PEDRO DE GARIBAY
(Mariscal de Campo)
(1808-1809)
Nadie más inapropiado para gobernar al país en momentos tan turbulentos como el mariscal de campo don Pedro Garibay, nacido en Alcalá de Henares en 1729. Hizo la carrera de las armas desde soldado y tomó parte en varias acciones en Portugal, Italia y Marruecos. Pasó a la Nueva España como instructor de tropas provinciales, en 1783 ascendió a coronel y en 1789 a general. Como ya estaba viejo y enfermo, el virrey Azanza lo promovió a mariscal para darle un honorable retiro.
Garibay era de baja estatura, decrépito, tímido, sin prestigio alguno y carente de inteligencia. Ascendido a un puesto que ni remotamente pretendiera, se convirtió en títere movido por los “parianeros”, como el populacho llamaba a los revoltosos de Yermo. Garibay firmaba todos los documentos que le llevaran los miembros de la Audiencia, siendo los primeros las órdenes de aprehensión en contra de los licenciados Azcárate, Verdad y Ramos, el abad de la Villa de Guadalupe don José Beye Cisneros, el canónigo Beristáin, el licenciado Cristo que era secretario de Iturrigaray y el padre mercedario fray Melchor de Talamantes. Todos quedaron detenidos en la cárcel del Arzobispado, menos Talamantes que fue enviado a la Inquisición.Los “parianeros” se creían dueños de la situación, se daban aires de salvadores de la patria y resolvieron organizarse militarmente con el nombre de “Realistas Fieles” o “Patriotas de Fernando VII”, adoptando un uniforme de chaqueta azul, como bata de trabajo de tendero, por lo que el pueblo burlista les llamó “los chaquetas”. Estos tipos, que iniciaron a México en el uso de los cuartelazos, no solamente influían en el gobierno, sino que cometían abusos y tropelías, aprehendiendo a quien se les antojaba. El virrey se ocupó en activar los procesos de los reos. De todos ellos, quienes en verdad habían tomado parte en los sucesos serían Azcárate, Verdad y Ramos y el padre Talamantes. Este fue enviado a Veracruz, en donde enfermó de fiebre amarilla sin que se le prestara ayuda alguna ni le quitasen las cadenas sino hasta después de muerto. Al licenciado Cristo se le destituyó de la auditoría de guerra, en la que trabajaba; a Azcárate se le tuvo preso hasta 1811 y a los demás prisioneros se les mandó a España o se les puso en libertad después de algún tiempo. En cuanto al licenciado Verdad, tuvo un fin misterioso: murió en la cárcel del Arzobispado, no se sabe si ahorcado o envenenado.
A iturrigaray le siguieron dos procesos: uno por infidencia, que terminó con la amnistía de 1810, y el de residencia por el que tuvo que pagar una gran cantidad de dinero. Los abusos de los “Voluntarios de Fernando VII” fueron tan graves que Garibay tuvo que alistar un regimiento de dragones para su escolta personal, al mismo tiempo que ordenaba la disolución de los “Voluntarios”, enviándolos a su casa. Aunque no se tomó oficialmente la decisión de reconocer como gobierno superior a ninguna junta española, prácticamente Garibay aceptaba como única a la de Sevilla, porque obedecía todas sus disposiciones. Cuando algunos triunfos sobre los franceses permitieron unificar la dirección de los asuntos, la Nueva España reconoció a la única junta directriz que era la de Aranjuez, a la que Garibay envió un donativo de doscientos mil pesos además de novecientos mil remitidos por concepto de recaudaciones de la hacienda pública.
La Junta de Aranjuez dispuso, entre otras cosas, que cada una de las colonias nombrara un diputado que la representa en dicha Junta, pero esta disposición dio resultado contraproducente porque en Nueva España el partido españolista pensó que eso era iniciar la autonomía en el gobierno de cada colonia, mientras que los criollos consideraron mezquino que sólo se concediese un representante, que nunca haría valer su opinión.
Con mucho cuidado se vigilaba a los viajeros procedentes de los Estados Unidos, porque allí se encontraban agentes franceses enviados por José Bonaparte para producir sublevaciones en las posesiones españolas. Un hermano de Fernando VII, monarca reconocido por todos los españoles, estaba internado en Francia casi en calidad de prisionero, por lo que su hermana, la princesa Carlota Joaquina, hacía gestiones para que fuese aceptado por la Junta de Aranjuez su hijo el príncipe don Pedro, como regente de la Nueva España. Como la alianza con Inglaterra permitió un seguro comercio con la metrópoli, se intensificó la construcción de barcos mercantes y de otros muy ligeros para sostener una comunicación constante. El 19 de julio de 1809 cesó el mando del virrey don Pedro Garibay, quien resolvió marchar a España; pero su condición económica era tan precaria que el opulento don Gabriel de Yermo le asignó una pensión de quinientos pesos mensuales. Más tarde se le premió con la condecoración de Carlos III y una pensión vitalicia de 10,000 pesos al año, con el grado de teniente general. Murió Garibay a los ochenta y seis años, el 7 de julio de 1815.
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