novela moderna. Del más humilde propósito literario, la parodia, surge, qué ironía!- la obra más original de todas las literaturas...»
Cervantes murió sin saber que la primera parte del Quijote ya estaba traducida al inglés y al francés: en Inglaterra, éste se convirtió en el libro básico para el desarrollo de la gran novelística inglesa. Pero ya antes de la primera traducción –Shelton 1612- hay alusiones en el teatro inglés al Quijote, hablando de «luchar contra molinos de viento». Al lado, frontispicio de la edición inglesa del Quijote de 1687, que curiosamente incluye a Sancho Panza.
Primera salida de don Quijote
Primera parte, capitulo 1 a 6. La novela se inicia con una descripción de las costumbres y estado del protagonista. Hidalgo de unos cincuenta años y de mediana posición, que consumía sus menguadas rentas en la compra de libros de caballerías cuya lectura le entusiasmó de tal modo que le llevó a la locura. Como consecuencia de esto decidió convertirse en caballero andante y salir por el mundo en busca de aventuras, bautizándose a sí mismo como don Quijote de la Mancha. Y recordando que todo caballero andante estaba enamorado de una dama a quien encomendarse en los trances peligrosos y a quien ofrecer los frutos de sus victorias, elige a una moza labradora «de quien él un tiempo anduvo enamorado», y le pone el nombre de Dulcinea del Toboso, convirtiéndola en el norte de todas sus hazañas.
En su primera salida, don Quijote, a causa de su locura, desfigurará la realidad acomodándola a las fantasías que ha leído en los libros de caballerías; así cuando llegue a la venta creerá encontrarse en un castillo y las mozas de peor calaña serán «hermosas doncellas». En esta venta se hará armar caballero (1, 3) en una ridícula farsa y diáfana parodia de las solemnes fiestas que tanto abundan en los libros de caballerías, donde el héroe es armado ceremoniosa- mente y con el más profundo fervor religioso. Los lectores del siglo XVII percibieron muy bien que el protagonista de la novela jamás fue caballero porque don Quijote había recibido la caballería «por es- carnio», ya que el ventero que le dio el espaldarazo no tenía «poderío de lo fazer». De ahora en adelante, toda la novela transcurrirá acomodada a este equívoco inicial y absolutamente consciente. Las personas sensatas que se topen con don Quijote de la Mancha comprenderán al punto que se trata de un irremediable y alucinante loco que se figura caballero; sólo los rústicos, como los cabreros, los chiflados, como el Primo, o sea, los genuinos representantes de los sectores más humildes y populares, o los irremediablemente tontos, como doña Rodríguez, se tomarán en serio la caballería del hidalgo manchego. y también Sancho Panza, porque Cervantes ha sido muy hábil al colocar este episodio antes de aparecer el escudero.
Su primera aventura como protector de los desvalidos, defendiendo a un criado apaleado por su amo, tiene un final desalentador, pues cuando días más tarde encuentre de nuevo al mozo (1, 31) éste le indicará que no se meta donde no le llaman. Siguiendo su camino, don Quijote obliga a seis mercaderes toledanos a confesar su fe ciega en la belleza de Dulcinea, sólo consiguiendo que se burlen de él y lo apaleen (1, 4). Tras la paliza, la locura de don Quijote adquiere una nueva característica: cree ser otras personas; primero Valdovinos, personaje .del Romancero, y al cabo de un rato Abindarráez, personaje de una novela morisca. Un vecino que lo recoge lo lleva a su casa para que se reponga (1, 5). Mientras él permanece en la cama durmiendo profundamente, el cura, el barbero y el ama se dedican a juzgar y salvar o condenar al fuego los libros de la biblioteca de don Quijote (1, 6). Este capítulo
Detalle de una cuadra de Valero, en el cual se ve a don Quijote bebiendo a través de una caña al no poder quitarse el yelmo. |
está dedicado exclusivamente a la crítica de novelas y de libros de poesía, que el cura va juzgando según, naturalmente, las ideas y gustos de Cervantes. Casi todos los libros son quemados por el impecable ama en el corral de la casa; pero algunos de ellos se salvan de la condena (el Amadís, el Palmerín de Inglaterra, el Tírant lo Blanch) , así como ciertas novelas pastoriles. Entre éstas aparece, significativamente, La Galatea de Cervantes, en un guiño de absoluta complicidad que el autor dirige al lector de la obra.
Segunda salida de don Quijote
Primera parte, capítulos 7 a 52. A pesar del fracaso de sus prime- ras aventuras, don Quijote persiste en su empeño de ser caballero andante y para ello necesitará un escudero. Convence con la promesa de grandes ganancias y botines a «.. .un labrador vecino suyo, hombre de bien -si es que este título se puede dar al que es pobre-, pero de muy poca sal en la mollera» (1, 7). Sancho Panza no será siempre así, y en la pluma de Cervantes irá evolucionando y a este ignorante labrador se le irá pegando el ingenio de don Quijote e incluso llegará a contagiarse de su locura. A partir, pues, del capítulo 7 aparece la inmortal pareja y con ella el continuo y atrayente diálogo que nos hará penetrar a fondo en el alma de don Quijote y su escudero, en reiterado contraste entre el idealizado sueño caballeresco y la realidad ingenua, sensata y pueblerina, y contraste también físico: don Quijote, alto y delgado, montado en su escuálido caballo, Rocinante y Sancho, gordo y chaparro so su inseparable asno. En esta segunda salida de don Quijote se van a suceder una serie de episodios variados: la aventura de los molinos de viento que se transformarán para don Quijote en descomunales gigantes como los que se enfrentaban a los caballeros andantes, y la pelea con el gallardo vizcaíno que termina con las espadas en lo alto. A partir del siguiente capítulo, Cervantes empieza lo que él llama segunda parte de su no- vela y se introduce en ella fingiendo estar apesadumbrado por no saber nada más de don Quijote. En sus rebuscas encuentra en Toledo unos papeles escritos en árabe que se hace leer por un morisco y se entera de que trataban de la Historia de don Quijote de la mancha, escrita por Cid Hamid Aberenjenado. Historiador arábigo. Nombre que se inventa Miguel de Cervantes, aunque finalmente irónico, está en autentico árabe y significa “señor aberenjenado” contento Cervantes con su hallazgo se lo hace traducir al castellan, o se a que partir de este momento el Quijote será la fingida traducción de un texto arábigo.
Llegan don Quijote y Sancho al anochecer a las chozas de unos cabreros que les acogen amablemente, y al acabar la frugal cena, don Quijote, contemplando un puñado de bellotas, ante su rústico auditorio pronuncia el famoso discurso sobre la Edad de Oro, en el que Miguel de Cervantes ironiza sobre aquella época ideal en que la virtud, la inocencia y la bondad imperaban en todo el mundo.
Durante la estancia con los cabreros (1, 11 a 14) se narra la historia de los amores de Grisóstomo y Marcela, pastores al estilo de las novelas pastoriles, o sea seres más literarios que auténticos y cuyo refinado lenguaje contrasta con los vulgarismos y errores idiomáticos de los verdaderos cabreros. Éste es otro recurso cervantino de introducir un relato dentro de la novela pero sin interrumpir nunca la continuidad del argumento de ésta.
Don Quijote y Sancho abandonan a los cabreros y los pastores y reemprenden su viaje. Mientras descansan a la hora de la siesta, Rocinante se entremete en el tranquilo pacer de unas hacas, o jacas, cuyos propietarios eran unos arrieros yangüeses, o sea naturales de Yanguas (Soria); éstos dan una paliza al caballo y luego a don Quijote de la Mancha y a Sancho (1, 15). Maltrechos, llegan a .una venta, que don Quijote toma por castillo a pesar de las razones de Sancho Panza. Son alojados en un desván y les ocurren diversos sucesos por culpa de la moza de la venta, Maritornes, que les vale otra buena sarta de palos (1, 16).
Para curarse de las heridas, a don Quijote se le ocurre confeccionar el-bálsamo de Fierabrás- (1, 17). La historia de Fierabrás y de su bálsamo, que tiene su origen en un cantar de gesta francés del siglo XII, se divulgó en España gracias a una prosificación que fue publicada en el año 1525 en castellano.
A la mañana siguiente, y cuando se disponían a abandonar la venta, algunos de sus huéspedes, gente de baja extracción, gas- tan a Sancho Panza la broma de mantearle alegremente, suceso que desde luego dolerá mucho al escudero y que posteriormente recordará a menudo con pena e indignación.
La siguiente aventura es la de los rebaños (1, 18) que don Quijote confunde con dos poderosos ejércitos dispuestos a entablar una feroz batalla. La descripción de los combatientes que la trastoca- da mente de don Quijote cree ver es uno de los pasajes más cómicos del libro. Don Quijote se pone del lado de las imaginadas huestes del emperador Pentapolín del Arremangado Brazo y se lanza contra las ovejas, que piensa son sus enemigos.
Durante la estancia con los cabreros (1, 11 a 14) se narra la historia de los amores de Grisóstomo y Marcela, pastores al estilo de las novelas pastoriles, o sea seres más literarios que auténticos y cuyo refinado lenguaje contrasta con los vulgarismos y errores idiomáticos de los verdaderos cabreros. Éste es otro recurso cervantino de introducir un relato dentro de la novela pero sin interrumpir nunca la continuidad del argumento de ésta.
Don Quijote y Sancho abandonan a los cabreros y los pastores y reemprenden su viaje. Mientras descansan a la hora de la siesta, Rocinante se entremete en el tranquilo pacer de unas hacas, o jacas, cuyos propietarios eran unos arrieros yangüeses, o sea naturales de Yanguas (Soria); éstos dan una paliza al caballo y luego a don Quijote de la Mancha y a Sancho (1, 15). Maltrechos, llegan a .una venta, que don Quijote toma por castillo a pesar de las razones de Sancho Panza. Son alojados en un desván y les ocurren diversos sucesos por culpa de la moza de la venta, Maritornes, que les vale otra buena sarta de palos (1, 16).
Para curarse de las heridas, a don Quijote se le ocurre confeccionar el-bálsamo de Fierabrás- (1, 17). La historia de Fierabrás y de su bálsamo, que tiene su origen en un cantar de gesta francés del siglo XII, se divulgó en España gracias a una prosificación que fue publicada en el año 1525 en castellano.
A la mañana siguiente, y cuando se disponían a abandonar la venta, algunos de sus huéspedes, gente de baja extracción, gas- tan a Sancho Panza la broma de mantearle alegremente, suceso que desde luego dolerá mucho al escudero y que posteriormente recordará a menudo con pena e indignación.
La siguiente aventura es la de los rebaños (1, 18) que don Quijote confunde con dos poderosos ejércitos dispuestos a entablar una feroz batalla. La descripción de los combatientes que la trastoca- da mente de don Quijote cree ver es uno de los pasajes más cómicos del libro. Don Quijote se pone del lado de las imaginadas huestes del emperador Pentapolín del Arremangado Brazo y se lanza contra las ovejas, que piensa son sus enemigos.
Siguen caminando hidalgo y escudero hasta encontrarse con un grupo de hombres encamisados que llevaban antorchas encendí- das y acompañaban una litera vestida de luto (1, 19). Don Quijote contempla a la luz de las antorchas la litera creyendo que dentro había algún caballero muerto o herido a quien vengar y su aspecto hace que Sancho le dé el nombre del "Caballero de la Triste Figura», denominación que agradó de manera entusiasta a don Quijote y que decidió adoptar como apelativo al estilo de los caballeros andantes. La aventura de los batanes (1, 20), en la que la oscuridad de la noche y el ruido que producían estos mazos les llena de miedo porque se imaginan que es algo misterioso y sobrenatural, da pie a un extenso diálogo en donde don Quijote de la Mancha y Sancho Panza. La personalidad de Sancho ya se ha fijado de un modo inconfundible, con sus reflexiones, sus agudezas y sus refranes, fruto de una tradición popular muy viva y muy rica
.
Al día siguiente, don Quijote de la Mancha se apodera de lo que él imagina que es el legendario yelmo de Mambrino (1, 21) Y que no era sino una brillante bacía de barbero que llevaba su dueño en la cabeza a fin de resguardarse de la lluvia y que, ante la visión esperpéntica de don Quijote, lanza en ristre hacia él, la dejó caer al suelo. Continúan su andadura y encuentran a doce presos condenados a galeras, custodiados por guardianes (1, 22). Las informaciones de uno de los maleantes, Ginés de Pasamonte, acerca de sus delitos, hacen que don Quijote interprete elementalmente uno de los fines de la caballería medieval, dar libertad al esclaviza- do o forzado, y arremeta contra los guardianes, que por defender- se de él descuidan a los presos, los cuales se liberan de sus cadenas y colaboran con don Quijote de la Mancha y Sancho Panza en atacar a la justicia. Pero cuando se ven libres de ella, apedrean sin piedad y roban al hidalgo y al escudero. Este episodio es uno de los más acertados y famosos del Quijote.
Esta hazaña acarrea a don Quijote e incluso a Sancho la persecución de la Santa Hermandad. Para evitarla se internan en Sierra Morena, donde uno de los ladrones antes liberados, el famoso Ginés de Pasamonte, roba a Sancho el asno. Allí se encuentran con Gardenia, un loco en estado semi salvaje porque su amada Luscin- da lo ha abandonado por don Fernando, al paso que éste ha abandonado a su amada Dorotea (1, 23). Se trata de una historia sentimental inserta en el argumento del Quijote formando novela independiente, aunque luego los personajes, en especial Dorotea, intervengan en el resto del asunto.
El hidalgo manchego decide suspender transitoriamente la búsqueda de aventuras y quedarse en Sierra Morena de penitencia, como ha leído en Amadís de Gaula y en Orlando furioso, combinando los rezos y suspiros del uno con los excesos y extravagancias del otro. Sancho, mientras dura esta mortificación, debe llevar una carta a Dulcinea del Toboso (que, por supuesto, nunca llegará a sus manos, pues al descuidado escudero se le pierde). El cura, el barbero y Sancho Panza se internan en Sierra Morena a buscar a don Quijote y encuentran a Gardenia (el enamorado de Luscinda) y a Dorotea, que se ha ocultado en los montes. Relatan ambos muy prolijamente la historia de sus amores (1, 27 Y 28) Y Dorotea se ofrece a desempeñar el papel de princesa Micomicona ante don Quijote para suplicarle que salga de Sierra Morena y vaya a matar a un terrible gigante que le había usurpado el reino. Ésta es la primera oportunidad en que don Quijote de la Mancha es engañado con una ficción caballeresca, aspecto que será bastante frecuente en la segunda parte de la novela.
Don Quijote, en cuanto tiene ocasión de estar a solas con Sancho, le pregunta por su mensaje a Dulcinea. El escudero, que no ha ido a El Toboso, se inventa un viaje al pueblo y una entrevista con la moza. Llegan entonces a una venta y mientras don Quijote descansa, el cura lee ante el barbero, Dorotea, Gardenio y Sancho, una novela que un pasajero había dejado manuscrita en el mesón. La lectura del Curioso impertinente ocupa los capítulos 33 a 35 de la primera parte del Quijote, y no tiene indudablemente nada que ver COA la trama y acción del libro.
El final de la narración queda interrumpido por el gran alboroto que arma don Quijote, al destrozar con su espada unos grandes cueros de vino que había en la habitación donde dormía, con- vencido de que luchaba contra el gigante enemigo de la princesa Micomicona. Acabada la lectura de la novela llegan a la venta don Fernando y Luscinda y el conflicto sentimental se arregla a gusto de todos; pero a pesar de ello Dorotea se aviene a seguir representando el papel de la princesa Micomicona con el firme propósito de lograr que, tras tanto ajetreo, don Quijote de la Mancha se llame a sosiego y se recluya pacíficamente en su aldea. Poco después entra en la venta un ex cautivo de Argel acompaña- do de la mora Zoraida. y por la noche, ante todos, don Quijote pronuncia el famoso discurso de las armas y las letras (1, 37 y 38). Re- presenta una especie de introducción a los capítulos que van a seguir (1,39 a 41), en los que el ex cautivo relata su participación en la batalla de Lepanto, su duro cautiverio en Argel ysus amores con la hermosa Zoraida, que desea ser cristiana y llamarse María, y su libertad en una arriesgada huida.
Todos los huéspedes de la venta se ponen de acuerdo para seguir fingiendo la historia de la princesa Micomicona, y para poder .llevar a don Quijote a su casa le atan de manos y pies y le encierran en una jaula de palos enrejados en un carro de bueyes que acertó a pasar por allí. Así, enjaulado en una carreta, llegará don Quijote por segunda vez a su aldea (1, 46). Después de una pelea con unos disciplinantes (1, 52), que es apaciguada por el cura, llega, por fin, don Quijote a su casa y es recibido por la sobrina y el ama, y Sancho Panza en la suya por su mujer. Aquí acaba la primera parte de la novela de Cervantes, adelantándonos la noticia de la tercera salida de don Quijote de la Mancha.
El hidalgo manchego decide suspender transitoriamente la búsqueda de aventuras y quedarse en Sierra Morena de penitencia, como ha leído en Amadís de Gaula y en Orlando furioso, combinando los rezos y suspiros del uno con los excesos y extravagancias del otro. Sancho, mientras dura esta mortificación, debe llevar una carta a Dulcinea del Toboso (que, por supuesto, nunca llegará a sus manos, pues al descuidado escudero se le pierde). El cura, el barbero y Sancho Panza se internan en Sierra Morena a buscar a don Quijote y encuentran a Gardenia (el enamorado de Luscinda) y a Dorotea, que se ha ocultado en los montes. Relatan ambos muy prolijamente la historia de sus amores (1, 27 Y 28) Y Dorotea se ofrece a desempeñar el papel de princesa Micomicona ante don Quijote para suplicarle que salga de Sierra Morena y vaya a matar a un terrible gigante que le había usurpado el reino. Ésta es la primera oportunidad en que don Quijote de la Mancha es engañado con una ficción caballeresca, aspecto que será bastante frecuente en la segunda parte de la novela.
Don Quijote, en cuanto tiene ocasión de estar a solas con Sancho, le pregunta por su mensaje a Dulcinea. El escudero, que no ha ido a El Toboso, se inventa un viaje al pueblo y una entrevista con la moza. Llegan entonces a una venta y mientras don Quijote descansa, el cura lee ante el barbero, Dorotea, Gardenio y Sancho, una novela que un pasajero había dejado manuscrita en el mesón. La lectura del Curioso impertinente ocupa los capítulos 33 a 35 de la primera parte del Quijote, y no tiene indudablemente nada que ver COA la trama y acción del libro.
El final de la narración queda interrumpido por el gran alboroto que arma don Quijote, al destrozar con su espada unos grandes cueros de vino que había en la habitación donde dormía, con- vencido de que luchaba contra el gigante enemigo de la princesa Micomicona. Acabada la lectura de la novela llegan a la venta don Fernando y Luscinda y el conflicto sentimental se arregla a gusto de todos; pero a pesar de ello Dorotea se aviene a seguir representando el papel de la princesa Micomicona con el firme propósito de lograr que, tras tanto ajetreo, don Quijote de la Mancha se llame a sosiego y se recluya pacíficamente en su aldea. Poco después entra en la venta un ex cautivo de Argel acompaña- do de la mora Zoraida. y por la noche, ante todos, don Quijote pronuncia el famoso discurso de las armas y las letras (1, 37 y 38). Re- presenta una especie de introducción a los capítulos que van a seguir (1,39 a 41), en los que el ex cautivo relata su participación en la batalla de Lepanto, su duro cautiverio en Argel ysus amores con la hermosa Zoraida, que desea ser cristiana y llamarse María, y su libertad en una arriesgada huida.
Todos los huéspedes de la venta se ponen de acuerdo para seguir fingiendo la historia de la princesa Micomicona, y para poder .llevar a don Quijote a su casa le atan de manos y pies y le encierran en una jaula de palos enrejados en un carro de bueyes que acertó a pasar por allí. Así, enjaulado en una carreta, llegará don Quijote por segunda vez a su aldea (1, 46). Después de una pelea con unos disciplinantes (1, 52), que es apaciguada por el cura, llega, por fin, don Quijote a su casa y es recibido por la sobrina y el ama, y Sancho Panza en la suya por su mujer. Aquí acaba la primera parte de la novela de Cervantes, adelantándonos la noticia de la tercera salida de don Quijote de la Mancha.
Tercera salida de don Quijote
Segunda parte, capítulos 1 a 74. La segunda parte del Quijote rea- nuda la trama de la narración un mes después del final de la primera. Don Quijote, sereno de juicio, en un clima de tranquilidad y sosiego, recibe la visita del cura y el barbero que en su conversación sacan a relucir el tema caballeresco, lo cual provoca el desatino del hidalgo, quien así pone de manifiesto que su enfermedad mental permanece viva bajo la aparente calma «
Sancho comunica a su amo que el Bachiller Sansón Carrasco le ha dicho que ha aparecido un libro titulado El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Así lo ratifica el propio Bachiller cuando acude a ver al caballero y le da las opiniones de diferentes lecto- res sobre la primera parte del Quijote e incluso la primera bibliografía. Miguel de Cervantes ha llegado a dominar de tal suerte la técnica novelesca que, de manera genial, es capaz de hacer de la primera parte de su propio libro (publicada en 1605) un elemento de la segunda (aparecida en el año 1615).
Ante el éxito, don Quijote decide lanzarse de nuevo por los caminos acompañado de su escudero Sancho, pero antes quiere el hidalgo obtener la licencia y bendición de Dulcinea.
Se instalan en un encinar y el escudero deberá ir a buscar a Dulcinea para que vaya a ver al caballero. No sabe Sancho cómo salir del enredo en que se ha metido, hasta que se le ocurre transformar a tres labradoras que se acercan montadas en tres borricos en Dulcinea y sus dos doncellas. Cuando las ve don Quijote manifiesta a Sancho que sólo ve tres labradoras sobre tres borricos y Sancho sigue fantaseando, presentando de forma genial la mentira como verdad, pues de haber existido Dulcinea, su forma real seria la labradora que describe la novela. Cree comprender don Quijote que el maligno encantador que le persigue ha puesto -nubes y cataratas. en sus ojos y ha transformado la hermosura de Dulcinea en la vulgaridad de la labradora (11, 10). Este episodio señala una nueva evolución en la locura de don Quijote, pues la situación es exactamente contraria a las de la primera parte, donde don Quijo- te, ante la realidad vulgar y corriente, se imaginaba un mundo .ideal caballeresco. Cuando Sancho intentaba desengañarle de su error para hacerle ver que aquellos que tomaba por gigantes, por ejércitos, por castillos o por un rico yelmo no eran sino molinos, rebaños, ventas y una vulgar bacía de barbero, don Quijote respondía que los malvados encantadores envidiosos de su gloria le transformaban lo noble y elevado en vulgar y bajo.
Sin embargo, al iniciarse la tercera salida de don Quijote observamos que este aspecto se ha invertido y es Sancho el que le transforma la realidad y ahora, precisamente, los sentidos no en- gañan a don Quijote, que ve la realidad tal cual es. Y, naturalmente, la culpa la tendrán los encantadores, que sólo para don Quijote han mudado la verdadera realidad.
Siguiendo su camino, la inmortal pareja topa con un carro en el que van extraños e insólitos personajes: las mulas son conducidas por un diablo y en su interior van la muerte, un ángel, un emperador, Cupido, un caballero y otras personas. Asombrado, don Quijote pregunta quiénes son; el diablo explica que se trata de una compañía de cómicos que, de pueblo en pueblo, representan el auto sacramental Las Cortes de la Muerte (11, 11).
La siguiente aventura llenará de sorpresa a don Quijote, a Sancho y al lector al encontrarse en un despoblado con un caballero andante de verdad. Va armado de todas sus armas y está enamorado de una dama llamada Casildea de Vandalia a la que canta un enternecedor soneto; va además acompañado de un escudero. Se trata del Caballero de los Espejos, que se pone a conversar con don Quijote mientras Sancho departe amigablemente con el escudero en uno de los capítulos más graciosos de la novela (11, 13). Ambos caballeros entablan un combate singular para esclarecer quién es más hermosa si Dulcinea o Casildea, y al derribar don Quijote a su adversario y quitarle el yelmo para ver si estaba muer- to se encuentra con el rostro del Bachiller Sansón Carrasco. Sancho descubre, estupefacto, que el escudero es compadre y vecino suyo que se había colocado unas narices de máscara para no ser reconocido. Don Quijote de la Mancha llega a la conclusión de que se trata de una nueva jugarreta de los encantadores que le persiguen, que para quitarle la gloria de la batalla ganada han convertido al Caballero de los Espejos en el Bachiller y a su escu- dero en Tomé Cecial. A pesar de ello impone a su adversario que confiese que su bien amada Dulcinea del T oboso es más hermosa que Casi Idea de Vandalia y que se encamine hacia El Toboso para ponerse a voluntad de aquélla (11, 14).
En el siguiente capítulo nos aclara Cervantes la aventura pasada. Sansón Carrasco, de acuerdo con el cura y el barbero, se había disfrazado de caballero andante con la intención de buscar a don Quijote, obligarle a combatir, vencerle y exigirle que se volviese a su pueblo y no saliera de él en dos años, con lo que se contaba que el hidalgo podría sanar de su locura. Pero sucedió al revés de como se había proyectado, y el Bachiller fue finalmente vencido (11, 15). Continúan caminando caballero y escudero hasta que son alcanza- dos por don Diego de Miranda, rico y discreto labrador de la Mancha, quien por su indumentaria recibirá el nombre de Caballero del Verde Gabán. Encuentran una carreta que transporta a la corte unos leones de Orán, y don Quijote exige al leonero que abra la jaula del león macho, y espera valientemente que salga para luchar con él. Don Quijote recordaba episodios de los libros de caballerías en los que sus héroes habían vencido a fuertes y temibles leones. Pero el feroz animal no se digna salir, de manera que el hidalgo queda inevitablemente vencedor pero desairado (11, 17) adoptando el calificativo de Caballero de los Leones en lugar del de Caballero de la Triste Figura. A continuación se intercala la historia de las bodas del rico Camacho que, gracias a su fortuna, ha logrado la mano de la hermosa Quiteria, de la que está enamorado Basilio, el pobre. Éste se presenta durante el opíparo banquete campesino que Cervantes describe con los más suculentos pormenores y tras recriminar el proceder de su amada se clava un estoque. Bañado en sangre y con voz de moribundo pide a Quiteria que sea su esposa. Accede la dama y cuando el cura da la bendición Basilio se levanta descubriendo que todo ha sido «industria-, o sea ingenio y traza engaño- sa, para conseguirla. Don Quijote interviene a favor del mozo cuando Camacho y sus parientes quieren atacarlo, sentenciando que en la guerra y en el amor todos los ardides son válidos (11, 19 a 21). Desde allí caminan a las lagunas de Ruidera, donde nace el Gua- diana y don Quijote quiere visitar la cueva de Montesinos. Consigue como guía al primo de un licenciado, hombre pintoresco al que Cervantes llamará simplemente el Primo. Es un estrafalario personaje, chiflado y de gran erudición que hace muy buenas migas con don Quijote, a quien toma en serio incluso cuando dice los mayores disparates. Llegan a la cueva de Montesinos y don Quijote se introduce en ella mediante una soga y cuando lo sacan media hora después sale completamente dormido (11, 22). Cuando despierta les cuenta el sueño que ha tenido, lleno de fantasías caballerescas. Se alejan de allí y llegan a una venta que ya no es vista por el hidalgo como castillo. En ella se cuenta la graciosa historia del rebuzno y se encuentran con maese Pedro, que lleva un mono adivino y un teatrillo portátil de títeres con el que representa la historia de Gaiferos y Melisendra interrumpida por don Quijote al atacar con la espada a los moros que perseguían a los protagonistas. Al final se nos dice que maese Pedro es Ginés de Pasamonte, uno de los galeotes a quienes liberó y por eso conocía su vida (11, 27).
Ante el éxito, don Quijote decide lanzarse de nuevo por los caminos acompañado de su escudero Sancho, pero antes quiere el hidalgo obtener la licencia y bendición de Dulcinea.
Se instalan en un encinar y el escudero deberá ir a buscar a Dulcinea para que vaya a ver al caballero. No sabe Sancho cómo salir del enredo en que se ha metido, hasta que se le ocurre transformar a tres labradoras que se acercan montadas en tres borricos en Dulcinea y sus dos doncellas. Cuando las ve don Quijote manifiesta a Sancho que sólo ve tres labradoras sobre tres borricos y Sancho sigue fantaseando, presentando de forma genial la mentira como verdad, pues de haber existido Dulcinea, su forma real seria la labradora que describe la novela. Cree comprender don Quijote que el maligno encantador que le persigue ha puesto -nubes y cataratas. en sus ojos y ha transformado la hermosura de Dulcinea en la vulgaridad de la labradora (11, 10). Este episodio señala una nueva evolución en la locura de don Quijote, pues la situación es exactamente contraria a las de la primera parte, donde don Quijo- te, ante la realidad vulgar y corriente, se imaginaba un mundo .ideal caballeresco. Cuando Sancho intentaba desengañarle de su error para hacerle ver que aquellos que tomaba por gigantes, por ejércitos, por castillos o por un rico yelmo no eran sino molinos, rebaños, ventas y una vulgar bacía de barbero, don Quijote respondía que los malvados encantadores envidiosos de su gloria le transformaban lo noble y elevado en vulgar y bajo.
Sin embargo, al iniciarse la tercera salida de don Quijote observamos que este aspecto se ha invertido y es Sancho el que le transforma la realidad y ahora, precisamente, los sentidos no en- gañan a don Quijote, que ve la realidad tal cual es. Y, naturalmente, la culpa la tendrán los encantadores, que sólo para don Quijote han mudado la verdadera realidad.
Siguiendo su camino, la inmortal pareja topa con un carro en el que van extraños e insólitos personajes: las mulas son conducidas por un diablo y en su interior van la muerte, un ángel, un emperador, Cupido, un caballero y otras personas. Asombrado, don Quijote pregunta quiénes son; el diablo explica que se trata de una compañía de cómicos que, de pueblo en pueblo, representan el auto sacramental Las Cortes de la Muerte (11, 11).
La siguiente aventura llenará de sorpresa a don Quijote, a Sancho y al lector al encontrarse en un despoblado con un caballero andante de verdad. Va armado de todas sus armas y está enamorado de una dama llamada Casildea de Vandalia a la que canta un enternecedor soneto; va además acompañado de un escudero. Se trata del Caballero de los Espejos, que se pone a conversar con don Quijote mientras Sancho departe amigablemente con el escudero en uno de los capítulos más graciosos de la novela (11, 13). Ambos caballeros entablan un combate singular para esclarecer quién es más hermosa si Dulcinea o Casildea, y al derribar don Quijote a su adversario y quitarle el yelmo para ver si estaba muer- to se encuentra con el rostro del Bachiller Sansón Carrasco. Sancho descubre, estupefacto, que el escudero es compadre y vecino suyo que se había colocado unas narices de máscara para no ser reconocido. Don Quijote de la Mancha llega a la conclusión de que se trata de una nueva jugarreta de los encantadores que le persiguen, que para quitarle la gloria de la batalla ganada han convertido al Caballero de los Espejos en el Bachiller y a su escu- dero en Tomé Cecial. A pesar de ello impone a su adversario que confiese que su bien amada Dulcinea del T oboso es más hermosa que Casi Idea de Vandalia y que se encamine hacia El Toboso para ponerse a voluntad de aquélla (11, 14).
En el siguiente capítulo nos aclara Cervantes la aventura pasada. Sansón Carrasco, de acuerdo con el cura y el barbero, se había disfrazado de caballero andante con la intención de buscar a don Quijote, obligarle a combatir, vencerle y exigirle que se volviese a su pueblo y no saliera de él en dos años, con lo que se contaba que el hidalgo podría sanar de su locura. Pero sucedió al revés de como se había proyectado, y el Bachiller fue finalmente vencido (11, 15). Continúan caminando caballero y escudero hasta que son alcanza- dos por don Diego de Miranda, rico y discreto labrador de la Mancha, quien por su indumentaria recibirá el nombre de Caballero del Verde Gabán. Encuentran una carreta que transporta a la corte unos leones de Orán, y don Quijote exige al leonero que abra la jaula del león macho, y espera valientemente que salga para luchar con él. Don Quijote recordaba episodios de los libros de caballerías en los que sus héroes habían vencido a fuertes y temibles leones. Pero el feroz animal no se digna salir, de manera que el hidalgo queda inevitablemente vencedor pero desairado (11, 17) adoptando el calificativo de Caballero de los Leones en lugar del de Caballero de la Triste Figura. A continuación se intercala la historia de las bodas del rico Camacho que, gracias a su fortuna, ha logrado la mano de la hermosa Quiteria, de la que está enamorado Basilio, el pobre. Éste se presenta durante el opíparo banquete campesino que Cervantes describe con los más suculentos pormenores y tras recriminar el proceder de su amada se clava un estoque. Bañado en sangre y con voz de moribundo pide a Quiteria que sea su esposa. Accede la dama y cuando el cura da la bendición Basilio se levanta descubriendo que todo ha sido «industria-, o sea ingenio y traza engaño- sa, para conseguirla. Don Quijote interviene a favor del mozo cuando Camacho y sus parientes quieren atacarlo, sentenciando que en la guerra y en el amor todos los ardides son válidos (11, 19 a 21). Desde allí caminan a las lagunas de Ruidera, donde nace el Gua- diana y don Quijote quiere visitar la cueva de Montesinos. Consigue como guía al primo de un licenciado, hombre pintoresco al que Cervantes llamará simplemente el Primo. Es un estrafalario personaje, chiflado y de gran erudición que hace muy buenas migas con don Quijote, a quien toma en serio incluso cuando dice los mayores disparates. Llegan a la cueva de Montesinos y don Quijote se introduce en ella mediante una soga y cuando lo sacan media hora después sale completamente dormido (11, 22). Cuando despierta les cuenta el sueño que ha tenido, lleno de fantasías caballerescas. Se alejan de allí y llegan a una venta que ya no es vista por el hidalgo como castillo. En ella se cuenta la graciosa historia del rebuzno y se encuentran con maese Pedro, que lleva un mono adivino y un teatrillo portátil de títeres con el que representa la historia de Gaiferos y Melisendra interrumpida por don Quijote al atacar con la espada a los moros que perseguían a los protagonistas. Al final se nos dice que maese Pedro es Ginés de Pasamonte, uno de los galeotes a quienes liberó y por eso conocía su vida (11, 27).
El año antes de la segunda par1e del Quijote, Cervantes publica un poema un tanto convencional, para captar la buena voluntad de muchos escritores de entonces, y un volumen de piezas teatrales, de las que preferimos los breves Entremeses, ejemplos de buena comicidad. Cervantes dice siempre que el burro de Sancho era "rucio», esto es, de color pardo, casi rubio, pero los ilustradores se obstinan en pintarle gris. Para Sancho, era tan querido como un ser de la familia, y sentía sus caídas y desdichas como si fueran propias. |
Continúan el viaje y llegan al río Ebro, donde sucede la aventura del barco encantado que acaba con un chapuzón de amo y servidor en el agua (11, 29). Desde el capítulo 30 al 57 de esta segunda parte de la novela, don Quijote y Sancho son acogidos por unos Duques que tenían su residencia en aquellas tierras aragonesas. Éstos han leído la primera parte del Quijote y conocen por lo tanto las costumbres y gustos de caballero y escudero. Aprovecharán el paso de don Quijote y Sancho para divertirse a costa de ellos, como si fuesen dos bufones, y todos los servidores del palacio colaborarán en la ficción caballeresca, excepto el capellán del pala- cio y cierta dama de honor llamada doña Rodríguez, mujer tonta y estúpida, que cree a pies juntillas que don Quijote es un caballero andante y acude a él para que defienda el honor de su hija. Con gran delicadeza, pero con crueldad en algunas ocasiones, tratarán los Duques a don Quijote y a Sancho y gracias a su fortuna harán una complicada imitación del mundo caballeresco y de las aventuras de los antiguos caballeros andantes. Don Quijote y Sancho pa- sarán del mundo de venteros, cabreros y labradores en el que hasta ahora estaban inmersos, al ambiente aristocrático, lujoso y refinado del palacio de los Duques, que por su magnificencia y apego a vie- jas tradiciones conserva elementos y actitudes que en cierto modo se asemejan al ambiente medieval descrito en los libros de caballerías. El mundo que circundará ahora a don Quijote no necesitará imaginario puesto que se acomoda a sus ensueños literarios. Desta- can durante la estancia con los Duques varios sucesos. Pero lo más notable que les ocurre a ambos protagonistas es que Sancho consigue el gobierno de la ínsula de Barataria, una burla preparada por los Duques, que permite a Cervantes, en boca de don Quijote, ofre- cer una serie de consejos morales cuyo valor tiene alcance universal y carácter burlesco, pues sirve de introducción a la gran farsa del gobierno ficticio de una .ínsula» que será un pueblo aragonés. A su vez el escudero mostrará una prudencia y una idea de la justicia que es asombro de todos. Con ello Cervantes no ha deformado la fi- gura del rústico personaje, ya que los tres famosos juicios de Sancho (anécdotas del folclore universal) ponen de manifiesto una auténtica sabiduría popular, muy posible en un hombre sin letras ni formación, pero con buen sentido práctico y con ingenio innato. 'Continúan camino hacia Barcelona, pues para desmentir al falso Quijote de Avellaneda (aparecido un año antes de que Cervantes publicara la segunda parte de su novela) no pasan por Zaragoza, y les acontecen diversas aventuras (11, 59). Se encuentran con unos bandoleros cuyo capitán es Roque Guinart, personaje contemporáneo de Miguel de Cervantes en el momento en que se está escribiendo este episodio. La figura del bandolero catalán eclipsará en este capítulo a la de don Quijote de la Mancha, que vivirá ahora sus primeras no inventadas aventuras y en donde se derramará sangre real por dos veces (11, 60).
Dejan a los bandoleros, llegan a Barcelona y se encuentran con la bulliciosa vida de la gran ciudad y con el mar, que ni amo ni criado habían visto nunca. Se alojan en casa de don Antonio More no, en donde sucede el episodio del busto parlante (11, 62). Poco después, don Quijote visita una imprenta, lo que da pie a Cervantes para exponer sus opiniones sobre el arte de traducir y para atacar nuevamente al apócrifo Quijote de Avellaneda. Van al puerto a visitar una galera y estando en ella es avistado un bergantín turco y se hacen a la mar en su persecución.
Dejan a los bandoleros, llegan a Barcelona y se encuentran con la bulliciosa vida de la gran ciudad y con el mar, que ni amo ni criado habían visto nunca. Se alojan en casa de don Antonio More no, en donde sucede el episodio del busto parlante (11, 62). Poco después, don Quijote visita una imprenta, lo que da pie a Cervantes para exponer sus opiniones sobre el arte de traducir y para atacar nuevamente al apócrifo Quijote de Avellaneda. Van al puerto a visitar una galera y estando en ella es avistado un bergantín turco y se hacen a la mar en su persecución.
Los Duques han hecho creer a don Quijote y Sancho que Dulcinea está hechizada y sólo se salvará si Sancho se da tres mil azotes. Ilustración de Segrelles. |
En la gran edición de la Real Academia Española (impresa por Ybarra en 1780) se trazó este itinerario de don Quijote, un tanto hipotético, sobre todo en la parte aragonesa de la tercera salida. Y no valía la pena esbozar el itinerario de regreso, donde volvieron a caer en manos de los miserables Duques. Por otra parte, identificar con Argamasilla de Alba el lugar de cuyo nombre no quería acordarse Cervantes no va de acuerdo con el humor de éste. |
Dos días después llega a Barcelona un caballero en cuyo escudo estaba pintada la luna. Encuentra a don Quijote en la playa y lo reta en singular combate a no ser que confiese que su dama es más bella que Dulcinea. El duelo tiene lugar y don Quijote es derribado pero no vencido, pues cuando tiene la punta de la lanza en el cuello y con riesgo de morir declara que la belleza de Dulcinea sobrepasa a la de todas las mujeres del mundo con unas breves e impresionantes palabras, sin grandilocuencia ni arcaísmos porque en este doloroso trance, el más triste y lastimoso de su vida, don Quijote se ha quitado la máscara del lenguaje libresco y ha habla- do con verdad. El de la Blanca Luna, que es en realidad el Bachiller Sansón Carrasco, reconoce la belleza de Dulcinea del Toboso pero exige con firmeza a don Quijote que se retire un año a su aldea de la Mancha (11, 64 Y 65). Al llegar a su aldea, don Quijote, sumido en una profunda tristeza, cae enfermo. Al cabo de seis días de calentura despertó habiendo recuperado la razón y ante sus amigos dice que ya no es don Quijote de la Mancha sino Alonso Quijano, el Bueno. Acto seguido, como buen cristiano, pide .confesión, hace testamento y muere rodeado del escribano, el ama, la sobrina y su fiel compañero Sancho Panza (11,74).
Derrotado y debiendo renunciar a toda aventura, don Quijote tenía que morir: la inminencia de la muerte le libera des u locura, pero todos pretenden continuársela -en parte, por no quererle ver morir; en parte, quizá, porque se sienten algo responsables de haberle empeorado en sus fantasías-. Grabado de Doré. |
Persiles y Sigismunda
Cuatro días antes de su muerte redactó Cervantes la dedicatoria de su última novela, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, que iba dirigida al conde de Lemas. Murió, pues, sin verla publicada ni corregida, aspecto que se aprecia en cierto desorden de su estructura y en los capítulos finales de esta novela, en la cual se ocupaba ininterrumpidamente desde 1613. Su viuda la hizo publicar en 1617. Sus contemporáneos apreciaron el Persiles mucho mejor que ninguna de las generaciones posteriores: seis ediciones tuvo en el mismo año de su aparición. Esta .historia septentrional» (así la subtitula su autor) está dividida en cuatro libros. El grupo que forman los libros I y II debió de ser escrito entre los años 1599 y 1601, porque en el famoso juicio del canónigo toledano acerca de los libros de caballerías (Quijote, 1,47) da un resumen de la ya escrita primera mitad de esta novela. Debió de meditar, pues, un dilatado espacio de tiempo hasta la redacción de los libros III y IV, puesto que se observan claras diferencias en la técnica novelística respecto a los del primer grupo. Muy en particular el distinto papel que juega el autor, que si en los dos primeros apenas tiene cabida en el relato, en los siguientes amenaza con desplazar a segundo plano a sus personajes, por lo que podemos observar que entre los dos grupos ya estaba escrito el Quijote, en el que la participación e intromisión del autor en su obra son fundamentales. En el Persiles, aprovecha Cervantes la técnica de la novela bizantina, de viajes y aventuras, para crear una epopeya con el tema de la peregrinación. Si en el Quijote y en otras de sus obras recoge Cervantes la experiencia de los recuerdos de su vida, en el Persiles refleja la religiosidad que le invadió en sus últimos años.
Nadie discute que el Quijote sea una de las mayo- res cumbres de la literatura universal: lo interesante es observar cómo ha llegado a reconocerse así y, en especial, cómo el Quijote ha representado el momento más importante y renovador en la historia de la novela, sobre todo por su influjo decisivo en la formación de la novelística inglesa. Alguien ha lle- gado a decir que el Quijote es la mejor novela inglesa: en todo caso, hay que reconocer que en ese ámbito fue donde se comprendió antes y con más fecundas consecuencias el gran libro de Cervantes, mientras que es preciso confesar que en la propia España se tardó más en valorar y no se le sacó tanto partido. Cervantes, como se recordará, hizo profetizar a su personaje el Bachiller Sansón Carrasco que no habría nación ni lengua donde no se tradujeran las aventuras de don Quijote, pero eso era parte de la broma del libro, y nunca imaginó que tal pre- dicción se cumpliera. En su momento, por más que 'todo el mundo se divirtiera con la obra, los escrito- res consagrados no la reconocieron como «gran literatura- -se ha dicho: Cervantes no habría recibido nunca el Premio Cervantes-. Cierto que Lope de Vega le tenía inquina personal con buenos motivos, pero, por ejemplo, Gracián y Quevedo despreciaron el Quijote como una patochada para el vulgo. En cambio, aunque Cervantes murió sin saberlo, en Inglaterra ya Ben Jonson en 1610 -esto es, cinco años después de la publicación de la obra en Madrid- hacía que un personaje teatral suyo nombrara a don Quijote, yen 1612 se publicaba la traducción, por Shelton, de lo que todavía no se sabía que sería sólo el primer volumen del Quijote (el segundo se tradujo en 1620). Mientras, en Francia, Oudin traducía ya en 1614 la primera parte, entonces única, del Quijote. Inglaterra tomó como suyo el gran libro cervantino -la palabra quixotic se introdujo en se- guida en el lenguaje-: de vez en cuando, se publicaría una nueva traducción del Quijote conforme al estilo y al gusto de cada época. Al mismo tiempo, se hizo alguna adaptación libre y también pasó al teatro, el gran medio de entonces. Pero lo que pudo abochornar a los españoles de la época es que en 1738 se publicara en Londres la primera edición monumental del Quijote, en cuatro volúmenes, en el original castellano, con la primera biografía de Cervantes, encargada al valenciano Mayans y Siscar, y en 1781 la primera edición anotada, también en castellano, por el «reverendo don Juan Bowle-. Para salvar tardíamente el honor hispano, la Real Academia Española publicaría en 1780 otra edición monumental, en tipos de Ybarra. Pero lo más importante para la historia literaria fue que, tras alguna adaptación teatral -Don Quixote in England, de Goldsmith, 1734-, en 1742 Fielding publicó su Jo- seph Andrews, con la indicación en la portada: «Es- crita en imitación de la manera de Mister Cervanteso. Imitación, en muchos sentidos: ante todo, así como el Quijote surgió como sátira contra los libros de caballerías, Joseph Andrews ponía en solfa la novela sentimental y lacrimosa popularizada por Ri- chardson, y -un detalle- tal como Cervantes había secuestrado a un personaje del falso Quijote pa- sándalo a su propia obra para que diera testimonio de esa falsedad, Fielding secuestró nada menos que a la protagonista de la primera novela de Richardson, Pamela Andrews, para ponerla aliado de su hermano Joseph en su propia novela. Pero aún más importante que eso, como influencia cervantina, era el estilo, ligero, bienhumorado, coloquial a la vez que culto -realmente cervantino-, y el desarrollo itinerante, marchando en largos viajes, alguna vez con escenas de enredo y confusión de camas en una venta que hacen pensar en la venta de Mari- tornes en el Quijote. El género novelístico daba un paso de gigante con esta utilización inglesa de la invención cervantina: cabía una narración abierta, de episodios aventureros, a veces grotescos, a ve- ces casi trágicos, todo ello basándose en la viveza de las voces de los personajes y del propio narrador, siempre dispuesto a hacer sus comentarios ha- blando directamente al lector. Cervantes se convirtió en el ídolo de los narradores ingleses: el caso más extremo de influencia suya fue el Tristram Shandy, de Laurence Sterne, una divertida divaga- ción, comienzo abandonado de una autobiografía imaginaria, donde se ve cómo el placer cervantino en la propia expresión llega a hacer superflua toda acción, siendo suficiente la broma en torno a lo poco que se cuenta. Otras novelas de la época siguieron la pauta cervantina también imitando el esquema de los que caminan en pareja de personajes contrastados, como don Quijote y Sancho -en Humphrey Clinker, de Tobias Smollett, hay un personaje que parece una copia del enjuto hidalgo manchego--. Luego, ya en el siglo XIX, es evidente que la pareja itinerante Mister Pickwick-Sam Weller, en la obra de Dickens, reflejaba el esquema del caballero y el escudero cervantinos, pero seguía importando más el influjo en el estilo, conversacional, abierto y humorístico -también otro novelista, Thackeray, llegó a retratarse a sí mismo como un nuevo don Quijote con pluma en vez de lanza-. Y ese quijotismo novelístico inglés perduraría en casi todo el siglo XIX -así, en la pequeña obra maestra de Anthony Trollope, El custodio, donde la figura de don Quijote se desdobla en un bondadoso clérigo y un joven impaciente por la justicia-. Esa admiración de los narradores iba rodeada de una valoración general en los ambientes literarios ingleses; el doctor Johnson fue el primero en poner el Quijote en el nivel de Homero, y los ensayistas románticos enriquecieron la sensibilidad para valor~ la lectura del Quijote no como cuestión de simple comicidad, sino con la mayor hondura de sentimientos -Byron, .curiosamente, echó la culpa a Cervantes de que se hubiera acabado el espíritu de valentía heroica en España, entrada en decadencia desde su época-. En el ámbito inglés se puede aplicar el dicho de que el Quijote fue recibido en el siglo XVII con una carcajada, en el XVIII con una sonrisa y en el XIX con una lágrima.
En general, el espíritu romántico europeo asumió el Quijote con profunda comprensión y simpatía, cada vez tomando más partido por el hidalgo buscador de la justicia, y valorando más la riqueza anímica del buen Sancho, no tan prosaico como pareció a primera vista. Heine, saliendo ya del romanticismo alemán, fue el primero en acusar a los Duques de vileza moral, comparados con la pareja de que se burlaron: un sentir, diríamos, que se había hecho posible tras la Revolución francesa, ahora ya en vísperas de 1848. Cabía, en efecto, una -lectura de izquierdas», encontrando en el Quijote aspectos de crítica social e inconformismo que para el propio Cervantes no hubieran podido ser conscientes, como no lo fueron para todo su siglo y el siguiente, pero que a nosotros tal vez nos parezcan de sobra evidentes. Caso curioso fue el de la devoción al Quijote por parte de un gran cristiano radical de entonces, Kierkegaard, quien dijo que su propia entrega religiosa podía parecer una quijotada y sugirió que se podría escribir una novela trasladando al empeño de la fe cristiana el empeño del hidalgo manchego por la justicia y la belleza.
El influjo del Quijote, en el siglo XIX, se universaliza, superando la base inglesa de partida: por lo que toca a la novela francesa, cabe señalar el caso de Madame Bovary, de Flaubert, devoto de Cervantes, que, en su raíz literaria, es una sátira contra el género narrativo dominante en su época, las novelas sentimentales -tal como el Quijote sa- ti rizó las novelas de caballerías-, Pero el más no- torio homenaje al Quijote en la Europa de ese siglo estuvo en El idiota, de Dostoievski -es casi una contraseña que en la novela se cante la balada de don Quijote de Karamzin, que llegó a ser popular-. El pobre príncipe Mishkin, en su bondad y su debilidad mental, viene a ser un paralelo, con gran originalidad creativa en el trasplante, del ánimo del hidalgo manchego, aunque sus tragedias tengan la diferencia propia de sus épocas y sus mundos.
Nadie discute que el Quijote sea una de las mayo- res cumbres de la literatura universal: lo interesante es observar cómo ha llegado a reconocerse así y, en especial, cómo el Quijote ha representado el momento más importante y renovador en la historia de la novela, sobre todo por su influjo decisivo en la formación de la novelística inglesa. Alguien ha lle- gado a decir que el Quijote es la mejor novela inglesa: en todo caso, hay que reconocer que en ese ámbito fue donde se comprendió antes y con más fecundas consecuencias el gran libro de Cervantes, mientras que es preciso confesar que en la propia España se tardó más en valorar y no se le sacó tanto partido. Cervantes, como se recordará, hizo profetizar a su personaje el Bachiller Sansón Carrasco que no habría nación ni lengua donde no se tradujeran las aventuras de don Quijote, pero eso era parte de la broma del libro, y nunca imaginó que tal pre- dicción se cumpliera. En su momento, por más que 'todo el mundo se divirtiera con la obra, los escrito- res consagrados no la reconocieron como «gran literatura- -se ha dicho: Cervantes no habría recibido nunca el Premio Cervantes-. Cierto que Lope de Vega le tenía inquina personal con buenos motivos, pero, por ejemplo, Gracián y Quevedo despreciaron el Quijote como una patochada para el vulgo. En cambio, aunque Cervantes murió sin saberlo, en Inglaterra ya Ben Jonson en 1610 -esto es, cinco años después de la publicación de la obra en Madrid- hacía que un personaje teatral suyo nombrara a don Quijote, yen 1612 se publicaba la traducción, por Shelton, de lo que todavía no se sabía que sería sólo el primer volumen del Quijote (el segundo se tradujo en 1620). Mientras, en Francia, Oudin traducía ya en 1614 la primera parte, entonces única, del Quijote. Inglaterra tomó como suyo el gran libro cervantino -la palabra quixotic se introdujo en se- guida en el lenguaje-: de vez en cuando, se publicaría una nueva traducción del Quijote conforme al estilo y al gusto de cada época. Al mismo tiempo, se hizo alguna adaptación libre y también pasó al teatro, el gran medio de entonces. Pero lo que pudo abochornar a los españoles de la época es que en 1738 se publicara en Londres la primera edición monumental del Quijote, en cuatro volúmenes, en el original castellano, con la primera biografía de Cervantes, encargada al valenciano Mayans y Siscar, y en 1781 la primera edición anotada, también en castellano, por el «reverendo don Juan Bowle-. Para salvar tardíamente el honor hispano, la Real Academia Española publicaría en 1780 otra edición monumental, en tipos de Ybarra. Pero lo más importante para la historia literaria fue que, tras alguna adaptación teatral -Don Quixote in England, de Goldsmith, 1734-, en 1742 Fielding publicó su Jo- seph Andrews, con la indicación en la portada: «Es- crita en imitación de la manera de Mister Cervanteso. Imitación, en muchos sentidos: ante todo, así como el Quijote surgió como sátira contra los libros de caballerías, Joseph Andrews ponía en solfa la novela sentimental y lacrimosa popularizada por Ri- chardson, y -un detalle- tal como Cervantes había secuestrado a un personaje del falso Quijote pa- sándalo a su propia obra para que diera testimonio de esa falsedad, Fielding secuestró nada menos que a la protagonista de la primera novela de Richardson, Pamela Andrews, para ponerla aliado de su hermano Joseph en su propia novela. Pero aún más importante que eso, como influencia cervantina, era el estilo, ligero, bienhumorado, coloquial a la vez que culto -realmente cervantino-, y el desarrollo itinerante, marchando en largos viajes, alguna vez con escenas de enredo y confusión de camas en una venta que hacen pensar en la venta de Mari- tornes en el Quijote. El género novelístico daba un paso de gigante con esta utilización inglesa de la invención cervantina: cabía una narración abierta, de episodios aventureros, a veces grotescos, a ve- ces casi trágicos, todo ello basándose en la viveza de las voces de los personajes y del propio narrador, siempre dispuesto a hacer sus comentarios ha- blando directamente al lector. Cervantes se convirtió en el ídolo de los narradores ingleses: el caso más extremo de influencia suya fue el Tristram Shandy, de Laurence Sterne, una divertida divaga- ción, comienzo abandonado de una autobiografía imaginaria, donde se ve cómo el placer cervantino en la propia expresión llega a hacer superflua toda acción, siendo suficiente la broma en torno a lo poco que se cuenta. Otras novelas de la época siguieron la pauta cervantina también imitando el esquema de los que caminan en pareja de personajes contrastados, como don Quijote y Sancho -en Humphrey Clinker, de Tobias Smollett, hay un personaje que parece una copia del enjuto hidalgo manchego--. Luego, ya en el siglo XIX, es evidente que la pareja itinerante Mister Pickwick-Sam Weller, en la obra de Dickens, reflejaba el esquema del caballero y el escudero cervantinos, pero seguía importando más el influjo en el estilo, conversacional, abierto y humorístico -también otro novelista, Thackeray, llegó a retratarse a sí mismo como un nuevo don Quijote con pluma en vez de lanza-. Y ese quijotismo novelístico inglés perduraría en casi todo el siglo XIX -así, en la pequeña obra maestra de Anthony Trollope, El custodio, donde la figura de don Quijote se desdobla en un bondadoso clérigo y un joven impaciente por la justicia-. Esa admiración de los narradores iba rodeada de una valoración general en los ambientes literarios ingleses; el doctor Johnson fue el primero en poner el Quijote en el nivel de Homero, y los ensayistas románticos enriquecieron la sensibilidad para valor~ la lectura del Quijote no como cuestión de simple comicidad, sino con la mayor hondura de sentimientos -Byron, .curiosamente, echó la culpa a Cervantes de que se hubiera acabado el espíritu de valentía heroica en España, entrada en decadencia desde su época-. En el ámbito inglés se puede aplicar el dicho de que el Quijote fue recibido en el siglo XVII con una carcajada, en el XVIII con una sonrisa y en el XIX con una lágrima.
En general, el espíritu romántico europeo asumió el Quijote con profunda comprensión y simpatía, cada vez tomando más partido por el hidalgo buscador de la justicia, y valorando más la riqueza anímica del buen Sancho, no tan prosaico como pareció a primera vista. Heine, saliendo ya del romanticismo alemán, fue el primero en acusar a los Duques de vileza moral, comparados con la pareja de que se burlaron: un sentir, diríamos, que se había hecho posible tras la Revolución francesa, ahora ya en vísperas de 1848. Cabía, en efecto, una -lectura de izquierdas», encontrando en el Quijote aspectos de crítica social e inconformismo que para el propio Cervantes no hubieran podido ser conscientes, como no lo fueron para todo su siglo y el siguiente, pero que a nosotros tal vez nos parezcan de sobra evidentes. Caso curioso fue el de la devoción al Quijote por parte de un gran cristiano radical de entonces, Kierkegaard, quien dijo que su propia entrega religiosa podía parecer una quijotada y sugirió que se podría escribir una novela trasladando al empeño de la fe cristiana el empeño del hidalgo manchego por la justicia y la belleza.
El influjo del Quijote, en el siglo XIX, se universaliza, superando la base inglesa de partida: por lo que toca a la novela francesa, cabe señalar el caso de Madame Bovary, de Flaubert, devoto de Cervantes, que, en su raíz literaria, es una sátira contra el género narrativo dominante en su época, las novelas sentimentales -tal como el Quijote sa- ti rizó las novelas de caballerías-, Pero el más no- torio homenaje al Quijote en la Europa de ese siglo estuvo en El idiota, de Dostoievski -es casi una contraseña que en la novela se cante la balada de don Quijote de Karamzin, que llegó a ser popular-. El pobre príncipe Mishkin, en su bondad y su debilidad mental, viene a ser un paralelo, con gran originalidad creativa en el trasplante, del ánimo del hidalgo manchego, aunque sus tragedias tengan la diferencia propia de sus épocas y sus mundos.
En la noche, y ante un aterrador estrépito -que resultará ser de unos mazos de batán-, Sancho Panza sucumbe al terror, y ata las patas a Rocinante para que don Quijote no se mueva, mientras él descarga el vientre como se lo pide el miedo. Como tantas veces, el escudero engaña al señor. Ilustración de José Segrelles. |
y en España, ¿qué ocurría con el Quijote? En el orden novelístico, el siglo XVIII español apenas logró nada, .y, por tanto, mal pudo aprovechar lo que ofrecía el gran libro de Cervantes; en el gran realismo narrativo del siglo XIX, el influjo fue ambivalente. En efecto, algunos de los máximos narradores -sobre todo, Galdós y Clarin- se sintieron muy estimulados en su imaginación creativa por esa obra que casi sabían de memoria. Pero, en el orden del estilo, dado que España no disponía con vigencia general de una buena prosa, elástica y común, como en Inglaterra, los novelistas tendieron demasiado a imitar el estilo cervantino como repertorio de fórmulas retóricas, lo que les dio cierto arcaísmo y cierta artificialidad -el estilo de Cervantes en el Quijote era una parodia, y no se pueden imitar. las parodias, sobre todo cuando no se tiene una distancia como la que tenían los ingleses-. Sería fácil, ciertamente, elegir algunas no- velas quijotescas de Galdós -por ejemplo, Nazarín, como un don Quijote «a lo divinos, pero el impacto, en conjunto.; no siempre fue favorecedor. Por otra parte, era la época de exaltación patriotera en que el Quijote, con grave error pedagógico, se tomaba como libro de base en las escuelas, y se ensalzaba a Cervantes como «el Manco de Lepanto» para compensar la catástrofe colonial, entorpeciendo con todo ello el 'disfrute vivo de su obra. Luego, en el siglo XX, Cervantes tendría su lector más fino, Azorín, pero el Quijote, inevitable- mente, también se tomaría a menudo como punto de partida para cuestiones ideológicas y conceptuales -Ortega, Américo Castro.
En general, en la cultura mundial de nuestro siglo, el Quijote es una mina inagotable de sugerencias críticas, unas veces como expresión de un mundo histórico, otras veces como caso singular de juego formal y estructural, en creciente mezcla de planos de realidad mental, que sugirió a Dvorak la posible aplicación a lo literario, en este caso, del término pictórico «manierismo". Tal vez sólo el Ulises de James Joyce ofrece tal riqueza de recursos y tal apertura de dimensiones narrativas, por su- puesto que con la notable diferencia de que Cervantes lo logró así de .modo inocente, en algunos aspectos incluso arrastrado por las circunstancias, mientras que Joyce actuó con plena deliberación maliciosa. En todo caso, se da cada vez más la razón al doctor Johnson cuando ponía el Quijote en el mismo nivel que la Ilíada de Homero.
En general, en la cultura mundial de nuestro siglo, el Quijote es una mina inagotable de sugerencias críticas, unas veces como expresión de un mundo histórico, otras veces como caso singular de juego formal y estructural, en creciente mezcla de planos de realidad mental, que sugirió a Dvorak la posible aplicación a lo literario, en este caso, del término pictórico «manierismo". Tal vez sólo el Ulises de James Joyce ofrece tal riqueza de recursos y tal apertura de dimensiones narrativas, por su- puesto que con la notable diferencia de que Cervantes lo logró así de .modo inocente, en algunos aspectos incluso arrastrado por las circunstancias, mientras que Joyce actuó con plena deliberación maliciosa. En todo caso, se da cada vez más la razón al doctor Johnson cuando ponía el Quijote en el mismo nivel que la Ilíada de Homero.
Miguel de Cervantes, litografía de Celestin Nanteuil (1811-1873). A partir del Romanticismo, la grandeza de la obra cervantina empieza a ser comprendida plenamente, no sólo en España, con motivaciones patrióticas, sino en todo el mundo. Ahora se entiende que Cervantes dijo mucho más de lo que el mismo tuvo conciencia de decir: por ejemplo, Heine fue el primero en ver lo que había en el Quijote de protesta social, especialmente frente a los Duques. |
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