MIGUEL JOSÉ DE AZANZA
(Político y diplomático navarro)
(1798-1800)
Vino a América a los 17 años, acompañando a su tío don José Martín de Alegría; fue secretario del visitador don José de Gálvez y con él recorrió la Nueva España y conoció muchos de sus grandes problemas. En 1771 causó alta como cadete en un regimiento de infantería en España, pero se separó pronto de la milicia para entrar en el servicio diplomático y fue secretario de la embajada española en San Petersburgo y encargado de negocios en Berlín. En 1793 fue ministro de la Guerra, cargo que debe haber desempeñado con eficiencia porque duró tres años en él cuando existía beligerancia contra Francia. Cuando fue nombrado virrey muchas personas lo tomaron como un discreto destierro porque Godoy quería deshacerse de él debido a las fuertes críticas que le hizo. Al fin tomó posesión del cargo el 31 de mayo de 1798 y fue muy bien recibido porque todo mundo deseaba que cambiaran las cosas tan mal hechas por la sórdida avaricia de Branciforte, inmoral y ladrón.
El virrey Branciforte había hecho una considerable concentración de tropas en Jalapa, lo que costaba mucho dinero a la hacienda novohispana, por lo que Azanza fue retirándolas poco a poco, sobre todo a los regimientos de milicias provinciales que marcharon a sus lugares de origen. Con el dinero así economizado se fortificó y artilló muy bien al puerto de San Blas y estaba ocupado Azanza en estos asuntos durante los dos primeros años de su administración, cuando en 1799 fue descubierta la primera conjuración a la que el pueblo llamó “de los machetes”.
Don Pedro de la Portilla, criollo y empleado en la oficina de recaudación de derechos, estuvo tratando con unas 20 personas sobre la situación que guardaban los criollos en relación con los españoles peninsulares, por lo regular gente inculta. De acuerdo todos se decidieron a levantarse en armas para arrojar del país a los “gachupines”, como desdeñosamente se les decía a los peninsulares, para lo cual fueron reuniendo algunos sables viejos. Se apoderarían de la personal del virrey, cuyo puesto ocuparía Portilla; proclamarían la independencia del país y declararían la guerra a España. Contaban los conjurados con 1,000 pesos de plata, dos pistolas y unos 50 sables y machetes. En la segunda reunión que tuvieron, don Francisco de Aguirre, pariente de Portilla, se alarmó ante lo que se tramaba y los denunció a las autoridades; fueron aprehendidos todos y estuvieron en prisión muchos años sin que se ventilara su causa.
Azanza poco o nada se ocupó del mejoramiento de la ciudad. Se venció el contrato de los mineros alemanes, a quienes se les pagó puntualmente sus sueldos y se les dio una gratificación. Casi todos regresaron a su patria y uno de los que se quedaron, don Luis Lidner, se encargó de las cátedras de química y metalurgia en el Real Colegio de Minas, en donde era alumno el joven potosino don Mariano Jiménez, quien andando el tiempo iba a ser uno de los héroes de la independencia. Las milicias fueron distribuidas en brigadas y recibió el mando de la de San Luis Potosí el brigadier don Félix María Calleja, quien había venido con el conde de Revillagigedo e iba a ser el sexagésimo virrey de Nueva España, de 1813 a 1816. Azanza fue removido y regresó a España, donde desempeñó comisiones muy importantes. Fue “afrancesado”, partidario de Napoleón, por lo que al ser derrotados los franceses en España tuvo que emigrar; en ausencia fue sentenciado a muerte y sus bienes confiscados. Había recibido de José Bonaparte el título de duque de Santa Fe. Murió en Burdeos, Francia, el 20 de junio de 1826, en medio de la mayor pobreza.
El virrey Branciforte había hecho una considerable concentración de tropas en Jalapa, lo que costaba mucho dinero a la hacienda novohispana, por lo que Azanza fue retirándolas poco a poco, sobre todo a los regimientos de milicias provinciales que marcharon a sus lugares de origen. Con el dinero así economizado se fortificó y artilló muy bien al puerto de San Blas y estaba ocupado Azanza en estos asuntos durante los dos primeros años de su administración, cuando en 1799 fue descubierta la primera conjuración a la que el pueblo llamó “de los machetes”.
Don Pedro de la Portilla, criollo y empleado en la oficina de recaudación de derechos, estuvo tratando con unas 20 personas sobre la situación que guardaban los criollos en relación con los españoles peninsulares, por lo regular gente inculta. De acuerdo todos se decidieron a levantarse en armas para arrojar del país a los “gachupines”, como desdeñosamente se les decía a los peninsulares, para lo cual fueron reuniendo algunos sables viejos. Se apoderarían de la personal del virrey, cuyo puesto ocuparía Portilla; proclamarían la independencia del país y declararían la guerra a España. Contaban los conjurados con 1,000 pesos de plata, dos pistolas y unos 50 sables y machetes. En la segunda reunión que tuvieron, don Francisco de Aguirre, pariente de Portilla, se alarmó ante lo que se tramaba y los denunció a las autoridades; fueron aprehendidos todos y estuvieron en prisión muchos años sin que se ventilara su causa.
Azanza poco o nada se ocupó del mejoramiento de la ciudad. Se venció el contrato de los mineros alemanes, a quienes se les pagó puntualmente sus sueldos y se les dio una gratificación. Casi todos regresaron a su patria y uno de los que se quedaron, don Luis Lidner, se encargó de las cátedras de química y metalurgia en el Real Colegio de Minas, en donde era alumno el joven potosino don Mariano Jiménez, quien andando el tiempo iba a ser uno de los héroes de la independencia. Las milicias fueron distribuidas en brigadas y recibió el mando de la de San Luis Potosí el brigadier don Félix María Calleja, quien había venido con el conde de Revillagigedo e iba a ser el sexagésimo virrey de Nueva España, de 1813 a 1816. Azanza fue removido y regresó a España, donde desempeñó comisiones muy importantes. Fue “afrancesado”, partidario de Napoleón, por lo que al ser derrotados los franceses en España tuvo que emigrar; en ausencia fue sentenciado a muerte y sus bienes confiscados. Había recibido de José Bonaparte el título de duque de Santa Fe. Murió en Burdeos, Francia, el 20 de junio de 1826, en medio de la mayor pobreza.
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