CONFUCIO ( 551-479 a. de C. )




Cuando ha de ocurrir algo extraordinario, fuera de lo corriente, sea bueno o sea malo, en China suele aparecer un KILIN, animal sagrado que muy pocas personas han podido contemplar. A la madre de Confucio se le apareció un kilin y nueve meses más tarde tuvo un niño a quien los hombres debían conocer con el apelativo de K'ung-Fu-Tsé, es decir, el filósofo. En el momento de nacer, dos ángeles volaban sobre el techo de su casa mientras cuatro ancianos que representaban el espíritu de las cosas, del agua, del fuego y de la tierra, rodeaban su mansión para alejar a los espíritus malignos.

A los 22 años estableció una escuela donde enseñaba a quienes querían ser sus discípulos, y se cuenta que tuvo más de 3.000.
Él no escribió libro alguno, pero sus seguidores compilaron sus enseñanzas en los Discursos y Diálogos. Más tarde entró en la administración del Estado. En China era tenido por gran honor pertenecer al cuerpo de funcionarios públicos y los muchachos inteligentes se preparaban concienzudamente, a fin de superar los exámenes que daban entrada a este núcleo de hombres de letras, mitad servidores del emperador, mitad pensadores. A los 52 años de edad era ministro de Lu. Cuando contaba 72 años murió y el emperador Ts'in destruyó todo recuerdo del filósofo y persiguió a sus seguidores, pero al subir al trono imperial de la dinastía Han, hacia el año 206 a. de J.C., la doctrina de Confucio fue declarada religión oficial.

Su máxima fundamental de conducta era:
Lo que no quieras para ti, no lo quieras para los demás. La doctrina de Confucio, sintetizada en una serie de máximas morales, tendía a volver al pueblo a las viejas y ancestrales costumbres, algo rígidas, pero nobles y dignas.
Confucio pensaba que si un hombre honesto tuviese a su cargo el gobierno de la nación, se rodearía de hombres igualmente dignos y, por tanto, concibió la idea de educar a los príncipes que un día llegarían a ser emperadores, para que éstos, a su vez, influyesen en una corriente educativa que iría de los soberanos hacia los súbditos, y de este modo se reformaría la nación.

El que ante la ganancia piensa en la Justicia, ante el peligro ofrece su vida y en la vejez no se desdice de las promesas que hizo en su juventud, este hombre puede considerarse perfecto, decía Confucio.

Por esto, cuando obtuvo en el reino de Lu el cargo de ministro que anhelaba, quiso transformar el país estableciendo un minucioso reglamento que abarcaba hasta los menores detalles de la vida corriente. Nada quedaba al azar y los vasallos de Lu sabían, en todo momento, lo que podía y no podían hacer. Confucio no pensó en lo triste y aburrida que sería una existencia tan esclavizada aunque lo fuese para el bien, y llegó un momento en que dicho reino, a pesar de la buena fe de Confucio y sus sabias leyes, cayó otra vez en la inmoralidad y el filósofo se alejó apesarado de aquella provincia.

Refugiado en el reino de Wei, ordenó que sus discípulos recopilaran los libros de la sabiduría ancestral china: el King o "el libro de los cambios de los seres", el Chi-King o "libro de los hechos pasados", el Li-King o "libro de las ceremonias", etc.
Un día en que se celebraba una fiesta en el palacio de Wei penetró en los jardines un animal extraño y hermoso a la vez. Nadie sabía cuál era su nombre ni lo habían visto nunca antes. Decidieron preguntarle a Confucio, y éste, al verlo, exclamó:
-Es un kilin; no tardaré en morir.
En efecto, el kilin que había anunciado su nacimiento, se presentó de nuevo para comunicarle el fin de su existencia.
En las cercanías de K'ufou se levanta la tumba de Confucio, en cuya lápida hay grabada esta sentencia:
"Todo se le perdona a quien nada se perdonó a sí mismo".

La religión de Confucio resultó poco clara ya que no estructuró un cuerpo de doctrina definido y rígido. La idea del príncipe bueno, paternal y providente para con sus súbditos, impregna su credo. Los conceptos de bondad, belleza, tolerancia, paz, etc., tan parecidos al cristianismo, son la base de su conducta y de su moral. Durante dos mil años fue la religión oficial del Celeste Imperio. En la actualidad se calcula que unos 250 millones de fieles siguen las enseñanzas de Confucio.

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