Victoria I Reina de Inglaterra (Londres, 1819 - Osborne, isla de Wight, 1901). En 1837 sucedió a su tío Guillermo IV en el Trono del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, iniciando un larguísimo reinado que da nombre a toda una época de la historia británica (la era victoriana). Con ella terminó la Casa de Hannover propiamente dicha, ya que, al recaer la sucesión en una mujer, la herencia del ducado alemán de Hannover se separó de la casa real británica. Tres años después de su coronación se casó con su primo Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, el cual ejercería una gran influencia política sobre Victoria, contribuyendo a que ésta abandonara sus inclinaciones liberales de juventud por una actitud más conservadora. El príncipe consorte Alberto le dio nueve hijos, cuyos matrimonios permitieron a la familia real inglesa emparentar prácticamente con todas las monarquías europeas. Y murió en 1861, convirtiéndola para la mayor parte de su reinado en la viuda de Windsor, viva imagen de la austera moral puritana que pretendía infundir en la sociedad británica. Con su actitud digna y reservada, Victoria contribuyó a consolidar la Monarquía, que sus predecesores habían hecho impopular. Fue la primera soberana británica que estableció su residencia londinense en el palacio de Buckingham, aunque prefería las nuevas residencias de Balmoral (Escocia) y Osborne (en la isla de Wight), en donde pasó largas temporadas.
Fue una reina autoritaria, intervencionista y celosa de sus prerrogativas, lo que no le impidió respetar escrupulosamente el modelo constitucional de la monarquía parlamentaria y la alternancia en el gobierno entre liberales y conservadores. Personalmente, la reina tuvo graves discrepancias con sus primeros ministros liberales, como Russell, Palmerston o Gladstone; y en cambio se entendió mejor con los conservadores, apoyando la política de Wellington, Aberdeen, Peel, Disraeli y Salisbury. Se mostró reacia a las grandes novedades de su época, como el progreso tecnológico o las reformas sociales, pero ello no impidió que Gran Bretaña viviera bajo su reinado un periodo de desarrollo industrial, esplendor económico y cultural, y avances políticos y sociales significativos hacia la democracia. Dado su nacionalismo furibundo, se opuso a hacer concesiones a los católicos irlandeses y apoyó con entusiasmo la expansión colonial. Bajo su reinado el Imperio británico alcanzó su máximo esplendor, simbolizado por la coronación de la propia Victoria como emperatriz de la India (1876), la creación de la Cruz de Victoria como máxima condecoración nacional y la utilización de su nombre como topónimo por todo el Imperio (los lagos Victoria y Alberto y las cataratas Victoria en África, la colonia de Victoria en Australia, la capital de la Columbia Británica en la isla canadiense de Vancouver…). En política exterior, simpatizó con la monarquía constitucional francesa de Luis Felipe, mostrando su oposición a la Segunda República y su desconfianza hacia el Segundo Imperio de Napoleón III. Aplaudió la política de aislamiento practicada por los gobiernos británicos hacia los conflictivos asuntos de Europa continental, para concentrar las fuerzas en el mundo colonial ultramarino; pero fomentó una actitud de prevención frente al creciente poderío de Alemania y Rusia hacia el final de su reinado. Le sucedió su hijo Eduardo VII, con quien comienza la dinastía de Sajonia-Coburgo-Gotha, más tarde llamada Casa de Windsor.
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